"SEDE VACANTE" del R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga

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Message  Javier Dim 25 Nov 2018, 12:57 pm

CAPITULO II (PRIMERA PARTE) - LA SITUACIÓN DE LA IGLESIA EN EL GRAN CISMA DE OCCIDENTE.

El cisma, según el Derecho Canónico y la Historia de la Iglesia, consiste en la separación de la Iglesia Católica
de alguno o algunos de sus miembros, por el hecho de negar la "debida" obediencia al Romano Pontífice,
cabeza visible de la Iglesia y romper, de esta suerte, el vínculo de unión de la misma, que es la sobredicha
sujeción al Vicario de Cristo. Dos cosas presupone un verdadero cisma: la primera que el Romano Pontífice
sea un verdadero y legítimo Papa, pues es evidente que a un Papa espurio, que no representa la persona y
autoridad de Cristo, no se le puede deber la obediencia y sujeción. La segunda es que el mandato de ese
Papa legítimo no sea contrario a la doctrina recibida, ni se oponga a la voluntad santísima de Dios, que nos
consta ciertamente por otros caminos.

Con toda razón escribe en la Revista "SIEMPRE" mi buen amigo Don Nemesio García Naranjo y Elizondo: "El
excomulgado Padre Sáenz no está conforme con su excomunión porque, así como arriba del Presidente de la
República está la Constitución, debe entenderse que arriba del Papa está la doctrina eclesiástica
promulgada per omnia saecula saeculorum. No hay que confundir al poderdante con el apoderado, y hay
que distinguir entre Dios y su Vicario. Dios no es criticable; pero si puede serlo el Papa y, en cualquier caso,
debe haber alguna manera de remediar el abuso o la omisión dañina del representante".


Y estas profundas observaciones de Don Nemesio están en perfecta armonía con las palabras de San
Pablo: "Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del
que os hemos anunciado, que sea anatema".
(Gálatas 1,8 ).

Como hace notar el Abbé J.P. Rayssignier, en su carta escrita en Roma el 30 de julio de 1970: "Cuando el
Papa, el hombre que ocupa la Silla de Pedro, no toma en cuenta la doctrina invariable de la Iglesia, en sus
dichos, acciones y omisiones, nosotros quedamos no sólo dispensados de la obediencia que se nos exige,
sino que estamos obligados a no obedecer, según aquellas palabras de San Pedro: "Es necesario obedecer
a Dios antes que a los hombres".
(Act. Apos. V, 29).

Es evidente que no está el subdito obligado a obedecer, cuando las órdenes de los superiores, cualesquiera
que ellos sean, rebasan los límites de su autoridad en sus mandatos; cuando los Superiores abusan de su
poder, cuando están animados de una turbia voluntad de poderío. Porque, como enseña Santo Tomás de
Aquino, "los subditos no están sujetos a los superiores en todas las cosas, sin límite alguno, sino en un
dominio determinado, fuera del cual los superiores no pueden intervenir sin abuso y usurpación del poder". (11-
11, q. 104).


¿Qué dirá de toda esta doctrina la ciencia portentosa del exgerente de la Editorial "JUS", el mínimo-teólogo y
sumo sacerdote de la tribu de Leví? Aunque él proteste, debemos decir una vez más que no es doctrina
católica que el Papa, por el hecho de ser Papa, o los obispos, por el hecho de ser obispos, son personalmente
ni impecables, ni infalibles.

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Message  Javier Mar 27 Nov 2018, 1:20 pm

Volviendo a nuestro tema, debemos distinguir el "cisma" de la "herejía" —al menos de una manera formal— ;
porque, uno y otra importan división en la Iglesia, pero no de la misma manera la dividen, porque, siendo una
la Iglesia, no sólo por la unidad del régimen, sino principalmente por la unidad de la doctrina, el "cisma", en
cuanto tal, sólo destruye formalmente la primera unidad, mientras que la herejía, por destruir la unidad de la fe,
destruye también la unidad del régimen, ya que la autoridad de la Iglesia, su jurisdicción, es, ante todo,
doctrinal. Toda herejía importa un cisma y los que la profesan se pueden con toda propiedad llamar cismáticos;
pero no todo cisma (al menos antes de las definiciones del Vaticano I sobre las prerrogativas del Papa) importaba una
herejía; y así, no por el hecho de ser uno cismático, era herético.

La manera de ser de la unidad de la Iglesia la explica con admirable precisión León XIII, en su Encíclica
"SATIS COGNITUM" del 29 de junio de 1886, en la que leemos:"Cum Ecclesiam Divinus Auctor fide et
regimine et communione unam esse decrevisset, Petrum eiusque sucesores delegit, in quibus
principium foret ac veluti centrum unitatis"
(Como el Autor Divino de la Iglesia quiso que ésta fuese una por la unidad
de la fe, del régimen y de la comunión escogió a Pedro y a sus sucesores, para que fuesen el principio y el centro de la unidad.
Esto nos enseña San Irineo, San Cipriano, San Jerónimo y casi todos los Padres y Doctores de la Iglesia).


De lo dicho se sigue que será puro cisma, cuando la insubordinación a la cabeza visible de la Iglesia sea tan
sólo en materia de disciplina y no de doctrina, y será mixto, cuando a la insubordinación se junte !a negación
de algún dogma.

Si el cismático quedase en el estado de simple desobediencia contumaz contra el Romano Pontífice como tal,
no sujetándose a él o no queriéndolo reconocer, cuando lo reconoce toda la Iglesia, sin negar el Primado, ni
otro dogma de fe, en este caso, disputan los autores católicos, si por lo mismo queda ya fuera de la Iglesia. El
P. Francisco Suárez, S.J. (t. IX de Fide, si, n.14) encontró muchos autores que lo negaban, y él mismo prefirió
negarlo, pareciéndole que el tal, que conserva la fe y sigue siendo miembro de Cristo, lo será también de la
Iglesia. La opinión de Suárez, con ser de un Doctor tan eximio, no es hoy día tan aceptada por los teólogos
modernos. Sin embargo, es necesario tener presente que, cuando los autores hablan de cisma, como ya
indiqué más arriba, hablan en la hipótesis de que la legitimidad del Papa es incuestionable y que no hay
motivos gravísimos, como los que hoy parecen existir, para poner en duda no sólo la doctrina y las acciones
del Pontífice, sino su misma legitimidad en el Papado. Bien puede ser que tengamos un Papa de iure, pero
no de facto.

Una forma de cisma, varias veces repetida en la Iglesia, es la que nace de una doble o dudosa elección del
Romano Pontífice. Entonces será cismático (objetivamente, aunque, tal vez, no subjetivamente) el individuo o la
comunidad, que se adhiere al Papa ilegítimo; pero, mientras sean ambos Papas dudosos, disputan los
auctores qué se deba hacer; y, en realidad, por pequeña que sea la duda, es muy difícil la situación para todo
católico de recta conciencia, como sucedió en el gran cisma de Occidente.

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Message  Javier Jeu 29 Nov 2018, 2:36 pm

En la práctica, como dice Benedicto XIV (Deservorum Dei beat. et eor. canonizatione), cada uno puede seguir al que
tiene por legítimo. La prueba de esto es que la Iglesia Católica ha elevado al honor de los altares a insignes
varones, que habían defendido con gran tesón a Papas que no eran legítimos. De aquí parece que podemos
deducir que nuestro juicio individual, fundado en la doctrina de la fe y de la sólida teología, puede justificar
nuestra actitud de aparente desobediencia o de inconformidad con los que tienen el poder, pero no usan de él,
conforme a la doctrina del Señor. Cuando, como en los actuales tiempos, vemos que la tradición apostólica ha
sido menospreciada, cuando no abiertamente negada; cuando circulan impunemente los más graves errores y
herejías, sin que los obispos, ni el mismo Papa reaccionen, enérgica y definitivamente, contra esos atentados
contra la unidad y estabilidad de nuestra fe; cuando estamos palpando los frutos amargos en la
"autodemolición" de la Iglesia, en la claudicación de tantos sacerdotes, en la ruina de la vida religiosa, del
estado de perfección; cuando en los seminarios se está corrompiendo la fe y la moral de los futuros
sacerdotes... tenemos derecho, tenemos el deber de dudar de la legitimidad del Papa Montini, ya que es el
principal responsable de este derrumbe.


Pero, veamos ya las lecciones que nos da el gran cisma del Occidente.

Fue Gregorio XI el último Papa que Francia ha dado a la Iglesia; este Pontífice, gracias a los ruegos,
advertencias y amenazas de Santa Catalina de Sena, puso término a la permanencia de los Papas en Aviñón,
a donde se habían refugiado, en su gigantesca lucha contra los Emperadores, buscando la protección de
Francia. El 27 de marzo de 1378 moría en la Ciudad Eterna este Papa; pero su muerte vino a ocasionar el
cisma más grande, que ha sufrido hasta ahora la Iglesia de Dios, en Occidente.

A su muerte, 16 cardenales, que se reunieron en cónclave, en medio de una agitada revolución popular, que,
con gritos y amenazas, pedía un Papa, no tan sólo italiano, sinto también romano. Cuatro tan sólo eran los
purpurados de origen italiano: los romanos Francisco Tebaldeschi y Jacobo Orsini, el milanés Simón de
Brossano y el florentino Pedro Corsini. Frente a esta minoría italiana estaba la mayoría de 12 cardenales
extranjeros o ultramontanos, de los cuales once eran franceses y uno español.

El cónclave empezó el 7 de abril; y, estando ya encerrados los cardenales, penetró en el palacio una inmensa
muchedumbre, que, en tono amenazador, gritaba exigiendo un Papa romano o, cuando menos, italiano. En el
desorden y los desmanes, la multitud se apoderó de gran parte de las provisiones de boca, preparadas para el
cónclave, y causaron graves daños en el ajuar del palacio, durante las tres horas, que invadieron el recinto
vedado, donde debía celebrarse la elección pontificia.

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Message  Javier Sam 01 Déc 2018, 6:34 am

Pero, ya antes de que ésta se efectuase, estaba señalado por la mayoría el nombre de Bartolomé Prignano,
napolitano, arzobispo de Bari. El cardenal de Luna escribe: "Luego se fue haciendo más recia la gritería del
pueblo, excitado y verdaderamente poseído del demonio, que clamaba: ¡Queremos un romano! Y con estos
clamores penetraron hombres armados, con las espadas desnudas, hasta la capilla. En estos momentos fue
cuando la libertad y la vida misma de los cardenales se vieron en peligro; sólo que entonces, el Papa estaba
ya elegido
".
Llenos de congoja, los purpurados no se atrevieron a comunicar a los furibundos intrusos el
nombre del elegido; y, para apaciguar a la irritada chusma, designaron como Papa al anciano cardenal
Tebaldeschi. "Aun nosotros, escribe uno de los conclavistas, aclamamos al nombrado cardenal como
realmente elegido; y, por más que se resistía, le pusimos en el trono, vestido con el manto pontificio; y allí le
detuvo casi dos horas el pueblo que había penetrado, Los clamores de! anciano cardenal: 'El Papa no soy
yo; es otro'
no tuvieron por lo pronto atención; y los cardenales aprovecharon, para huir, la terrible confusión
que reinaba en palacio. Algunos se dirigieron al castillo de Sant Angelo, otros a sus habitaciones; cuatro
abandonaron Roma para buscar en los alrededores un seguro refugio; pero, en la misma tarde se esparció por
la ciudad la noticia de la elección de Prignano".


Este admitió el nombramiento, y el 10 de abril fue entronizado por 12 de los cardenales, que pudieron reunirse,
después de la dispersión, tomando el nombre de Urbano VI. Los mismos cardenales notificaron por cartas a
los soberanos la elección. Nadie parecía dudar de la legitimidad de ésta, hasta que el carácter duro y violento
del Papa se ganó en poco tiempo la antipatía de todos los cardenales, que lo habían elegido. Siempre será un
misterio para la historia, la unanimidad con que todos los cardenales, que habían concurrido a la elección,
afirmaron después, de una manera unánime, que ésta no había sido válida, pretextando el temor y los peligros,
con que la furia popular los había dominado durante las elecciones. ¿Podemos admitir que la elección estaba
ya hecha, antes de que el cónclave hubiera empezado, aunque los electores hubiesen manifestado un
consentimiento unánime? ¿Podemos creer que hecha la elección, el miedo de los cardenales llegó a tal grado,
que, ante el pueblo exigente, nombrasen después y entronizasen al anciano cardenal romano Francisco
Tebaldeschi? ¿Podemos admitir que, por muchos que fuesen los defectos y violencias de Prignano, llegasen a
afirmar los cardenales, por unanimidad, que su elección había sido nula, por falta de libertad en los electores?
El 20 de julio del mismo año —pocos meses después de la coronación de Urbano VI— los cardenales no
italianos reunidos en Anaigni, invitaban a los otros a hacer una nueva elección. Se reunieron 13, y el 9 de
agosto declararon nula la elección de Urbano VI. El gran cisma había empezado. El 20 de septiembre,
reunidos los 16 cardenales en Fondi procedieron a una nueva elección. El elegido fue Roberto de Ginebra,
quien tomo el nombre de Clemente VII, siendo coronado el 31 de octubre.

La división de la Iglesia fue espantosa. Inglaterra, Alemania e Italia estaban por Urbano, mientras que Francia,
Castilla y Aragón, con una completa conformidad, dieron su obediencia a Clemente VII. Como era de
suponerse, ambos Papas nombraron nuevos cardenales. Al morir Urbano VI, el 15 de octubre de 1389,
reunidos en Roma 14 cardenales eligieron legítimamente Papa a Pietro Tomacelli, que se llamó Bonifacio IX;
y, así mismo, a la muerte de Clemente VII, ocurrida el 16 de septiembre de 1394, fue elegido el español Pedro
De Luna
, que, persuadido de su legitimidad, al subir al trono pontificio, tomó el nombre de Benedicto XIII.
Hay dos cartas, escritas a los cardenales, que eligieron primero a Urbano VI y después de negarlo, eligieron a
Clemente VII. La primera es de Santa Catalina de Sena a los cardenales italianos, olvidados de sus
juramentos, y la segunda del canciller político Colurcio Salutato.

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Message  Javier Dim 02 Déc 2018, 2:10 pm

" ¡Ay de vosotros! —escribía Santa Catalina— ¡a dónde habéis venido a parar, por no haber obrado conforme
a las prescripciones de vuestra dignidad! Estabais llamados a alimentaros a los pechos de la Iglesia; a esparcir
fragancia como flores de su jardín; a sustentar como firmes columnas al Vicario de Cristo y su navecilla; a
servir como antorchas para alumbrar al mundo y para dilatar la fe. ¡Vosotros sabéis bien si habéis cumplido
aquello para que habíais sido llamados y a que estabais obligados! ¿En dónde está vuestro agradecimiento
para con la Esposa que os ha nutrido? ¡Vosotros estáis persuadidos de la verdad, de que Urbano es el
legítimo Papa, el Sumo Pontífice, constituido por una elección legal y, más bien, por divina inspiración, que por
vuestra operación humana! Así nos lo anunciasteis, conforme es verdad, pero ahora habéis vuelto la espalda
como cobardes y miserables caballeros, que teméis de vuestra propia sombra. ¿Cuál es la causa? El veneno
del amor propio, que corrompe al mundo; y vosotros, que erais ángeles en la tierra, os habéis entregado a las
obras diabólicas, y además queréis arrastrarnos a nosotros al daño que sobre vosotros obra, conduciéndonos
a la obediencia del anticristo. ¡Oh, desdichados, que nos anunciasteis la verdad, y queréis ahora brindarnos
con la mentira! Queréis hacernos creer que elegisteis Papa a Urbano por miedo; pero quien tal dice miente. —
Podréis decirnos: ¿Por qué no nos creéis, dado que nosotros los electores conocemos la verdad mejor que
vosotros? Mas, yo os respondo, que vosotros mismos me habéis mostrado de qué manera os apartáis de la
verdad. Si considero vuestra vida, echo de menos en vuestra conducta la virtud y la santidad, que podría, por
respeto de vuestra conciencia, apartaros de la mentira. ¿Qué es lo que me prueba la legítima elección del
Señor Bartolomé, arzobispo de Bari, que hoy es verdaderamente el Papa Urbano VI? La prueba nos la dan la
solemne coronación, el homenaje que le prestasteis, las gracias que solicitasteis de él y en parte recibisteis. Y
vosotros sólo podéis oponer mentiras a esta verdad. lOh, insensatos y dignos de mil muertes! , en vuestra
ceguedad no conoceis vuestra propia afrenta. Si fuera verdad lo que decís, así como es mentira, ¿no nos
hubierais engañado cuando nos disteis a Urbano VI como Papa legítimo? , ¿no seríais ahora reos de simonía,
habiendo solicitado gracias y usado de las que obtuvisteis de aquél, a quien ahora llamáis Papa ilegítimo? ".


Esta carta escrita por una humilde mujer, por una santa, parece que mutatis mutandis, (cambiando nombres y
circunstancias)
, bien podríamos dirigirla a nuestros actuales jerarcas; a tantos cardenales, dominados por un
amor propio desmedido, que anteponen su bienestar, su intereses, su "carrera", a los altísimos intereses de la
gloria de Dios y de la salvación de las almas. Están viendo el desastre impresionante, satánico de la Iglesia, y,
con su silencio, con su aceptación a las consignas, con su deseo de hacer méritos, de conservar sus puestos,
sus prebendas, sus honores, hacen más de lo que les piden las consignas, aunque para hacerlo, tengan que
sacrificar la verdad, la justicia, la caridad y la misma fe.
"Vosotros, que erais ángeles en la tierra, os habéis
entregado a las obras diabólicas".


"Y además queréis arrastrarnos a nosotros a la obediencia del Anticristo."
¡Oh desdichados, que nos anunciasteis la verdad, en otros tiempos, y ahora predicáis la mentira! En otros
tiempos, cumpliendo con vuestra profesión de fe tridentina y con vuestro juramento antimodernista,
anatematizabais en vuestros seminarios, en vuestras cartas pastorales, en vuestros púlpitos, los mismos
errores que ahora pregonáis como el "aggiornamento" de la Iglesia al mundo corrompido en el que encontráis
el "progreso" y la prosperidad de los pueblos. Estabais llamados a ser la luz del mundo y la sal de la tierra.
Vuestra excelsa misión era la de preservar incólume la doctrina evangélica, el Sagrado Depósito de nuestra fe
católica; y, en vez de esto, habéis autorizado con vuestra autoridad la difusión de los errores modernistas,
compendio monstruoso de todas las herejías. Habéis concedido graciosamente vuestro "imprimatur" a los
libros que no sólo atacan los dogmas más sagrados, sino la existencia misma de un Dios trascendente,
Creador de todo cuanto existe; habéis justificado los errores infames de Teilhard de Chardin con el nombre y el
peso del General de los Jesuitas, que parece haberse convertido en el puente entre la verdad y el error, entre
la luz y las tinieblas; y, en cambio, fulmináis las penas supremas de la Iglesia jurisdiccional, contra la que
levantasteis vuestra voz en el Vaticano II, para acallar las voces de los que nos obstinamos en defender
inmutables esos dogmas sagrados, que expresan la Verdad Revelada.


Vuestro deber primario, después de conservar la fe, era la de preservar a las ovejas, que Dios os había confiado, de esa inmoralidad, que se
propaga en los mismos colegios católicos, destruyendo y corrompiendo nuestra niñez y nuestra juventud,
prostituyendo la santidad de la familia cristiana y justificando las más absurdas aberraciones contra la ley
inmutable y universal de la moral cristiana, que es reflejo de la ley eterna del mismo Dios. Os habéis olvidado
de que Cristo vino a este mundo, murió por nosotros e instituyó su Iglesia para la salvación y santificación de
las almas; no para convertir este mundo en la utopía de un paraíso. Habéis consagrado vuestro poder y todas
vuestras actividades en una empresa del todo ajena a vuestro divino ministerio. Veis por todas partes la
profanación del Santuario; habéis aceptado el "Novus Ordo Missae", confeccionado por Bugnini y siete
ministros protestantes. En vez del altar, nos pusisteis la "mesa anglicana"; en lugar del Santo Sacrificio, real y
verdadero, como nos enseña Trento, nos habéis impuesto la "asamblea", con sus innumerables variaciones,
que llegan a veces a sacrilegas e intolerables burlas de los misterios más sagrados. Vuestras "homilías" son
peroratas, que ridículamente emulan los discursos demagógicos de los incitadores a la revolución y la
violencia. ¡Vosotros sabéis muy bien que, a pesar de vuestras múltiples reuniones, conferencias y viajes, a
pesar de los sínodos periódicos, de vuestra mal entendida "colegialídad", la Iglesia se encuentra en una crisis
tan terrible que nos dais la impresión de estar empeñados en eliminar en los pueblos la misma religión.

Vuestros seminarios están vacíos; disminuyen pavorosamente las vocaciones sacerdotales y para la vida
religiosa. Y, cuando vemos lo que, en esos seminarios, se enseña y se permite a los poquísimos alumnos,
preferiríamos verlos cerrados o convertidos en escuelas de artesanías. Aumentan de día en día las
deserciones de los ministros del altar, de vuestros sacerdotes, que, al darse cuenta de vuestra traición a la
doctrina evangélica, a la tradición apostólica, a la Iglesia de dos mil años, han preferido buscar en el tálamo la
fecundidad material, ya que vieron perdida su fecundidad espiritual.


CONTINUARÁ...

*Nota de Javier: ¡Bravo, Rev. Padre Sáenz y Arriaga, bravo! Sólo usted supo ver con meridiana claridad el espantoso y trágico desastre que se cernía sobre la Iglesia y la Cristiandad en una época compleja y turbulenta. En mitad de las tinieblas y el humo de Satanás, sólo usted tuvo el valor y la dignidad de gritar abiertamente contra el lobo sanguinario y satánico que desde Roma estaba destrozando al orbe católico. Descanse en paz, valiente sacerdote de Cristo +
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Message  Javier Mer 05 Déc 2018, 4:08 pm

¡El Papa dispensa! ¡El Papa da el permiso! ¡La Congregación de la Doctrina de la Fe ha autorizado ya a los
obispos y a las Conferencias Episcopales el facilitar y abreviar los expedientes para reducir los clérigos
insatisfechos al estado laical, con las necesarias dispensas, para que esos sacerdotes puedan casarse; y no
se dan cuenta que todas esas facilidades son una complicidad con el pecado, un aliciente a la tentación del
pobre sacerdote, que nunca debería olvidar que su carácter sacerdotal es indeleble!


No menos dura es la carta de Coluccio Salutato: "¿Quién no ve -escribe a los cardenales— que vosotros no
buscabais un verdadero papa, sino tan sólo un francés..." "Fue malo el que por miedo hayáis elegido al Sumo
Pontífice; peor el haber confirmado lo que hicisteis; pero pésimo el que después de todo le hayáis prestado la
debida reverencia, confirmando así vuestra elección pasada. Fue torpe el presentarlo a los fieles al que no era
verdadero Pontífice, como Vicario de Cristo; anunciarlo con cartas, mayor torpeza; pero torpeza suma, ocultar
por tanto tiempo la verdad. Fue peligroso hacer sentar en la Sede a aquél que no había entrado por la puerta;
más peligroso tolerar por tanto tiempo al intruso, pero el sumo peligro está en oponer ahora un Pontífice a otro
Pontífice".


También estas palabras de Salutato, mutatis mutandis, (cambiando las circunstancias de asuntos, tiempos, lugares y
personas)
podrían dirigirse a nuestros jerarcas, que tomaron parte en el Vaticano II y que han seguido
aceptando después los cambios continuos de la Iglesia, olvidados de que una cosa es el progreso, in
aedificationem Corporis Christi
y otra cosa muy distinta el pretender hacer la religión como algo evolutivo,
inestable y variable. Si se combina con la idea de la evolución universal se puede llegar a sistemas, más o
menos coherentes, tales como el monista materialista de Haeckel o el teológico-lírico de Teilhard de Chardin;
pero la doctrina de Cristo, la Verdad Revelada, perdida su estabilidad inconmovible, pasaría a ser una mera
elucubración de la mente humana, que huye de Dios y de la verdad.

Fue malo el aceptar, ya desde los comienzos del Concilio, la idea de un Concilio, cuyos resultados se preveían
y con temor se esperaban; fue peor el haber rechazado el esquema, debidamente preparado por los teólogos
del Santo Oficio; pero fue pésimo el dejar en manos de los llamados "expertos" la dirección equívoca, que
desde el principio asumió el Concilio Pastoral. Fue torpe el querer abarcar en tan poco tiempo los ingentes
proyectos propuestos por los "expertos"; fue mayor torpeza el asumir, desde los principios, esa actitud de
"ecumenismo", de transacción, de componendas; pero, suma torpeza fue el atreverse a tocar lo que era ya
intangible, lo que la voz infalible del Magisterio había ya antes definido. Fue peligroso el invitar a los
"observadores" de otras religiones, que ciertamente no mostraban estar convencidos de sus errores y herejías;
más peligroso colocar a la Iglesia Católica al nivel de las otras sectas que se dicen cristianas; pero el sumo
peligro estuvo y está en querer rectificar ahora las condenaciones definitivas de Concilios anteriores, para
facilitar así, no la verdadera unión, sino un sincretismo religioso, que necesariamente acabará con destruir
todas las creencias.


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Message  Javier Sam 08 Déc 2018, 1:19 pm

La esencia de la mentalidad postconciliar —como nos dice el Dr. Julio Garrido— "es la introducción de la
noción de cambio, de movimiento y, por lo tanto, de inestabilidad en todos y cada uno de los capítulos de la
teología y en todos y cada uno de los aspectos de la vida religiosa".
Subrayamos todos y cada uno, porque
la teología católica y la vida religiosa están tan bien trabadas y constituyen un edificio tan sólido y coherente,
que, así como la alteración de sus partes fundamentales tiene repercusiones desastrosas sobre el conjunto del
edificio, también el dejar incólume uno solo de sus elementos básicos permite reconstruir lógicamente el
edificio tradicional. Y esto lo saben muy bien los "neo-teólogos" y, por esto todas y cada una de las partes del
edificio
han sido objeto de sus ataques. Si todas y cada una de las partes del edificio son atacadas, no nos
encontramos ante un nuevo edificio, más bonito o más feo, más o menos cierto, sino ante un edificio en
descomposición, en el que cada una de sus partes está derrumbándose, y resulta un agnosticismo integral
religioso, que guarda cierto recuerdo de su estructura anterior, pero en el que ninguna de sus partes tiene
consistencia segura, ya que está sujeta a muy variadas interpretaciones, a gusto de cada uno de los que
todavía, por costumbre, se continúan llamando "teólogos".

"El agnosticismo religioso integral —prosigue el Doctor Garrido—, se encuentra en el polo opuesto de la
religión católica. No trata de discutir una u otra verdad, o de poner en duda algún dogma determinado, lo que
es propio de las herejías (que han sido a veces beneficiosas, pues han permitido precisar el pensamiento ortodoxo). No se
trata tampoco de estructurar una nueva religión definida, sino de la negación, disimulada o descarada,
de toda verdad religiosa invariable.


"Sea cual fuere la autoridad que nos propusiese tales tesis emparentadas con este agnosticismo religioso
integral, sean cuales fuesen las razones aducidas en pro de esta nueva visión, distinta de la tradicional, no
podemos menos de decir: ésta no es la religión de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica; esto es algo
diferente
y si la Iglesia se equivocó durante veinte siglos, ¿con qué autoridad nos propondrían ahora un grupo
de inconscientes neoteólogos (o de miembros de la Jerarquía doctrinalmente corrompidos) unos cambios y unas
variaciones, que atentan contra el edificio estable y definitivo de la doctrina católica?


Hasta aquí el Doctor Julio Garrido, que en su profundo raciocinio nos confirma en la aplicación de la carta de
Salutato a los cardenales que iniciaron el cisma de Occidente, que tan grandes daños trajo para la Iglesia.
Volvamos a ese cisma. La división de la Iglesia era espantosa. El rey Carlos II de Francia inclinó todo el peso de
su poderío en favor de Clemente VII, convencido, a lo que parece, de su legitimidad. Inglaterra, Alemania e
Italia, aunque con división y dudas de los ánimos, estaban por Urbano, mientras Francia, Castilla y Aragón, con
más compacta conformidad, prestaban su obediencia a Clemente. Al morir Urbano VI, al 15 de octubre de
1389, reunidos en Roma 14 cardenales eligieron legítimamente Papa a Pietro Tomacelli, que se llamó
Bonifacio V, así mismo, a la muerte de Clemente VII, ocurrida el 16 de septiembre de 1394, antes que pudiese
intervenir Francia para impedir una nueva elección, era elegido, tras juramento de procurar la unión por medio
de la renuncia, el español Pedro de Luna, que, al subir al trono pontificio, persuadido de su legitimidad, tomó el
nombre de Benedicto XIII.

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Message  Javier Dim 09 Déc 2018, 2:00 pm

Benedicto XIII no creía que la renuncia fuese el camino apropiado para terminar el cisma; antes confiaba que
en una entrevista convencería a su adversario, a quien llamaba "el intruso". Francia quería, ante todo, la
renuncia, y, tras una embajada de los duques de Berry, de Bourgogne y de Orleáns, que con este objeto envió
a Aviñón, le quitó la obediencia, en lo que le imitó Castilla, quedando Benedicto XIII, en realidad, preso de los
franceses. Bonifacio IX, tan persuadido... en Roma de su derecho, como Benedicto del suyo en Aviñón, no
toleraba la sola idea de renuncia o de concilio.

Con esta actitud de los dos contrincantes al papado, Francia, por decreto del 28 y 30 de mayo de 1403, se vio
obligada a devolver su obediencia a Benedicto XIII. Bonifacio IX murió el 1 de octubre de 1404. Su
sucesor Inocencio VII reinó sólo cuatro años, y siguióle Gregorio XII, con el mismo compromiso de renunciar,
que tenía Benedicto XIII, si así convenía para la paz de la Iglesia.

Desde un principio se había pensado en Francia y en España en un concilio que dirimiese la cuestión.
Deseábalo, sobre todo, la Universidad de París, cuyos miembros, en especial el canciller Pedro d'Ailly y su
discípulo Gerson, aunque veían la dificultad que ningún Papa quería convocarlo, pretendían salvarla con la
opinión errónea de que el poder del concilio estaba por encima del poder del Papa. Se convocó, pues, un
concilio, apoyado por Francia; luego que hubo cardenales de una y otra parte, separados de sus respectivos
Papas, nada más fácil que acudir a este medio. En 1409 se reunieron en Pisa, llegándose a juntar allí 24
cardenales, muchos obispos y, sobre todo, muchos doctores. Después de lamentables discursos sobre los
crímenes de los dos papas, se creyeron facultados para deponer a entrambos, los cuales, al mismo tiempo,
protestaban y reunían otros sínodos en Aquileya y en Perpiñán. Pero, aunque fuera de Francia, las otras
naciones, como tales, no se habían adherido al conciliábulo de Pisa, fue la desdichada idea de elegir un nuevo
papa, Pedro Filardo, cardenal arzobispo de Milán que tomó el nombre de Alejandro V, lo que complicó todavía
más la situación.

Juan XXIII, que sucedió a Alejandro V, en Roma, convocó un concilio general en Constanza. Se comenzó
dando a Juan XXIII los honores del papado, pero, desde que se sentaron a principios de 1415 los embajadores
de Clemente XII, ya casi abandonado de todos, se pensó en hacerlo renunciar. Sus mismos cardenales
Guillermo de Fulastre y d'Ailly se lo propusieron con la evidente razón de que era imposible que los partidarios
de los otros dos se conformasen en abandonarlos sin este sacrificio. La admisión de los doctores a votar, a
propuesta de los mismos cardenales, desconcertó los planes de Juan XXIII, que fue depuesto; con igual
derecho con que fue elegido su predecesor en Pisa. Mientras tanto Gregorio XII había renunciado; pero, Pedro
de Luna, a pesar de ir en persona Segismundo, rey de Romanos y el Rey de Aragón a suplicarle que
renunciase, conforme a sus compromisos, no quiso ceder nada de la dudosa autoridad de que estaba
revestido. Pero, abandonado de casi todos, el concilio procedió a una solemne deposición del mismo el 26 de
julio de 1417. Para la nueva elección se convino, tras inacabables disputas, en que a los cardenales se les
unieran seis delegados de cada nación o grupo, alemanes, españoles, franceses, ingleses e italianos,
debiendo juntar el elegido las dos terceras partes de los cardenales y de los electores de cada nación. El 8 de
noviembre de 1417 entraron en cónciave 23 cardenales y los otros 30 electores, y en la tarde fue elegido el
cardenal Otón Colonna, el cual se llamó Martín V. El cisma había terminado.

Vemos, pues, que esa espantosa crisis de la Iglesia, en la que desfilaron varios papas, y en la que hubo
momentos en que tres distintos elegidos reclamasen la sucesión legítima de Pedro, duró del 9 de agosto de
1378 hasta el 8 de noviembre de 1417. Es evidente que durante el cisma la sucesión de Pedro, que
legítimamente había recibido en su elección Urbano VI, residió únicamente en los Papas legítimos, sus
sucesores, pero la situación era tan caótica, que grandes santos y varones esclarecidos por su ciencia
sostuvieron proposiciones que se alejaban de la doctrina revelada en la tradición.

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Message  Javier Mar 11 Déc 2018, 3:59 pm

"En el último tercio del siglo XIV, precisamente en la desdichada época del cisma -escribe el historiador
Ludovico Pastor- alcanzó esta agitación su período álgido en Alemania; y no sólo en el sur de ella y en las
comarcas del Rhin, que habían sido los dos principales focos de la agitación herética de la Edad Media, había
caído una gran parte de la población en los errores de los Valdenses, sino también habían penetrado éstos en
el norte y hasta el más remoto oriente del imperio... El movimiento revolucionario contra la Iglesia y el clero, en
muchos conceptos profundamente relajado, que había invadido las masas populares en diferentes provincias
de Alemania, ha sido todavía muy poco investigado; el hecho es que se dejaban oír voces claras concitando a
una pública apostasía de la Iglesia, y a una revolución social estrechamente combinada con ella. Una crónica
de Maguncia refiere, en 1401, que, lo que andaba hacía ya tiempo en las bocas de todos, había llegado a ser
entonces la general consigna: "Que había que zurrar a la clerigalla".
*

"A qué extravíos condujera la oposición herética, lo muestra la secta panteística del espíritu libre, que ahora
apareció de nuevo en diferentes sitios de Alemania. De las actuaciones contra un adepto de aquella secta,
verificadas en Eichstatt, en el año 1381... aparece claramente el terrible peligro que por este lado amenazaba
a todo orden, así eclesiástico como social; pues aquel hereje afirmaba que por una ardiente devoción y
penetración dentro de la divinidad, había alcanzado hacerse uno con Dios, enteramente perfecto e incapaz de
pecar. Y de esta imaginaria perfección sacaba el acusado consecuencias, que son muy a propósito para
justificar ciertas acusaciones de los escritores medioevales contra los sectarios de entonces, algunas de las
cuales se habían tenido hasta ahora por injustas e increíbles. Conforme a la opinión de dicho acusado, no sólo
los mandamientos de la Iglesia, sino también las leyes de la moral común, dejan de ser obligatorias para los
agraciados con el espíritu de libertad y perfección. Aun los más grandes delitos contra el sexto mandamiento
no son para él pecado alguno, mientras sigan sólo el instinto de la naturaleza; y hasta tal punto se cree con
derecho de poder hacer 'lo que le dé la gana' que declara que le es permitido matar a quienquiera que se le
oponga, aun cuando fueran mil personas.

"De mucha mayor importancia que los demás movimientos heréticos del mismo género, violentamente
reprimidos por la Inquisición, fue el sistema de Juan de Wiclef, muerto en Inglaterra en 1384. Todos los
errores que habían aparecido entre los apocalípticos, los Valdenses, Marsilio y otros, se juntaron en la secta
por él fundada, la cual sirvió de punto de transición de la antigua herejía a la nueva dirección herética universal
del protestantismo. Su doctrina fundamental era un exagerado realismo panteísta y un predestinacionismo,
que amenazaba toda la moral. Todo es Dios. Todo lo enseñorea una necesidad incondicional, aun las acciones
divinas. Hasta lo malo sucede por necesidad, y Dios fuerza a cada una de las criaturas agentes a todos y cada
uno de sus actos; así son unos predestinados para la gloria y otros para su condenación; y la oración de estos
desgraciados no tiene valor ninguno, mientras que a los predestinados ningún daño les hacen los pecados, a los
cuales Dios los induce con necesidad. Sobre dicha teoría de la predestinación, edifica Wiclef su Iglesia; la cual
es, para él, la comunidad de los elegidos. Con esto queda, en principio, suprimida la Iglesia como sociedad, y
se convierte en una comunidad puramente interior de los espíritus, sin que nadie pueda saber quién pertenece
a ella o no. Sólo es cierto para la fe, que en todo tiempo existe la Iglesia en la tierra, en algún lugar, aunque,
por ventura, sólo en unos pocos pobres legos, que moran esparcidos en diversos lugares. El Papa, a quien
Wiclef había reconocido, al principio aunque condicionalmente, no le parecía, más adelante, Vicario de Cristo,
sino el anticristo; y la veneración que al Papa se tributa —dice— es, por consiguiente, una tanto más
aborrecible y blasfema idolatría, cuando por ella se atribuye honores divinos a un miembro de Lucifer, y a un
ídolo mucho más abominable que un tarugo pintado, por cuanto encierra en sí tan grande maldad. La iglesia —
enseña más adelante Wiclef— no puede tener ningunos bienes temporales y ha de restituirse a la simplicidad
de los tiempos apostólicos; hay que arrebatarle toda posesión y señorío. La Biblia es la única fuente de fe; en
ninguna manera la tradición. Ningún superior seglar o eclesiástico, tiene autoridad, si permanece endurecido
en estado de culpa mortal.
Adelante siempre en sus errores, rechazó Wiclef las indulgencias, la confesión, la
extremaunción, la confirmación, el orden sacerdotal, y aun llegó a atacar el punto central de todo el culto
católico: La Divina Eucaristía".

"Estas doctrinas, que encerraban en sí una revolución, no sólo de las relaciones eclesiásticas, sino también de
las políticas y sociales, alcanzaron rápida difusión en Inglaterra; numerosos discípulos, 'Sacerdotes
Pobres'
que enviaba Wiclef, en oposición a la 'Iglesia rica y entregada al diablo' esparcieron sus errores por
todo el país y, en un tiempo relativamente corto, provocaron tal agitación contra los bienes temporales de la
Iglesia, contra el Papa y los obispos, que hizo temer los mayores excesos".


* La clerigalla = el clero

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Message  Javier Sam 15 Déc 2018, 3:22 pm

Su sucesor fue Juan Hus. Lo mismo que los errores de Wiclef, las doctrinas del maestro de Praga "debían
necesariamente conducir a una revolución cuyo fin no podía verse de antemano..."
Sólo los creyentes; esto
es, los partidarios de Hus, tenían derecho a poseer en propiedad, y aun esto, sólo por el tiempo en que sus
convicciones estuvieran conformes con las que dominaban en el país. No se necesitan muchas explicaciones
para entender que tales teorías significaban la supresión de todo derecho de propiedad, y para comprender
cuan espantosas consecuencias debía producir la sola tentativa de aplicar estos principios (aparentemente
derivados de las doctrinas de la religión cristiana)
como criterio, en la constitución de un nuevo orden social. La
posterior guerra de los husitas recibió, en gran parte, su carácter extraordinariamente sangriento, precisamente
del intento de realizar semejantes teorías. Si, por una parte, declaraba Hus la guerra al orden social, por otra
parte, ponía en duda toda autoridad pública, por cuanto defendía la máxima wiclefista que ningún hombre que
persevere endurecido en pecados mortales puede ser señor temporal, obispo o señor, "porque entonces su
señorío temporal o eclesiástico, su cargo o dignididad, no reciben la aprobación de Dios."


¿No hay acaso una semejanza, un cierto paralelismo entre las doctrinas, que hoy circulan, con la de Wiclef y
las de Hus? ¿No se asemeja el panteísmo de estos dos herejes con el panteísmo de Teilhar de Chardin? ¿No
se anticipó Wiclef a la "Iglesia de los Pobres" de los tiempos modernos? ¿No se adelantó al protestantismo y al
modernismo liberal de nuestra época, al rechazar la tradición como fuente de revelación? ¿No fue uno de los
postulados de la reforma del Vaticano II el volver a la simplicidad de los tiempos apostólicos como lo predicaba
Wiclef? ¿No estamos viendo ahora, como en esos antiguos tiempos de herejía, el menosprecio de las
indulgencias, la eliminación de la confesión sacramental, la solapada negociación del Orden Sacerdotal y la
negación práctica de los misterios eucarísticos?


Y, como entonces, estas doctrinas anticatólicas, disolventes, heréticas encierran en sí no sólo una verdadera
revolución religiosa dentro de la Iglesia, sino también, eliminados los frenos de la conciencia, de la ley santa de
Dios y destruida la base de toda autoridad, esa revolución ideológica y religiosa tiende a convertirse en una
revolución de orden político y social, que necesariamente habrá de producir un derramamiento de sangre entre
los oponentes. Las guerras religiosas son siempre las guerras más sangrientas y prolongadas. Por eso la
guerra de los husitas, en la que estaban involucradas la propiedad y los derechos fundamentales del hombre,
fue tan cruel, tan violenta y tan extraordinariamente sangrienta. Y, con el derecho de propiedad, cayó el
principio de autoridad, que no subsiste, cuando el hombre pretende suplantar con sus criterios absurdos y
egoístas la base de toda autoridad, de toda ley, que sólo existe en el reconocimiento sincero y profundo de
nuestra dependencia total y absoluta del mismo Dios, nuestro Creador, nuestro Señor y Dueño.


En verdad que, al leer esa crisis tenebrosa del gran cisma de Occidente, y al comparar la situación actual que
en la Iglesia vemos, encontramos, sin duda, muchos puntos parecidos, idénticos; pero, la diferencia enorme
está en que entonces las autoridades eclesiásticas, por indignas y pecadoras que fuesen, combatieron
enérgicamente esas herejías; jamás hicieron pactos con la iniquidad. Mientras que ahora, — ¡dolor causa
decirlo! — el mal está dentro; la infiltración es manifiesta y la tolerancia con los errores y herejías es
considerada como un progreso en las ciencias sagradas.


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Message  Javier Jeu 20 Déc 2018, 3:32 pm

Por más que queramos disimular esta verdad amarga; por mucho que tratemos de encubrir la situación, que
hoy destruye la Iglesia, tenemos que llegar a las alturas; tenemos que reconocer que si anda mal el clero, si
los seminarios se han convertido en focos de irreligiosidad y corrupción, se debe no tan sólo a los superiores
de esos planteles, sino al descuido, a la condescendencia, a la manifiesta tolerancia de los Obispos, ya que
uno de sus más sagrados deberes pastorales está en preparar, con la mayor prudencia, vigilancia y solidez
posible a los futuros sacerdotes, que han de ser sus colaboradores jerárquicos, en su misión sublime de la
gloria de Dios y la salvación de las almas. Y este descuido, este silencio, esta condescendencia, esta
tolerancia, con que los prelados ven un punto tan importante y trascendente; esta pasividad ante los errores
que se predican y se enseñan; este silencio inexplicable de no hablar cuando deben hacerlo; ese impedir la
defensa de la verdad; ese empeñarse en creer que su dignidad de obispos los hace "casi" infalibles e
impecables, aunque sus injusticias, sus debilidades, sus secretas miserias les deberían provocar grandísimos
remordimientos de conciencia, pensando en la cuenta que tienen que dar a Dios, según aquellas terribles
palabras de la Escritura: "Pues los que ejercen potestad sobre otros serán juzgados con extremo rigor.
Porque con los pequeños se usará de compasión; mas los grandes sufrirán grandes tormentos. Que
no exceptuará Dios persona alguna, ni respetará la grandeza de nadie... si bien a los más grandes
amenaza mayor suplicio"
(Sap. VI, 6-8 ); toda esa autosuficiencia con que, por ser obispos, se sienten
incapaces de equivocarse, de caer en falta alguna contra la justicia y contra la caridad, contra la ley de Dios y
la misma ley de los hombres, debería ser la preocupación constante de un gobierno eclesiástico que teme al
Señor.

He aquí la gran responsabilidad del Papa Montini, suponiendo su gran talento, su habilidad política, su buena y
sincera voluntad, al no reprimir el mal cuando puede y debe hacerlo, cuando sabe muy bien y tiene de ello
plena conciencia que cuando Dios elige a un hombre para ser Papa, para ser el fundamento de la Iglesia, el
sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo en la tierra, él debe, con sumo cuidado, con completa dedicación,
dedicarse totalmente al cumplimiento de sus altísimos deberes, de cuyo cumplimiento depende, en lo humano,
la gloria de Dios y la salvación de las almas. La aparente timidez de Paulo VI, que muchos alegan como una
excusa de su gobierno desastroso, no es una excusa, es un agravante.

No es contra la verdad católica, no es injuriar al Papa —suponiendo que sea un verdadero Papa— no es
presunción ni soberbia al estudiar los cambios que nos han impuesto y que nos quieren imponer, contra la
doctrina de la fe, contra la tradición apostólica, contra los dictámenes de nuestra propia conciencia. Como nos
dice en su amable crítica de mi libro "LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA", mi buen amigo don Nemesio García
Naranjo y Elizondo, señalando el punto crucial de la presente controversia: "El P. Sáenz critica otros muchos
aspectos de la conducta de la Iglesia en los últimos tiempos. Le choca la actitud ambigua de Paulo VI en
problemas como el control de la natalidad y del celibato del clero. El resultado de esa ambigüedad ha sido que
cada quien interpreta las normas como le viene en gana. Los creyentes carecen ahora del freno que antes
tenían para regir su conducta, a la vez que frailes y monjas fácilmente brincan las trancas del claustro para
dedicarse —como dice con encantadora ingenuidad don Joaquín— 'a disfrutar de los deleites del tálamo' ...


"Y poco más arriba escribe en el mismo artículo don Nemesio: "NO HAY QUE CONFUNDIR AL
PODERDANTE CON EL APODERADO, Y HAY QUE DISTINGUIR ENTRE DIOS Y SU VICARIO. DIOS NO ES
CRITICABLE, PERO SI PUEDE SERLO EL PAPA". "Y, EN CUALQUIER CASO, DEBE HABER ALGUNA
MANERA DE REMEDIAR EL ABUSO O LA OMISIÓN DAÑINA DEL REPRESENTANTE".


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Message  Javier Sam 22 Déc 2018, 8:47 am

Sí la hay; sí existen en la Iglesia, como lo demuestra su antiquísima jurisprudencia y la ciencia de teólogos
eminentes, varias maneras para remediar el mal, cuando la cabeza visible de la Iglesia, sujeta a las humanas
debilidades, o a los compromisos adquiridos anteriormente, o a las presiones de fuerzas extrañas y nocivas,
descuida, soslaya o se niega a cumplir sus más altos deberes papales. El cisma de Occidente, humanamente
hablando, no hubiera tenido, al parecer, solución, si no hubiera sido por la elección espuria de Baltasar Cossa,
el antipapa Juan XXIII, y por la intervención enérgica de Segismundo rey de romanos. Dios escribe derecho,
como diría Santa Teresa, con renglones torcidos.

A pesar de que el conciliábulo de Pisa había sido un fracaso, por no haber sido convocado por un Papa
legítimo, la opinión general, ante lo desesperado de la situación, seguía pensando en que sólo un Concilio
Universal podía acabar con la perturbación de las cosas eclesiásticas. Hay un escrito, atribuido falsamente por
algunos a Gerson, cuyo probable autor es Dietrich de Niehein y cuyo título: "De la manera de unir y
reformar la Iglesia en un Concilio Universal"
, el cual, pese a las buenas intenciones, que tal vez tengan sus
promotores, nos está demostrando la confusión ideológica, que el cisma había provocado en las conciencias
de los católicos. Dietrich, a la manera de los wiclefistas, distingue dos Iglesias: la particular y privada Iglesia
Apostólica, y la Universal, que, como comunidad de todos los fieles, ha recibido de Dios inmediata mente el
poder de las llaves. "Esta Iglesia Universal está representada por el Concilio Universal que está por encima del
mismo Papa, el cual tiene obligación de obedecerle, pudiendo el Concilio limitar su poder, despojarle de sus
derechos y ordenar su deposición. Si la existencia de la Iglesia vuelve a ponerse en peligro, prosigue Dietrich,
la necesidad dispensa aun de los preceptos morales. El fin de la unidad santifica todos los medios: la astucia,
el fraude, la violencia, el soborno,el encarcelamiento, la muerte; pues todo el orden ha sido establecido para el
bien de la comunidad y cualquier particular ha de ceder ante el bien común".
Y prosigue: "Mientras no haya un
emperador o un rey de romanos justo y severo, a quien todos deben obedecer, no sólo durará el cisma, sino
hemos de temer que cada día se haga más espantoso".


Todo lo dicho hasta aquí nos está demostrando, en varios puntos de suma importancia, la similitud que tiene
ese cisma con la actual situación, mucho más terrible y dolorosa, por la que está pasando la Iglesia de
nuestros días. Notemos algunos de ellos:

1) En la Iglesia, a pesar de las promesas y asistencia de Cristo, a pesar también de la acción del Espíritu
Santo, los hombres, que entonces la regían, como los hombres que la rigen ahora, los que representaban y
representan a Cristo pueden por sus pasiones, por sus equivocaciones, por las presiones extrañas, conducir a
la Iglesia a un estado caótico, en el que un pontificado tricípite, desgarre la unidad, no tan sólo de la disciplina,
sino de los mismos dogmas.

2) Humanamente hablando, la crisis del cisma no parecía tener remedio; y esta incertidumbre, este caos
pernicioso hacía que varones, como Gerson, de cuya ortodoxia y virtud no podemos negar, incurriesen en
errores muy graves en la misma búsqueda de una urgente y decisiva solución.

3) Todos o casi todos pensaban en un Concilio, como la única solución viable para terminar aquel prolongado
cisma, pensando que estando, como estaba el mal en la cabeza, la Iglesia Universal, la obra de Cristo para
salud de los hombres, que evidentemente está por encima de la jerarquía y de las prerrogativas que El quiso
darle, que el mismo Divino Fundador instituyó, para preservar y llevar adelante su obra salvífica, debe haber
un camino, un medio seguro dentro de la ortodoxia, en el que puedan compaginarse y salvarse tanto la
inerrancia y estabilidad de la Iglesia, como las prerrogativas con que Cristo enriqueció a Pedro y a sus
sucesores para bien de la Iglesia Universal, como de los poderes que también concedió, dependientes de
Pedro, el Divino Fundador a los obispos, sucesores de los Apóstoles en el gobierno de las Iglesias locales.

En el caso del cisma, del que venimos hablando, si los tres pontífices se hubieran obstinado en mantener los
que ellos creían sus legítimos derechos; si, sobre los altísimos intereses de la gloria de Dios, de la salvación
de las almas y de la misma existencia de la Iglesia, hubieran todos y cada uno defendido su suprema
jerarquía, ¿qué remedio hubiera podido excogitarse en lo humano para restablecer la unidad de la Iglesia, la
paz en las conciencias? No faltaron quienes pensasen en admitir la pacífica coexistencia de los diversos
papas, según las exigencias y humanas conveniencias; pero tal solución hubiera indiscutiblemente destruido la
misma institución de Cristo, con nuevas "estructuras", que necesariamente tendrían que hacer una completa
transformación en la Iglesia de Dios.

La idea del Concilio, en tan difíciles y peligrosísimas condiciones, no parecía, pues, del todo descabellada, ya
que, sobre los hombres que ocupan los puestos de mando, está, sin duda alguna, la institución y permanencia
divina que suponen esos puestos, según la intención del Salvador, no en beneficio de los hombres, que
habrían de ocupar esos puestos de mando, sino para la conservación y acrecentamiento del Reino de Dios
sobre la tierra.

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Message  Javier Lun 24 Déc 2018, 9:58 am

4) Evidentemente, en circunstancias normales, la plenitud de la Jurisdicción y del Magisterio, instituidos por
Cristo, lo mismo que la plenitud del Sacerdocio Jerárquico reside en el Papa, legítimamente elegido. Pero,
cuando, como en el gran cisma de Occidente, había tres personas, que se disputaban a un mismo tiempo los
derechos de una elección legítima, ¿qué remedio quedaba, humanamente hablando, para salvar el Primado de
Jurisdicción y la supremacía del Magisterio, que confió Cristo a Pedro y a sus legítimos sucesores, los
Romanos Pontífices? En tales circunstancias no parecía fuera de la ortodoxia el congregar un Concilio, por
quienes en la Iglesia tienen o han tenido la episcopal dignidad, como legítimos sucesores de los Apóstoles,
para resolver este problema fundamental, sin que, por eso, la misión de ese Concilio extraordinario pudiera
tener otra actividad extra, por así decirlo, antes de que hubiere declarado quién era el legítimo Papa, o hubiere
hecho la elección del legítimo Papa ; y sólo entonces, restituida la unidad de la Iglesia, bajo un solo pastor,
éste determinase si el Concilio debía continuar, para resolver otros problemas o si debía suprimirse.

5) Segismundo supo utilizar hábilmente la disposición de los ánimos, que había hallado su general expresión
en el escrito de Niehein; supo vencer también las grandes dificultades que se oponían al Concilio; y a su
infatigable y grandiosa actividad hay que agradecer principalmente la reunión de aquella asamblea y el que
ésta se viera tan frecuentada... Fue Juan XXIII, quien en Lodi firmó la bula de invitación para un Concilio
Universal prometiendo él mismo asistir a él. Segismundo ganó para el Concilio a Inglaterra, a los Estados
orientales de Europa y a la mayoría de los Estados Italianos. En Francia, la Universidad de París y los más de
los prelados simpatizaban con el plan del Concilio; pero el Gobierno tomó respecto de él una actitud muy poco
complaciente; España y Escocia, que antes y después se mostraron favorables a Benedicto XIII, y los
partidarios de Gregorio XII en Italia se declararon por entonces enemigos del Concilio.

6) Convocado el Concilio de Constanza, por Baltasar Cossa —el antipapa Juan XXIII, elegido y coronado en
Pisa a la muerte de Alejandro V, y por Segismundo, rey de romanos— es manifiesto que, a lo menos, en su
convocatoria y en sus principios no fue un verdadero Concilio. Juan XXIII, Papa ilegítimo, convocó este nuevo
Concilio, consciente de su situación insegura, esperando adquirir, por ser él el convocador del Concilio y por el
auxilio de muchos prelados italianos, sus amigos, un cierto derecho a la dirección del mismo. Para asegurarse
de toda contingencia de sus numerosos y potentes enemigos, nombró el 15 de octubre de 1404, al valiente y
ambicioso duque Federico del Tirol, capitán general de las tropas de la Iglesia, con un sueldo anual de 6.000
ducados de oro. Medida inútil, ya que el ambiente de Constanza estuvo, desde un principio, del todo adverso a
la legitimidad de su elección y a su misma persona, a la que se imputaban enormes delitos. El porvenir del
Papa Juan se presentaba cada vez más sombrío, especialmente por un memorial entregado a algunos padres
del Concilio, que contenían las más graves acusaciones contra el Papa de Pisa. Por miedo a un proceso
judicial, formado contra él por el Concilio, prometió solemnemente restituir la paz de la Iglesia con una
incondicional renuncia al papado, si sus oponentes, Gregorio XII y Benedicto XIII también lo hacían.

7) Entretanto, el lenguaje del partido reformista era cada vez más resuelto, y Juan, a quien sus espías tenían
perfectamente enterado de lodo, no se sintió ya personalmente seguro. Temiendo medidas violentas de parte
de Segismundo, y creyendo finalmente ya que sólo podía salvarle una resolución rápida y atrevida, huyó, en la
noche del 20 al 21 de marzo de 1415, hacia Schffhausen, disfrazado de mozo de cuadra y montado en
pequeño caballo.

8 ) La huida de Juan XXIII produjo una gran conmoción en la asamblea de Constanza. En ese tiempo de
universal excitación, obtuvo la supremacía aquel partido que sólo creía factibles la terminación del cisma y la
reforma de la Iglesia por medio de una limitación de los derechos papales. El Concilio Universal debía imponer
esta limitación, y, por consiguiente, el Papa había de someterse entonces al juicio del Concilio y, según el juicio
de muchos quedar definitivamente sujeto a él.

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Message  Javier Mar 25 Déc 2018, 9:55 am

CAPITULO II (SEGUNDA PARTE) - SEMEJANZA DE ESTA SITUACIÓN CON LA ACTUAL CRISIS


Una vez más debemos hacer resaltar aquí la semejanza de la situación caótica de la Iglesia, durante esos días
pavorosos del cisma de Occidente, con las pretensiones inauditas, que los expertos del Vaticano II y varios de
los mismos obispos tenían para la que ellos juzgaban la inaplazable reforma de la Iglesia preconciliar. Hans
Kung el teólogo, cuya influencia ha sido y es de las más perniciosas en el Concilio, antes y después de él,
escribió principalmente dos libros, que causarón enorme sensación en los medios protestantes: "Concile et
Retour a l'Unité"
(El Concilio y el Retorno a la Unidad) y "Le Concile, Epreuve de l'Eglise" (El Concilio, prueba de la
Iglesia)
. En un alarde de franqueza, con intolerable presunción y jactancia, el teólogo tubigense impugna todas
las tradiciones, todos los dogmas, todo lo mas precioso y sagrado de nuestra religión: "Toda institución, dice él,
incluso la más santa (por ejemplo, la celebración de la Eucaristía), toda constitución, (por ejemplo, la preeminencia del
Papa), pueden, en el proceso de formación y de deformacion histórica, llegar a ser tales que tengan necesidad
de una reformacion, y, en consecuencia, deben reformarse y renovarse".


Küng pide al Concilio, para que tenga éxito "una conciencia radical en sólo el Evangelio, en la perspectiva
práctica de nuestra época y para nuestra época". "El Concilio, debe tener en cuenta las legitimas
pretensiones
de los protestantes, de los ortodoxos, de los anglicanos y de los liberales".
Se regocija de
que "Juan XXIII, por vez primera, después de 400 años, haya echado por tierra, de manera decisiva las
barreras de la incomprensión, de la pasividad, del aislamiento; y que haya instaurado un activo y vigoroso
espíritu de comprensión, hacia nuestros hermanos separados".
"La Iglesia tiene derecho a exigir grandes
sacrificios al Ministerio de Pedro (del Papa), si ella quiere recobrar su unidad".


Küng quiere que se hable más de los deberes del Papa que de sus derechos; y que se hable más sobre los
derechos de los obispos que sobre sus deberes. El ministerio apostólico de los obispos debe, dice, recobrar el
espíritu del Nuevo Testamento. "La inerrancia del Papa se integra naturalmente en la estructura de la
Iglesia".


En aquel tiempo de universal excitación y turbación inconcebibles, durante ese preludio del Concilio de
Constanza, obtuvo la supremacía aquel partido que "sólo tenía por posible la terminación del cisma y la
reforma de la disciplina eclesiástica por medio de una limitación de los derechos papales; el Concilio Universal
debía imponer esta limitación, y, por consiguiente el Papa había de someterse entonces al juicio del Concilio y,
según el parecer de muchos, quedar para siempre sujeto a él".


Con estas resoluciones querían los de Constanza, como quieren ahora los "progresistas" establecer como
suprema en la Iglesia una potestad, que no había sido instituida como tal por Cristo, la potestad del Concilio, la
colegialidad o la corresponsabilidad, que proclama Suenens.

En la mente de muchos de los Padres del Concilio Vaticano II el plan era el de balancear las enseñanzas del
Vaticano I sobre el Primado de jurisdicción y la supremacía del Magisterio del Vicario de Cristo, con una
doctrina explícita de la "colegialidad episcopal". El Papa tenía que ser menos Papa, y los obispos tenían que
ser más obispos. Así como la doctrina del Primado Papal esclarece el derecho del Papa para gobernar él solo
la Iglesia Universal, así también la "colegialidad" debía establecer el derecho de los obispos para gobernar la
Universal Iglesia en unión del Papa. Era de esperarse que la "colegialidad" debería ser necesariamente
interpretada de modo diverso por los distintos grupos que se habían formado dentro del Concilio.

Entre los adherentes de la "Alianza Europea", especialmente algunos teólogos, llegaron a propugnar por
imponer al Papa la obligación en conciencia de consultar a los obispos antes de tomar cualquier decisión en
las grandes materias. Tal decisión hubiera acabado definitivamente con la definición del Vaticano I y con la
misma vida de la Iglesia, destruido su fundamento.

El último día de la discusión, el martes 15 de octubre, los cardenales moderadores anunciaron que, al día
siguiente, serían presentados por escrito cuatro puntos, para determinar los cuatro principales argumentos del
capítulo 2 del esquema de "Iglesia". La votación se haría un día después. Al día siguiente del anuncio, los
moderadores tuvieron que retractar su anterior aviso, diciendo que la distribución de esos cuatro
puntos "tendría lugar otro día". Fue hasta el día 29 de octubre cuando los cuatro puntos impresos fueron al fin
distribuidos entre los conciliares.

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Message  Javier Mer 26 Déc 2018, 11:30 am

En el texto se preguntaba a los Padres Conciliares si aprobaban que el capítulo 2 del esquema de Iglesia
declarase:

1) Que la consagración episcopal era el más alto grado del sacramento del Orden Sacerdotal.

2) Que cualquier obispo, legítimamente consagrado y en comunión con los otros obispos y con el Romano
Pontífice, su cabeza y principio de unidad, fuese un miembro del Colegio Episcopal.

3) Que este Colegio Episcopal es sucesor del Colegio de los Apóstoles, en su misión de enseñar, santificar y
conducir las almas; y que este Colegio juntamente con el Romano Pontífice su cabeza, y nunca sin él (cuya
primacía sobre todos los obispos y fieles permanece completa e intacta)
gozan de pleno y supremo poder sobre toda
Iglesia Universal
; y

4) Y que este poder pertenece, por derecho divino al Colegio de Obispos, unido con su cabeza.

Una adjunta nota informaba a los Padres del Concilio que los anteriores puntos debían ser puestos a votación
al día siguiente. Y advertíales ademas que con sus votos los Padres Conciliares "ni aprobarían ni
rechazarían ningún texto"
contenido en el esquema, ya que esa votación no tenía otra finalidad que "hacer
posible a la comisión teológica el pulsar los sentimientos de la asamblea sobre los puntos propuestos".
La
Comisión, a su vez, según las reglas del Concilio, expresamente se obligaba a "dar la debida consideración a
las intervenciones individuales de los Padres del Concilio"
; todavía más, el texto del esquema, ya corregido,
sería nuevamente sometido a votación de los Padres Conciliares, en una Congregación General. Los
"moderadores" añadían que se habían visto obligados a dar este paso, a petición de numerosos Padres
Conciliares y también de muchas Conferencias Episcopales.

Esta fraseología, tan esmeradamente escogida, para expresar el sentido y alcance de la votación anunciada,
nos está expresando, sin género de duda, que algunos influyentes padres conciliares temían, y con razón, que
ese voto fuese usado por la poderosa ala liberal del Concilio, en la comisión teológica, como una razón para
ignorar todos los argumentos, orales o escritos, que en su contra pudieran presentarse, de parte de los
tradicionalistas. La votación, que tuvo lugar el día 30 de octubre, fue una brillante victoria para el ala liberal. En
el primer punto de los arriba señalados, los liberales alcanzaron 2123 votos, contra 34 de los conservadores.
En el 2o.) 2049 contra 104. En el 3o.), 1808 contra 336; y, finalmente, en el 4o.) 1717 contra 408.

El Obispo Wright, actual cardenal y Secretario de la Sagrada Congregación del Clero, un destacado miembro
liberal de la comisión teológica, expresó que aquella votación tenía suma importancia porque era una prueba
de la abrumadora mayoría de los Padres Conciliares, que "participaban las tendencias del Concilio en tan
importante materia".


El 5 de noviembre se puso a decisión el esquema de los obispos y del gobierno de las diócesis; y, por lo
menos, seis de los Padres demostraron dificultad en entenderlo, ya que era palpable la ignorancia que había
entre los conciliares de la misma noción de "colegialidad". Al día siguiente, el Cardenal Browne, de la Curia
Romana, Vicepresidente de la comisión teológica dijo que las objeciones presentadas el día anterior carecían
de base "porque la noción de la Colegialidad no había sido precisamente definida por los teólogos de la
Comisión".
Dos días después, el cardenal Frings calificó de "divertidas" las observaciones del cardenal
Browne. "Esas observaciones - dijo- parecerían implicar que la Comisión teológica tiene entrada a verdades
desconocidas por el resto de los demás Padres". "Esas observaciones, añadió, pierden de vista el hecho de
que las comisiones del Concilio fueron establecidas únicamente para servir como instrumentos de las
Congregaciones Generales y para ejecutar la voluntad de los Padres del Concilio."


En otra parte de su discurso, el mismo cardenal Frings pidió una clara distinción entre la práctica administrativa
y judicial de la Curia Romana. "Esta distinción —dijo—debería aplicarse también al Santo Oficio". "Sus
métodos, en muchos casos, no corresponden ya a las condiciones modernas y, como una consecuencia,
muchos son los que se escandalizan".
La tarea de salvaguardar la fe es extremadamente dificultosa, añadió;
pero, aún en el Santo Oficio, "ninguno debería ser juzgado y condenado, sin habérsele oído o sin darle una
oportunidad para corregir su libro y su acción".


El Cardenal Ottaviani estaba en la lista de los oradores de ese día. Con la fortaleza que le caracteriza, con la
claridad de pensamiento que le es propia y con la solidísima teología que posee, dijo en tono severo: "Yo debo
protestar enérgicamente contra esas acusaciones, que acaban de hacerse contra el Santo Oficio, cuyo
Presidente es el Sumo Pontífice"; "esas palabras se han dicho con un absoluto desconocimiento —y no quiero
usar otra palabra para no ofender a nadie— de los procedimientos del Santo Oficio".
Explicó que todos los
expertos de las Universidades católicas de Roma eran siempre llamados para estudiar con cuidado los
diversos casos, a fin de que los cardenales, que forman parte de la Congregación del Santo Oficio, tuvieran
una base para juzgar conforme a la verdad. Sus resoluciones eran sometidas después al Sumo Pontífice para
su aprobación.

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Message  Javier Ven 28 Déc 2018, 9:13 am

"Por lo que se refiere a la votación tenida en el Concilio, el día 30 de octubre, ha sido "tan sólo una indicación
del pensamiento de los Padres Conciliares".
Es de lamentarse, dijo el Cardenal Ottaviani, que los puntos
votados hayan sido propuestos por los Moderadores, sin haber sido previamente sometidos a la Comisión
Teológica, la única que tiene competencia sobre una materia relacionada con la fe. Esos puntos están
expuestos con términos equívocos que deberían haber sido esclarecidos. En particular, el punto sobre la
"colegialidad" da por hecho la "existencia del Colegio Apostólico", del cual dicen que el presente Colegio de
Obispos es el sucesor. "Pero éste es un caso de confusión sobre la naturaleza de la sucesión episcopal". "Es
cierto que los obispos son los sucesores de los Apóstoles, pero no son sucesores del Colegio Apostólico,
porque el Colegio Apostólico, al menos como Colegio Apostólico, no existía en un sentido jurídico".
No hay sino
un solo ejemplo de colegialidad entre los Apóstoles, el del Concilio de Jerusalén. Ninguno duda de que en
Jerusalen actuaron los Apostoles colegialmente —dijo Su Eminencia— "así como nadie duda ahora que los
obispos, aqui reunidos están actuando como un colegio, con y bajo la dependencia del Papa".
Las palabras de
Cristo "apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos" fueron dirigidas solamente a su Vicario, y por lo
tanto, "quienquiera que desee ser contado en el rebaño de Cristo, debe estar bajo el pastor universal señalado
por Cristo".
No hay excepción alguna a esta regla, aunque sean obispos.

El Arzobispo D'Souza de la India atacó a los Cardenales Browne y Ottaviani, por estar actuando como si los
sintomáticos votos alcanzados en la votación del día 30 de octubre "fuesen del todo nulos e inválidos, porque
la "colegialidad de los obispos no había aún sido jurídicamente establecida. ¿No parece esto como una burla
al Concilio: decir que no hay obligación de tomar en consideración el punto de vista, que el 85 por ciento de los
Padres han sido claramente expresado por sus votos?"
Le parecía a él dificultoso ver cómo un pequeño grupo
de obispos de todo el mundo "diseminados en varias de las Sagradas Congregaciones", como los que habían
sido llamados para redactar el esquema sobre los obispos y sobre el gobierno de las diócesis, pudiera tener
alguna real influencia sobre la Curia Romana, "cuando 2,200 obispos de todas partes del mundo, congregados
en un Concilio Ecuménico, encuentran dificultades, en ocasiones, para resistir ciertas presiones".


"El bien común de la Iglesia", prosiguió el arzobispo, sería grandemente promovido "si un Senado, digámoslo
así, fuese formado por un grupo de obispos de diversos países, para regir la Iglesia con el Sumo Pontífice".

Pero sería todavía más deseable "si, por una parte, el poder de la Curia Romana quedase limitado, y, por otra
parte, los obispos recibiesen todas las facultades para el ejercicio de su oficio, que les pertenecen por la ley
común y por la misma ley divina".
La Sede Apostólica, dijo, "retendría siempre aquellas cosas que son
oportunas para toda la Iglesia".


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Message  Javier Dim 30 Déc 2018, 8:29 am

LA COLEGIALIDAD Y SUS DIVERSAS INTERPRETACIONES.

Como se ve, la más importante y dramática batalla del Concilio Vaticano II fue sobre el valor y sentido jurídico
de la Colegialidad Episcopal. Era una lucha en la que, como indiqué antes, citando a Hans Küng, se pretendía
restringir, por una parte, los poderes papales y ampliar, en cambio, las facultades episcopales. El drama fue
causado por la controversia sobre la verdadera y propia manera, en la que debía entenderse "la colegialidad"
en el capítulo 3 de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia.

a) Según el punto de vista conservador, el colegio de obispos no ejercita su supremo poder por derecho
divino
, sino solamente por derecho humano. Esto significa que depende del Papa el participar el colegio
episcopal en el supremo poder, por ejemplo, al convocar el Pontífice un Concilio Ecuménico. Según esta
opinión, el Papa y solo el Papa tiene, por derecho divino el poder supremo sobre toda la Iglesia Universal.

b) Según la extrema opinión opuesta, defendida y promovida por algunos de los más liberales de los Padres,
el único sujeto del supremo poder en la Iglesia era el Colegio Episcopal con su cabeza, que es el Papa. El
Papa podía ejercer este supremo poder; pero, al hacerlo, él lo haría como cabeza del Colegio Apostólico, o, en
otras palabras, él sería un mero representante del Colegio Apostólico. En conciencia estaba obligado a pedir
su opinión al colegio de obispos, antes de hacer ningún pronunciamiento, porque, representando al Colegio,
estaba obligado a expresar el pensamiento del Colegio.

c) Un tercer grupo, considerado como el de los moderados, tenía la opinión que era también la del Papa y la
de muchos liberales, que el Papa personalmente era el sujeto del supremo poder en la Iglesia, y también los
obispos colegialmente, cuando estaban unidos con su cabeza, que es el Papa. En esta hipótesis el
consentimiento del Papa era necesariamente un elemento esencial y constitutivo del supremo poder del
Colegio. En otras palabras, el Papa posee el supremo poder por derecho divino y siempre está en libertad
para usar este poder; mientras que el colegio episcopal posee este supremo poder también por derecho
divino
, pero no está en libertad para usarlo siempre. Ya que el colegio esta obligado a obrar con su cabeza y
bajo su cabeza, el Papa; por lo que depende del Papa en el uso de ese supremo poder. De esta manera queda
a salvo la unidad de la suprema autoridad en la Iglesia.

Paulo VI primero como sacerdote, más tarde, como Cardenal Arzobispo de Milán, había estudiado con sumo
empeño tanto la estructura jerárquica de la iglesia, como el problema de la "colegialidad". Como Papa tuvo que
encararse a la última literatura, teológica y a las contiendas que sobre este importantísimo punto circulaban en
los medios conciliares, en esta materia. En los archivos oficiales del periodo preparatorio del Concilio, se
puede encontrar su nombre en los documentos que pedían una determinación de los poderes y carismas
propios de los obispos, en el gobierno de la Iglesia, según la voluntad de Cristo. Ya Papa, él dio a conocer a la
comisión teológica sus puntos, de vista y quedó con la impresión de que dicha Comisión participaba de su
manera de ver las cosas.

La Colegialidad fue discutida ampliamente en las sesiones de estudio y en las Congregaciones Generales,
durante la segunda sesión, en 1963. La Comisión Teológica estableció una subcomisión sobre este tema de la
Colegialidad; la cual subcomisión trabajó tan rápidamente que para el 6 de marzo de 1964, el texto revisado
sobre la "colegialidad" estaba terminado. Poco después fue presentado al Papa Paulo VI, quien no quedó
satisfecho, sino que el 19 de mayo de 1964 presentó al Secretario General algunas sugestiones, que él
deseaba fueran tomadas en consideración para la Comisión Teológica, dejando, sin embargo en libertad a
dicha Comisión, adoptarlas o rechazarlas en la próxima sesión plenaria, que debía tener lugar el día 5 del mes
siguiente.

El 27 de mayo, el Secretario General escribió al P. Benjamín Wambacq, Secretario de la Comisión Pontificia de
los Estudios Bíblicos, en nombre del Papa Paulo, pidiéndole una urgente respuesta a dos preguntas. La
primera era si, según la Comisión Pontificia, podía ser probado por la Escritura el siguiente texto del
esquema: "Así como, por voluntad del Señor, San Pedro y los otros Apóstoles constituyeron un solo Colegio
Apostólico, así, de un modo semejante, el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, y los obispos, como
sucesores de los Apóstoles, están unidos".
En respuesta, la Comisión Pontificia en una reunión el 31 de mayo,
afirmó que la primera parte de la afirmación, ("Así como por voluntad del Señor, San Pedro y los otros Apóstoles
constituyeron un solo Colegio Apostólico)
puede ser probada por la Sagrada Escritura; pero el resto de la
afirmación (Así de modo semejante, el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, y los obispos, como sucesores de los
Apóstoles, están unidos en un colegio
)
no puede ser probado por sola la Sagrada Escritura.

La segunda pregunta era si podía decirse que, por los pasajes de la Escritura mencionados en la siguiente
afirmación, que el oficio de atar y desatar, que fue dado a Pedro (Mat. XVI, 19), fue dado también al Colegio de
los Apóstoles, unidos con su cabeza (Mat. XVIII, 18). La Comisión Bíblica respondió que en los dos pasajes el
poder de atar y desatar, parece ser el mismo, pero de esto no se sigue que el poder sea "supremo y completo
sobre toda la Iglesia"
, como el esquema parece indicarlo, en ambos casos.

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Message  Javier Mar 01 Jan 2019, 1:50 pm

¿Cuáles son las relaciones que existen, según la expresa voluntad de Jesucristo, entre la jurisdicción de Pedro
y la Jurisdicción del Colegio Apostólico? En la perícopa de San Mateo, Cristo promete a sólo Pedro la potestad
o jurisdicción, que más adelante ha de conceder a todo el Colegio Apostólico, incluyendo también a Pedro.
Pedro tiene, pues, en cuanto Pedro, solo e independiente, lo que tiene también en cuanto miembro del Colegio
Apostólico. El Colegio Apostólico no puede prescindir de Pedro; pero Pedro puede ejercer su autoridad
suprema e independientemente en la Iglesia, sobre todos los miembros que la integran y aún sobre los demás
Apóstoles. El Colegio Apostólico no está ni puede estar encima de Pedro, porque, si hacemos a un lado a
Pedro, ya no existe este Colegio Apostólico; ningún miembro del Colegio Apostólico, excepción hecha de
Pedro, tiene jurisdicción sobre otro de los miembros, a no ser que le haya sido delegada, a lo menos
implícitamente, por Pedro; y aun entonces queda en pie la última apelación a la sentencia definitiva de Pedro.
Sin embargo, con ser tan grande el poder de Pedro sobre toda la Iglesia, no es ilimitado, ni independiente:
como todo poder humano legítimo, está siempre limitado por la ley de Dios, por la voluntad santísima de
Dios. Conviene también insistir, como ya lo hemos hecho antes, en un punto importantísimo, que da el sentido
y el valor a los poderes de Pedro y de sus sucesores: esas prerrogativas, dadas por el Salvador a Simón,
están encaminadas no a su propio beneficio, sino al bienestar, a la conservación y al acrecentamiento de su
Iglesia. Simón, el hijo de Juan, murió como murió Pío XII, Juan XXIII o cualquier Papa; pero no ha muerto, ni
puede morir Pedro, el Papado, el fundamento de la Iglesia, el que tiene las llaves del Reino de los Cielos, el
que tiene la plenitud independiente y universal de la jurisdicción sobre la Iglesia Universal, el Vicario de Cristo,
el Papa, el sucesor perenne de Simón, el hijo de Juan, aunque todos sus altísimos poderes estén siempre o
deban estar siempre bajo la dependencia de Dios.

La respuesta a las dos preguntas que el Secretario General hizo al P. Benjamín Wambacq, Secretario de la
Comisión Pontificia de los Estudios Bíblicos, fue presentada para su consideración a la Comisión Teológica, en
su reunión del 5 de junio. La Comisión también discutió las once sugerencias de Paulo VI, siete de las cuales
se referían a la colegialidad. La Comisión incorporó ocho de las sugerencias y una parte de otra en su texto.
Por lo que tocaba a las decisiones de la Comisión Pontificia de Estudios Bíblicos, la Comisión Teológica
decidió que no necesitaban alteración alguna en los pasajes relacionados con el esquema. El texto revisado
fue aprobado por Paulo VI el 3 de julio, como base para ulteriores estudios, y enviada por correo a los padres
conciliares.

El 28 de julio, el Arzobispo Staffa, de la Curia, tenía preparado un largo estudio sobre los dos recientemente
revisados esquemas sobre la Iglesia y los obispos; estudio que hizo circular entre todos los Padres del
Concilio. Al referirse a las secciones de la "colegialidad" de los dos esquemas, expresó su profunda convicción
de que "esas proposiciones eran opuestas a la enseñanza más común en la Iglesia, de los Santos Padres, de
los Romanos Pontífices, de los Sínodos Provinciales, de los Santos Doctores de la Iglesia Universal, de los
teólogos y canonistas. Son también contrarias a las normas que por siglos ha mantenido la disciplina
eclesiástica".
El Arzobispo citó las obras teológicas del jesuíta italiano P. Juan Bolgeni (1733-1811), comentando
que "las proposiciones fundamentales de Bolgeni y las del esquema sobre la Iglesia eran substancialmente
idénticas".
Mons. Staffa juzgó de extraordinario el hecho de que, después de 140 años, los principios de
Bolgeni, que teólogos y canonistas, hacía tiempo, habían "unánimemente rechazado como inaceptables y
ajenos a la sólida tradición de la Iglesia"
, fuesen ahora de pronto aceptados como las bases de un esquema
conciliar. Según el Arzobispo, el esquema propuesto privaba al Papa de su supremo y personal poder, y
limitaba su Primado a servir como moderador de los obispos, ya que, según el esquema, el supremo poder
habría desaparecido, en el Papa.

El día después de la apertura de la tercera sesión, el Arzobispo Staffa presentó una lista de más de setenta
nombres a los cardenales moderados, con la súplica de que se le permitiese hablar en la asamblea general,
antes de que empezase la votación del importantísimo capítulo 3 sobre la colegialidad. Apeló al artículo 57,
sección 6, de las Reglas para proceder en el Concilio, según el cual, aunque hubiese terminado la discusión
sobre un tópico específico, el punto de vista de la minoría tenía derecho para "designar tres oradores.... a
quien se les concedería también el privilegio de hablar más de 10 minutos"
, con tal de que la súplica fuese
hecha en nombre, al menos, de setenta padres conciliares. La petición del Arzobispo Staffa no fue, sin
embargo, concedida. ¡Nueva prueba de la intriga dominante en el Concilio!

La votación del capítulo 3 tuvo lugar del 21 al 29 de septiembre. Ocho votaciones se hicieron sobre el artículo
22 de la colegialidad, y, en tres separadas votaciones, se recogieron más de 300 votos negativos. En una
votación general sobre todos los puntos de la colegialidad, el resultado fue de 1624 votos afirmativos, 672
afirmativos iuxta modum y 42 negativos. Muchas de las observaciones expuestas en los votos "iuxta
modum"
habían sido preparadas por el Grupo Internacional de Padres, entre los que se hallaba el Arzobispo
Staffa.

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Message  Javier Jeu 03 Jan 2019, 9:42 am

La subcomisión sobre la "Colegialidad", en la Comisión Teológica, trabajó con empeño, comparando estas
calificaciones con las otras y con el texto del esquema. El trabajo quedó terminado en un mes, por el numeroso
grupo de "peritos", que en él intervinieron. Los miembros fueron: El Arzobispo Párente de la Curia, el Arzobispo
Florit de Florencia, el Obispo Schróffer de Eichsttat, el Obispo Auxiliar Heuschen de Lieja, el Obispo Hermann
Volk de Mainz, el Obispo Auxiliar de Caracas Henríquez Jiménez. Los "peritos" eran los Padres Rahner,
Ratzinger, Salaverri, Schauf, Smulders, Thils, Betti, Dhanis, D'Ercole, Gagnebet, Lambruschini, Maccarrone y
Moeller.

Antes de que el trabajo estuviese completo, el Arzobispo Staffa y los dirigentes del Grupo Internacional de
Padres supieron que sus observaciones habían sido ignoradas por la subcomisión sobre la "colegialidad",
mientras que otras, que todos creían de menor importancia, habían sido incorporados en el texto. Entonces el
Arzobispo Staffa escribió una larga carta al Papa, con fecha del 7 de noviembre de 1964, de la cual se
mandaron doce copias a los doce miembros más activos del grupo, cada uno de los cuales pasó el texto a
otros doce Padres Conciliares, invitándoles a leerlo y firmarlo. Este proyecto vino a llamarse la "OPERACIÓN
STAFFA".
Como se rumoró que el reporte de la Comisión Teológica en la revisión del esquema ya estaba en
prensa, se entorpeció la colecta de firmas. La carta informó al Papa que todos los que la habían firmado
estaban convencidos de que una noción extrema de colegialidad estaba contenida en el esquema y que ellos
se sentían obligados en conciencia a votar en contra de ella. Añadía el Arzobispo Staffa que se había
ilegalmente impedido el hablar sobre el asunto a los Moderadores.

Al recibir la carta, Paulo VI ordenó una investigación oficial sobre esta y otras violaciones alegadas en el
procedimiento del Concilio, y pasó a la Comisión Teológica, en una carta, los diversos puntos de vista
teológicos para su debida consideración. Entre tanto, treinta y cinco Cardenales y cinco Superiores Generales
de las familias religiosas más numerosas habían también escrito al Papa afirmando que, aunque el texto de la
colegialidad en el esquema tenía la apariencia de expresar los puntos de vista del partido liberal moderado,
era, en realidad, ambiguo, y podía dar ocasión a que, después, fuese interpretado conforme a los criterios del
grupo más fanáticamente liberal. El Papa encontró dificultoso el creer esto y respondió con una carta al
cardenal, cuyo nombre encabezaba la lista, atacando los argumentos expuestos en la carta. Después de esto,
el Cardenal, acompañado con algunos Padres de su grupo, fue a ver personalmente al Papa, para explicarle
las graves y sólidas razones que habían dado base a su grupo para esas sospechas. Pero el Papa no actuó,
sino que se mantuvo pasivamente.


El Cardenal sugirió que se permitiese a los teólogos de su grupo el debatir el asunto, en presencia del Santo
Padre, con los teólogos del grupo contrario. Pero tampoco a esto quiso acceder el Pontífice. Sin embargo, él
pidió al Cardenal el nombre de sus teólogos y cuando Su Eminencia nombró tres, el Papa, visiblemente, se
turbó, ya que ellos eran muy conocidos y eran muy estimados por el mismo Papa Montini. Pero, ni entonces
hizo nada Paulo VI, pensando que el texto de la "colegialidad" había sido ya aceptado por más de la mayoría
requerida. Antes de contar los votos, dijo, los Padres del Concilio ciertamente han dado al problema una
profunda consideración y estudio, y, sin duda, también han pedido con intensa oración la luz del cielo. El
cardenal se excusó por expresar sinceramente que él no participaba de los mismos sentimientos, ni ¡deas del
Papa; pero el Pontífice, no obstante, nada hizo, por la gran fe que tenía en la Comisión Teológica.


Fue entonces, cuando uno de los más extremistas entre los liberales cometió el error de referirse, por escrito, a
algunos de los pasajes ambiguos, que podrían ser interpretados en sentido opuesto al que, a primera vista,
parecían querer darles los de la Comisión, después del Concilio. Este papel cayó en manos del anteriormente
mencionado grupo de Cardenales y Superiores Generales de Ordenes Religiosas, cuyo representante se lo
llevó al Papa. Paulo VI, admitiendo, al fin, que había sido engañado, se doblegó y empezó a llorar. ¿Qué
remedio poner a esta situación inesperada y comprometedora? Dado que el texto del esquema, aunque
ambiguo y equívoco, no contenía una positiva falsa afirmación, esa ambigüedad podría eliminarse añadiendo
al texto una frase cuidadosamente explicatoria. Este fue el origen de la nota preliminar explicatoria,
añadida al esquema.


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Message  Javier Ven 04 Jan 2019, 9:34 am

El 10 de noviembre de 1964, el Papa Montini dio, sin dilación, instrucciones al Secretario de Estado para que
escribiese una carta, indicando que todavía había algunos puntos en el esquema, que debían ser más
precisamente expresados. En particular, Paulo VI deseaba que se expresase claramente la necesaria y
esencial condición, para la autoridad del Colegio de Obispos, del consentimiento del Sumo Pontífice. Incluidas
en la carta había además otras indicaciones de cambio, que harían el texto más claro y que, a insistencia de
Paulo VI, debían también incorporarse en el texto, antes de que él le diese su apoyo y promulgación. Y para
evitar, en absoluto, cualquier interpretación errónea de la colegialidad, la Comisión teológica debía preparar
una "Nota" preliminar explicatoria, como introducción de este particular capítulo.

Las correcciones indicadas por el Pontífice habían sido ya pedidas por numerosos Padres Conciliares a la
Comisión, sin que esas demandas obtuviesen ninguna respuesta satisfactoria. La indicación papal hizo que los
cambios sugeridos fuesen incorporados en el texto. La nota fue redactada y enviada al Papa, quien, después
de algunas correcciones le dio su aprobación. El 14 de noviembre, el escrito conteniendo las indicaciones
sometidas por los Padres del Concilio al capítulo 3, así como las respuestas de la Comisión Teológica, así
como la "Nota Explicatoria", fue distribuida en el Aula conciliar. Se creyó que la Nota era una adición
espontáneamente hecha por la Comisión, ya que dicha Nota empieza así: "La Comisión decreta que las
siguientes observaciones generales deben tenerse en cuenta para la correcta interpretación de todo el texto".


En las 48 horas que siguieron, hubo grandes discusiones entre los Padres Conciliares y los "expertos",
respecto a la significación de la "Nota" adjunta. Algunos sostenían que dicha Nota había cambiado la
enseñanza mantenida en el esquema. Otros, en cambio, opinaban que, dado que esas explicaciones estaban
redactadas como una nota y no en el texto, no cambiaban en lo más mínimo el sentido orginal del texto. El día
16 de noviembre el Secretario General, dirigiéndose a todos los Padres, hizo tres importantes anuncios:

1) En el primer anuncio, dijo que algunos Padres se habían quejado a la Autoridad Superior, porque, en la
discusión y en la votación sobre el capítulo 3 del esquema de Iglesia, las reglas que deberían haber gobernado
el procedimiento, no habían sido observadas; muchos de los mismos Padres estaban llenos de inquietud y
habían presentado ciertas dudas sobre la doctrina expuesta en el capítulo. La materia había sido
cuidadosamente examinada, añadió, y los Padres Conciliares podían tener plena confianza de que ninguna
regla había sido violada en los procedimientos. Las dudas, presentadas sobre la doctrina del capítulo 3 habían
sido cuidadosamente examinadas por la Comisión Teológica.

2) El segundo anuncio se refirió al asentimiento, que lodos los miembros de la Iglesia, según se esperaba,
deberían dar a la enseñanza contenida en este capítulo. Esta enseñanza, según este anuncio, no debería ser
considerada como una definición infalible o un dogma de fe, sino que debería recibirse como la suprema
enseñanza de la autoridad de la Iglesia
.

3) El tercer anuncio fue el siguiente: "Finalmente, los Padres quedan desde ahora enterados por la SUPREMA
AUTORIDAD de una Nota Preliminar Explicativa sobre las calificaciones del capítulo 3 del esquema sobre la
Iglesia. La doctrina contenida en este capítulo debe ser explicada y entendida, según el tenor y significado de
esta "Nota"...
El Papa explícitamente ha extendido la interpretación de la nota a todo el capítulo tercero y no
sólo a sus calificaciones. Con esta NOTA, aunque sea una nota, aunque no esté propiamente incluida en el
texto, se había salvado la doctrina de fe, definida en el Concilio Ecuménico Doctrinal, no pastoral, del Vaticano I.

Si analizamos esos tres anuncios del Secretario General, a la luz de los hechos procedentes, debemos decir,
que tales declaraciones no están acordes con la verdad objetiva. La afirmación del Secretario implicaba o
parecía implicar dos cosas: a) que Mons. Staffora y los Padres que con él se quejaron al Pontífice estaban
objetivamente mintiendo, bien sea por torcidas intenciones; bien sea por falta de comprensión a los pasos
dados por la Comisión y por los Moderadores, b) Si las dudas presentadas habían sido, como dijo el
Secretario, maduramente estudiadas y ponderadas, parece que ese examen tan maduro, en su objetividad,
carecía de la ciencia necesaria, para dar un juicio correcto sobre tema tan importante, en el que parecían estar
en conflicto los dogmas definidos en el Vaticano I y la doctrina que ahora quería proclamar —no infalible, ni
dogmáticamente— el Vaticano II.

La doctrina propuesta en el esquema sobre la "colegialidad" no es, según lo advirtió el Secretario, ni una
definición infalible, ni un dogma de fe, ¿entonces, pregunto, qué valor tiene? "Debe ser recibida como
la suprema enseñanza de la autoridad de la Iglesia".
¿Acaso la suprema enseñanza del Magisterio no es la
doctrina de fe divina o de fe eclesiástica? ¿Qué obligación impone a los católicos el admitir esta suprema
enseñanza'' Si la Comisión Teológica no nos había todavía dado la noción precisa de la "colegialidad", si los
mismos miembros de la Comisión no tenían el mismo concepto de este tema, tan ardorosamente discutido,
¿podían con razón, esperar que "todos los miembros de la Iglesia" recibiesen, como "la suprema" enseñanza
de nuestra religión, una doctrina que, por una parte, no tiene una clara base en la Sagrada Escritura y, por otra,
puede tener y, de hecho ha tenido y tiene, diversas interpretaciones, que explícitamente no habían sido ni
definidas ni condenadas?

Paulo VI, aunque tarde, se dio cuenta de la trampa que el "progresismo" le había puesto, para, con el pretexto
de declarar la "colegialidad", destruir prácticamente el Primado de Jurisdicción y la Supremacía del Magisterio
de los sucesores de Pedro. Por eso, aunque fuera del texto, puso esa "Nota" preliminar explicativa, que, según
su expresa voluntad, debía abarcar a todo el capítulo 3 del esquema de Iglesia. La doctrina, contenida en este
capítulo, debe ser explicada y entendida según el "significado y tenor de esta "NOTA".

Es de lamentar que la doctrina expuesta en la NOTA, la cual no era otra que la doctrina definida como de fe, en
el Vaticano I sobre las prerrogativas de los sucesores de Pedro, no haya sido reestructurada y adecuadamente
esclarecida en una nueva redacción del esquema; es de lamentar que en una Nota preliminar se hayan
expuesto los dogmas fundamentales de nuestra fe, que son los que delimitan y precisan el único valor que
para nosotros tiene la "colegialidad episcopal", que ha destruido en muchos casos la unidad de la Iglesia y
ha hecho a muchos obispos —como a nuestro Obispo tan conocido de Cuernavaca— sentirse casi Papas, ya
que consideran al Papa, como "primus ínter pares", el primer obispo entre los iguales Obispos.

CONTINUARÁ...
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Message  Javier Sam 05 Jan 2019, 10:03 am

LA DOCTRINA A SALVO . . . Pero, ¿LAS CONSECUENCIAS?

Es indudable que la discusión sobre la "colegialidad" fue una de las más agitadas y peligrosas del Vaticano II.
El "ecumenismo", la "unión con las sectas separadas", uno de los principales, si no el principal objetivo de
ese Concilio Pastoral
, tropezaba, como con uno de los más graves obstáculos para la "unión" de los
protestantes con la Iglesia Católica o, mejor dicho, para la unión de la Iglesia Católica con las sectas
protestantes, en el 'Consejo Mundial de las Iglesias", entre otros puntos fundamentales de nuestra fe católica,
con el Primado de Jurisdicción y la Supremacía del Magisterio del Romano Pontífice. Era necesaria, pues,
eliminar o debilitar, al menos, esos dogmas católicos, fundados en la Escritura y en la Tradición.
La
"colegialidad", la existencia en la Iglesia de un Cuerpo Episcopal, cuya cabeza, si se quiere, es el Papa, pero
del que son partes integrantes e iguales todos los obispos, ponía al Papa, si queréis, en una primacía de
honor, en un centro de coordinación, en una especie de Secretario General, como el que usan en el "Consejo
Mundial de las Iglesias"
, entre los protestantes; pero no como Cabeza suprema de la Iglesia.

La Operación Staffa, como, con ironía, designaron los "progresistas", la actuación de este sabio y valiente
defensor de la fe y la verdad católica, no obtuvo, al parecer, los resultados buscados, para salvar, en punto tan
básico e importante la doctrina esencial del Romano Pontíf¡ce. El Papa se contentó con ordenar una
investigación oficial sobre estas y otras violaciones en los procedimientos del Concilio. La táctica seguida por
los "peritos" había sido hábil, a no dudarlo; se redactó y se puso a votación un esquema en extremo escabroso
y de suma trascendencia, sin empezar por precisar y definir la noción misma de lo que la Comisión entendía
por "colegialidad". Y así se hizo, de un modo global e impreciso, la votación general, sobre el esquema
preparado hábilmente por la Comisión, con fines evidentemente partidaristas.

Ya antes, hicimos ver los diversos sentidos, que en los diversos grupos tenía o pretendía tener la palabra
"colegialidad". Según lo definido, como dogmas de fe, en el Vaticano I, nada podría añadirse, en este
concepto, que, en lo más mínimo, menguase las prerrogativas propías y exclusivas de Pedro y de sus
sucesores. La idea de "Colegio", fuera de la unión y dependencia de los obispos, respecto del Papa y de la
jurisdicción participada que tienen en sus diócesis, no tenía, ni podía tener valor jurídico ninguno, por lo que se
refiere a la Iglesia Universal. El Obispo es en su diócesis lo que el Papa es en toda la Iglesia, cuya unidad se
afirma en la dependencia o comunión con el Romano Pontífice, de los obispos, sacerdotes y fieles. En los
mismos Concilios Ecuménicos, en donde se realiza de una manera más tangible la idea de "Colegio" y de la
"colegialidad", no se rompe, ni disminuye, en lo más mínimo, la dependencia de todos los miembros conciliares
respecto del Papa.

Pero, el "progresismo", el "reformismo imperante" pretendía reaccionar contra lo que ellos llamaban
"centralismo papal", buscando en la idea vaga de "Colegio Apostólico" una participación real de todos los
obispos en el gobierno universal de la Iglesia y en los poderes y prerrogativas del Sumo Pontífice
. Esta es la
idea extrema y herética del cardenal Suenens, que, llevada a la práctica, hubiera destruido lo que el Vaticano I
había definido respecto al Romano Pontífice, como dogmas de fe irreformables, en su sentido y expresión, y
hubiera también destruido a la misma Iglesia de Dios.


El esquema, tal como había sido redactado por la Comisión, había sido aprobado por Paulo VI, antes de su
primera votación. El Papa Montini, a pesar de la teológica carta de Mons. Staffa y del documento redactado por
los 35 Cardenales y Superiores Generales de algunas Ordenes religiosas, en el que Advertían al Pontífice que
el texto sobre la "colegialidad", globalmente votado, tenía una marcada tendencia revolucionaria, o por lo
menos, ambigua, que, a la larga, se prestaría a interpretaciones radicales y destructivas, después del Concilio
no pareció aceptar estas fundamentales advertencias. El esquema parecía seguir contando con la aprobación
y el apoyo de Paulo VI. Ni la visita personal del Cardenal, que encabezaba la carta, ni las explicaciones
amplias, que, en nombre propio y de sus representados dio al Pontífice, ni los sólidos argumentos expuestos
en las cartas de Mons. Staffora y de los Cardenales y Superiores Generales de algunas Ordenes religiosas
hicieron a Paulo VI cambiar aquella que parecía su terminante decisión.


¿Fue ingenuidad? ¿Fue falta de visión? ¿Fue participación consciente, consigna dada por el Papa Montini de
una proyectada reforma a esta estructura fundamental de la Iglesia y de su Jerarquía, tal como había sido
instituida por su Divino Fundador, Jesucristo? Esta es una interrogación difícil de responder de una manera
categórica y cierta. Pero lo que el hecho histórico nos demuestra es que el Papa Montini no es débil, ni
indeciso, como piensan algunos, sino, por el contrario, sabe muy bien lo que busca y los medios por los que
puede llevar sus planes adelante, dejando caer la responsabilidad de sus decisiones sobre las mayorías
episcopales, en un plan democrático.


¿Por qué, tratándose de un asunto tan importante y trascendental, relacionado con la esencia misma de la
Iglesia, se negó Paulo VI a que los teólogos de ambos grupos discutieran en su misma presencia sobre sus
opuestos puntos de vista? ¿Por qué se turbó al oir los tres primeros nombres, que el Cardenal le dio de los
teólogos del grupo antiprogresista, que iban a impugnar el esquema votado? ¿Por qué acudió a la afirmación
de que el texto de la "colegialidad" había sido ya aceptado por una abrumadora mayoría, mayor que la
necesaria, si el Papa Montini sabía muy bien que esa primera votación —como fue expresamente declarado a
los Padres Conciliares— no tenía un valor definitivo, sino tan sólo explorativo? Aun admitiendo la mucha
consideración y mucha oración que Paulo VI creía que los padres tuvieron, antes de votar sobre tema tan
grave no parece una razón convincente para negarse a esa disputa, en la que debía esclarecerse ese tema de
incalculable trascendencia, en el que se debatía el porvenir y aún la existencia de la Iglesia.


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Message  Javier Dim 06 Jan 2019, 10:41 am

Lo que providencialmente vino a salvar tan delicada situación fue la imprudente jactancia de uno de los
extremistas en las filas del progresismo, quien expresó anticipadamente la herética interpretación que ellos
pensaban dar al texto votado, una vez que el Concilio hubiese terminado.

Ese papel cayó en las manos del anteriormente mencionado grupo de Cardenales y Superiores de algunas
Ordenes religiosas, cuyo representante lo llevó personalmente a Paulo VI.

Ante la evidencia de la prueba, ¿cuál fue la solución excogitada por el Paulo VI? Ni aun entonces dio su brazo
a torcer. A su juicio, ya que el texto del esquema no contenía ninguna falsa afirmación, sino tan sólo términos
ambiguos, pensó que, conservando el texto original, podía añadir una explicación, una "NOTA",
cuidadosamente redactada, que eliminase toda torcida interpretación. Esta solución es, pienso yo, una nueva
prueba de cuál era, desde un principio, la mentalidad del Papa Montini, en este gravísimo asunto. La
ambigüedad era casi general en todo el texto o, por lo menos, en sus partes más delicadas y peligrosas; no
parece que una NOTA PRELIMINAR EXPLICATORIA fuese bastante para poner todos los puntos sobre las íes.
¿Por qué no rehacer todo el esquema? ¿Por qué no asentar, como base principal de todos los otros puntos, la
doctrina ya definida en el Vaticano I, doctrina que todos los católicos tenemos que aceptar, bajo pena de eterna
condenación? ¿Por qué dejar una puerta abierta, para que los enemigos, en cualquier tiempo, puedan insistir
en sus demandas?


Es verdad que en la carta, que por instrucciones de Paulo VI envió al Cardenal Ottaviani el Secretario de
Estado, además de la "NOTA" se pedía que algunos otros puntos del esquema fuesen con mayor precisión
expresados. Pero, con mayor razón, pregunto: ¿por qué no rehacer todo el esquema y no querer con esos
remiendos salvar la doctrina en punto tan trascendental, cuando es la voz de un Concilio la que habla?


El Secretario General del Concilio, hizo tres famosas declaraciones a todos los Padres, incluyendo a la
Presidencia del Concilio y a los Cardenales moderadores. Las dos primeras, sin nombrar al Arzobispo Staffa,
se referían a la carta que este Prelado dirigió a Paulo VI el 7 de noviembre. Según el Secretario General no
había habido ninguna violación a las reglas directrices del Concilio. Las dudas concernientes a la doctrina
expuesta en el capítulo tercero, ya habían sido entregadas, para ser debidamente examinadas, a la Comisión
Teológica, por segunda vez.

Aquí parece haber cierta contradicción, en la respuesta: si no hubo violación, si las dudas propuestas por los
padres no tenían el suficiente peso para ser discutidas, ¿a qué mandarlas a la Comisión Teológica para ser
nuevamente revisadas? ¿Acaso, sin oír a los quejosos, podía la dicha Comisión Teológica dar una respuesta a
todos satisfactoria? Un estudio completo y sólido de esa Comisión, no podía hacerse -así parece- sin un
diálogo, una discusión de los "peritos" de la Comisión Teológica con los Padres inconformes en la redacción
del documento, en donde toda ambigüedad fuese totalmente eliminada.

Más sorprendente fue la segunda advertencia del Secretario General: La enseñanza, según esta notificación,
de este capítulo no era una definición infalible; no era un nuevo dogma sino que era una enseñanza que
debía ser aceptada por todos como la enseñanza de la Suprema autoridad de la Iglesia. Yo conozco -como
ya lo he expresado en otras partes- que hay dos clases de enseñanzas del Magisterio de la Iglesia (Papa o
Concilio)
: la extraordinaria que es la definición de un dogma nuevo, la cual siempre es infalible; y
la ordinaria la cuál sólo es infalible, cuando se refiere a verdades ya dogmáticamente definidas anteriormente
por Papas o Concilios, o a verdades que siempre y en todas partes enseñó la Iglesia. Esa "enseñanza de la
Suprema autoridad de la Iglesia"
de que nos habla el Secretario General, suponemos que se refiere a la
enseñanza del Papa Montini, que él mismo nos advierte, por boca del Secretario General, no es "infalible", es
decir que puede equivocarse, que no es una definición dogmática de ningún Papa, ni es una doctrina que
siempre y en todas partes haya enseñado la Iglesia; pero que debe ser aceptada, porque es de la Suprema
Autoridad del Magisterio, aunque él mismo reconozca que no está usando esa suprema autoridad, en una
nueva definición, ni se está apoyando en definiciones anteriores de Papas o Concilios, ni en una enseñanza
tradicional y universal de la Iglesia de Cristo. Y más inquieta el ver el contraste entre las enseñanzas
equívocas de este Concilio con las enseñanzas invariables de la Iglesia de siempre.


Queda solo, como garantía de la nueva doctrina que quieren imponernos, el "obsequium religiosum" de que
hablan los teólogos, que no tiene lugar, cuando existe una contradicción con verdades infalibles, ya definidas o
siempre profesadas por la Iglesia.

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Message  Javier Lun 07 Jan 2019, 1:40 pm

Es en la tercera declaración del Secretario General donde se advierte el valor y el sentido de la "NOTA
EXPLICATIVA PRELIMINAR"
, la que providencialmente vino a salvar, a lo menos para todos los católicos
sinceros, la fe católica, definida inmutablemente por el Concilio Ecuménico Vaticano I. Según esta declaración
la "NOTA" abarcaba todo el capítulo 3 del esquema sobre la "colegialidad". No hay "colegialidad" sin Pedro,
sin el Papa; no hay gobierno de la Iglesia Universal sino en el Papa. Los Obispos, aun en el gobierno de sus
diócesis dependen del Papa. Aunque la "mayoría" de ellos piensen en modo opuesto al Papa; aunque decidan
algo sin el Papa, su opinión y sus mandatos carecen de valor para la Iglesia Universal, sin la suprema y
definitiva decisión del Sumo Pontífice. Es decir, el "COLEGIO EPISCOPAL" no es una entidad jurídica
universal, ni su doctrina puede considerarse como católica, hasta que queda aprobada y promulgada por
Pedro y sus sucesores, con las condiciones ya anteriormente expresadas, a no ser que esa doctrina, sin haber
sido definida, haya sido siempre aceptada por la Iglesia universal.

Al advertir, pues, el Secretario General que la enseñanza sobre la "colegialidad" no es infalible, no es
dogmática, podemos, sin pecado, sin herejía alguna, rechazar esa doctrina, sobre todo, cuando con ella se
pretende establecer una falsa base para destruir el Primado de Jurisdicción y la Supremacía del Magisterio de
Pedro y de los sucesores de Pedro.

Recordemos aquí lo que definió el Vaticano I:

"Si quis dixerit, beatum Petrum Apostolum non esse a Christo Domino constitutum Apostolorum omnium principem et totius
ecclesiae MILITANTIS VISIBILE CAPUT; vel eundem honoris tantum, non autem verae propriaeque jurisdictionis primatum ab
eodem Domino nostro Jesu Christo directe et immediatae accepisse: ANATHEMA SIT".


(Si alguno dijere que el bienaventurado Apóstol Pedro no fue constituido, por Cristo Señor nuestro, príncipe de todos los Apóstoles;
o que ese primado, que recibió directa e inmediatamente del mismo Jesucristo Nuestro Señor, fue tan sólo un primado de honor y
no de una verdadera y propia jurisdicción, QUE SEA ANATEMA).


Y en el capítulo segundo leemos:

"Si quis ergo dixerit, non esse ex ípsius Christi Domini institutione seu jure divinu, ut beatus Petrus in primatu super universam
Ecclesiam habeat perpetuos successores: aut Romanum Pontificem non esse beati Petri in eodem primatu successorem.
ANATHEMA SIT".


(Si alguno dijere que no es de institución de Cristo Nuestro Señor o de derecho divino que el bienaventurado Pedro tenga
perpetuos sucesores en el primado sobre toda la Iglesia: o que el Romano Pontífice no es el sucesor en ese primado del
bienaventurado San Pedro, QUE SEA ANATEMA).


Y en la definición dogmática de la Infalibilidad Pontificia, promulgada por el mismo Concilio, leemos también:

"Itaque Nos traditioni a fidei christianae exordio perceptae fide liter inhaerendo, ad Dei Salvatoris nostri gloriam, religionis catholi
cae exaltationem et christianorum populorum, salutem, sacro approbante Concilio, DOCE MUS ET DIVINITUS REVELATUM
DOGMA ESSE DEFINIMUS:

"Romanum Pontificem, cum ex cathedra loquitur, id est, cum omnium christianorum pastoris et doctoris fungens pro suprema sua
Apostólica auctoritate doctrinam de fide vel moribus ab universa Ecclesia tenendam definit, per assistentiam divinam ipsi in beato
Petro promissam, ea infallibilitate pollere, qua Divinus Redemptor Ecclesiam suam in definienda doctrina de fide vel moribus
instructam esse voluit; ideoque eiusdem Romam Pontificis definitiones ex sese, non autem ex consensu Ecclesiae, irreformables
esse".


(Así es como nosotros, adheridos fielmente a la tradición, que so remonta a los comienzos mismos de la fe cristiana, para gloria de
nuestro Dios y Salvador, para exaltación de la religión católica y para salud de los pueblos cristianos, con aprobación del Sagrado
Concilio, ENSEÑAMOS y definimos como dogma revelado por Dios: (Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es,
cuando en el cumplimiento de sus altísimos deberes de Pastor y Doctor de todos los cristianos, con su Suprema autoridad
Apostólica, define una doctrina sobre la fe y costumbres, que debe ser creída por toda la Universal Iglesia, por la asistencia divina,
que le fue prometida en la persona de San Pedro, goza de aquella infalibilidad, la cual el Divino Redentor quiso que su Iglesia
tuviese al definir la doctrina pertinente a la fe o a la moral; y que, por lo mismo, las definiciones del Romano Pontífice, por sí
mismas, no por el consentimiento de la Iglesia, son irreformables").


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Message  Javier Jeu 10 Jan 2019, 4:28 pm

Permítaseme ahora, dada la importancia de la materia, reproducir aquí parte de mi libro "DONDE ESTA EL
PAPA, ALLÍ ESTA LA IGLESIA"
ya que así quitaré toda duda sobre mi ortodoxia y daré una demostración de
que conozco la materia que estoy tratando:

"Demostrado que Cristo fundó en su Iglesia un Magisterio auténtico
e infalible, preservado del error por la asistencia especialísima del Espíritu Santo, hemos visto que
Pedro independientemente del Colegio Apostólico como fundamento de la Iglesia, como Pastor supremo
del rebaño de Cristo, como cabeza visible de la Iglesia, recibió entre sus prerrogativas y poderes, el don de la
infalibilidad didáctica en el ejercicio de su supremo Magisterio.

Hicimos hincapié en que evidentemente esa prerrogativa no le fue dada a Pedro en beneficio propio, sino para
bien de la Iglesia. El fin mismo de la Iglesia exige que los sucesores de Pedro, en el Magisterio jerárquico,
estén también preservados contra todos los errores doctrinarios. O ¿vamos a pensar que Cristo dio solamente
a los primeros cristianos un Magisterio infalible, dejando a las generaciones posteriores al cuidado de un
magisterio meramente humano y falible? ¿Cómo entender entonces las promesas del Divino Fundador de una
asistencia divina hasta la consumación de los siglos? Creer en la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia, creer
en la infalibilidad de los sucesores de Pedro no es otra cosa que creer en el cumplimiento de las promesas de
Jesucristo; creer en la "INERRANCIA" de la Iglesia, creer en su origen divino.

El supremo Magisterio de Pedro, que tiene por fin conservar la verdad y unidad de la doctrina de la Iglesia,
sería ineficaz, si no gozase de la asistencia especial del Espíritu Santo, mediante la cual custodiase
incontaminada la revelación, el Depósito de la Fe, predicada por los apóstoles, enseñada por Cristo y
fielmente la expusiese; es decir, si no fuese infalible. Porque, en la Iglesia, la fe ha de ser una y tan cierta, que
sin ninguna clase de duda o temor prudente, pronta y seguramente podamos conocer todo lo que nos es
necesario para salvamos, según las palabras de Cristo: "El que creyere será salvo; el que no creyere, se
condenará".


Ahora bien, ¿quién sería capaz, entre los puros hombres y sin esta asistencia divina, sin esta prerrogativa,
tratándose de una religión revelada, que comprende un cuerpo de doctrina, que se ha de creer, un conjunto de
leyes que deben ser cumplidas y ciertos ritos y ceremonias que se han de guardar en el culto que se tributa a
Dios; y tratándose de hombres de tan débil inteligencia, tan volubles, tan diversos en su modo de sentir y de
apreciar las cosas y tan llenos de toda clase de pasiones, quién sería capaz, —digo—, de conservar la unidad
de la fe con tan heterogéneos elementos?

Ni vale decir que la Iglesia decidiría, pues, ¿quién, con la frecuencia necesaria, estaría encargado de consultar
el parecer de todos los miembros de la Iglesia o de su Jerarquía? ¿Quién determinaría el número de votos que
se requerirían y con qué autoridad haría esta determinación? ¿Tendrían más valor los votos de los más
ancianos, de los más doctos, de los más nobles? o por el contrario, ¿valdrían más los votos de los jóvenes, de
los ignorantes, de los plebeyos? ¿Se buscaría en la frecuente convocación de los Concilios el medio para
definir siempre la verdad? Pero, el Concilio no puede ser el medio para encontrar el fin propuesto, porque
-haciendo a un lado otras razones— la Iglesia no podría estar en un Concilio permanente. Tendría, por lo tanto,
que convocarse el Concilio para resolver cada caso particular y para decir si una nueva doctrina es o no es
parte del Depósito de la divina revelación. Y ¿quién no ve las dificultades y dilaciones que estos Concilios
traerían consigo? Basta observar que en los dos mil años de la Iglesia, tan sólo ha habido 21 Concilios
Ecuménicos, incluyendo el último, si es que, por su carácter pastoral, puede considerarse como un verdadero
Concilio. Entre Trento y el Vaticano I transcurrieron tres siglos; y entre el Vaticano I y el Vaticano II muy cerca
de cien años. Por el contrario, los errores se suceden con pasmosa rapidez y todos los días surgen
controversias en materia de fe y de moral de cuya correcta solución depende para todos la eterna salvación.


Es, pues, necesaria esta prerrogativa del romano Pontífice. Si Cristo se la concedió a San Pedro, no pudo
negarla a sus sucesores. Cristo no hizo la Iglesia para un siglo, sino hasta la consumación de los siglos. La
unidad y la estabilidad de la Iglesia exigen esta prerrogativa en aquel que es su fundamento y el Pastor
supremo del rebaño de Cristo. Quitad la infalibilidad didáctica del Sumo Pontífice y los miembros de la Iglesia,
como los protestantes, andarán desorientados, como ovejas sin pastor, expuestas constantemente a caer en
las garras del lobo."


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Message  Javier Sam 12 Jan 2019, 6:31 am


Para ver el alcance y el verdadero sentido de la infalibilidad didáctica del romano Pontífice, vamos a traducir de
nuevo ahora las palabras, cuyo texto latino dejamos ya citado más arriba;

"Asi, pues, Nosotros, apoyándonos firmemente en una tradición que se remonta al exordio mismo de la fe cristiana recibida, para
gloria de nuestro Dios y Salvador, para exaltación de la religión católica y para salud del pueblo cristiano, con la aprobación del
Sagrado Concilio, enseñamos y definimos como dogma revelado por Dios:

Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando ejerce su oficio de pastor y de doctor de todos los cristianos,
al definir con su suprema autoridad apostólica la doctrina de la fe o de costumbres, que debe ser creída por toda la Iglesia, es por
si infalible, y, por lo mismo, sus definiciones, por si mismas, no por el consentimiento de la Iglesia, son irreformables". (Conc. Vat.,
sess. IV, c. 4).


Según las palabras citadas, el Romano Pontífice, es considerado aquí como cabeza visible de todo el Cuerpo
de la Iglesia, como Pastor de todo el rebaño de Cristo, como Vicario en la tierra del mismo Salvador; y, por lo
tanto, en cuanto ejerce su propio oficio de enseñar, definir y declarar la verdadera fe, la Verdad Revelada, y
las leyes saludables de las costumbres y aquellas cosas que con ellas están conectadas; y así mantiene la
unidad de la Iglesia y la pureza de la vida de los fieles. El Romano Pontífice puede ser considerado en tres
diversas maneras:

.-Como hombre particular, como teólogo privado; y entonces, es evidente que puede errar, no sólo en
cuestiones puramente humanas, sino aún en asuntos relacionados con la fe; sin que esto signifique que pueda
llegar a definir ex cathedra el error.

2°.-Como Pontífice, pero no definiendo algo, en virtud de la plenitud de su autoridad apostólica. Por ejemplo,
cuando habla acerca de un asunto que no pertenece a la Iglesia Universal, o, cuando menos, aunque sea un
asunto pertinente a la Iglesia Universal, su juicio no es dogmático, no es último y definitivo.

Hay que tener presente que la definición papal no supone un descubrimiento científico o teológico que haga el
Papa, sino simplemente decimos, enseñarnos infaliblemente que esa verdad definida por él está comprendida
en el Depósito de la Divina Revelación. Aunque, según la definición del Concilio Vaticano I, no alcanza a otros
casos la infalibilidad pontificia, sería, sin embargo, temerario oponerse y negar —sin graves y evidentísimos
razones
- las enseñanzas de los Papas, ya que cuentan siempre, aunque no de esa extraordinaria asistencia
divina, que supone sus definiciones ex cathedra, con la gracia de estado, la asistencia divina, que exige, sin
embargo, la libre cooperación de la libertad humana.

En muchas de las Encíclicas, en las que, cumpliendo su oficio de Pastor de la Iglesia, los Papas exponen la
doctrina católica, en el Magisterio ordinario de la Iglesia, pero no hacen propiamente una definición, no emiten
un juicio dogmático nuevo, sin más bien instruyen a los fieles con la doctrina de la Iglesia, que es Columna y
Firmamento de la Verdad, por ser dirigidas a la Iglesia Universal, en los puntos substanciales que directamente
son allí expuestos, aunque no contengan una nueva definición, deben ser aceptadas con toda sumisión por los
fieles, a no ser que encontremos una doctrina novedosa, que contradice la voz secular de la tradición y
de las enseñanzas definitivas de otros Pontífices.


3°. -Finalmente, cuando habla ex cathedra, como Pontífice máximo, precisamente "en cuanto ejerce su oficio
de Pastor y Doctor de todos los católicos, al definir, con su suprema autoridad apostólica la doctrina de la fe o
de costumbres, que debe ser creída por toda la Iglesia".
En este tercer caso, cuando define ya sea una verdad
que no había sido antes definida, ya sea una verdad contenida explícitamente en las enseñanzas del
Magisterio de la Iglesia, que el Papa con nuevo juicio, con nueva definición ratifica y confirma, según las
exigencias de los tiempos, como Pastor y Doctor supremo de todos los cristianos, es infalible, no puede errar
"por la asistencia divina que le fue prometida a San Pedro, para bien de la Iglesia". A este último caso se refiere
expresa y directamente la definición dogmática del Vaticano I.

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