EL SANTO ABANDONO (Dom Vital Lehodey)

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Message  Javier Lun 08 Avr 2019, 9:48 am

1º.- El grado de virtud. «Este depende a la vez -dice el P. le
Gaudier- del hombre y de la gracia. Podemos, pues, y hasta
debemos hacer los mayores esfuerzos para aumentarlo sin
cesar, contentándonos, sin embargo, con la medida que
pluguiere a la divina Bondad.
Por esto, si observamos que
nuestros progresos disminuyen o se paralizan, si llegamos a
omitir obras de virtud y aun a caer positivamente en algún
defecto, hemos de afligirnos de haber faltado a la gracia y por
no haber correspondido a los deseos de Dios. Mas, ya que El
juzgó oportuno permitir esta caída o poner este limite a
nuestros progresos para procurar su gloria y nuestra
humillación y para castigar también nuestra negligencia, es de
todo punto necesario conformar nuestra voluntad a la suya.»

Declaramos, sin embargo, con este piadoso autor, que «si no
subimos más alto, es por lo regular debido a nuestra culpa: la
gracia abunda en toda alma fiel, pero nosotros no tenemos un
ideal bastante elevado, y nos falta el valor y la perseverancia».


2º.- Las maneras defectuosas de practicar la virtud. Un
orgullo secreto, la necesidad de gozar, el miedo de sufrir,
pueden en efecto mezclarse en ella. Pertenece a la
mortificación cristiana poner orden, mas la Providencia nos
proveerá gustosa de los medios para conseguirlo. Citemos
algunos ejemplos: Existe ante todo la manera egoísta de
buscarnos a nosotros mismos en las diversas consolaciones,
en nuestros ejercicios de devoción y hasta en el progreso de
nuestras virtudes. Dios nos gobernará en forma tal que nos
quite poco a poco estos apegos, a fin de que con mayor
pureza y simplicidad no ansiemos sino el beneplácito de su
divina Majestad, y cultivemos en adelante las virtudes
; «no ya
porque ellas nos son agradables, honrosas y a propósito para
contentar el amor que nos tenemos a nosotros mismos, sino
porque son agradables a Dios, útiles a su honor y destinadas
a su gloria».
De ahí el que aun las almas más selectas sientan
la aridez, atormentadas por mil repugnancias y dificultades,
quebrantadas y aniquiladas por el sentimiento de su
impotencia y de sus miserias. Dios quiere despojarlas del
orgullo y de la sensualidad, para que aprendan a no servirle
sino a El sólo y por puro espíritu de fe.


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Message  Javier Mer 10 Avr 2019, 9:37 am

Existe también la manera inquieta y apresurada. Muchas,
luego que se han decidido a perfeccionarse por la adquisición
de las virtudes, querrían poseerlas todas de un golpe; como si
aspirar a la perfección bastara para poseerlas sin trabajo. Dios
exige que hagamos cuanto está de nuestra parte por la
fidelidad en conservar cada virtud según nuestra condición y
vocación.
Nos quiere así acostumbrar a tender a la perfección
por grados con un corazón tranquilo.
Por lo que mira a llegar a
ella más pronto o más tarde, pide que lo dejemos a su
Providencia; y suavemente nos conducirá, de suerte que
moderemos la impaciencia de nuestros deseos y nos
conservemos en la humildad.


3º.- Algunos medios de practicar la virtud. Dios se reserva
el intervenir a su tiempo y como le plazca, para allanar los
obstáculos, suscitar las ocasiones y facilitar el trabajo. Lo hace
por cada acontecimiento de su beneplácito, empleando a
todos los hombres en los intereses de su gloria, «pero a unos
en la acción más que en el sufrimiento, a otros por el martirio,
las persecuciones, la mortificación voluntaria, la enfermedad,
etc. Nuestro papel consiste en hacernos indiferentes a todas
estas cosas y esperar el divino beneplácito, y después, en
abrazar su santa voluntad y estrecharla con amor así que
aparezca claramente».
¿Acaso no es ella soberanamente
sabia, paternal y saludable? Por otra parte, nadie tiene
derecho a pedir cuenta a Dios de por qué nos pone aquí o por
qué no nos conduce de otra manera.
Mucho menos podemos
exigir de El algunas de esas intervenciones especiales, en que
su acción singularmente poderosa ilumina, abrasa, transforma
las almas, o al menos las hace realizar un sensible progreso
en poco tiempo y como sin esfuerzo de su parte. Santa Teresa
en varios lugares de su Vida señala casos de este género.
Cuenta en particular cómo el primer rapto con que el Señor la
favoreció despególa súbitamente de ciertas amistades muy
inocentes, pero a las que estaba muy apegada, y cómo
después le era imposible entablar otras de las que no fuere
Dios el único lazo. Mas estas ascensiones rápidas, estas
iluminaciones súbitas, estas transformaciones sorprendentes
no son sino muy raras excepciones. Dios, habiéndonos dotado
de inteligencia y de voluntad libre, poniendo su gracia a
nuestra disposición, «nos ha dejado en manos de nuestro
consejo»
; y así a nuestra actividad espiritual es a la que
debemos exigir la práctica de las virtudes. Sería harto
temerario y hasta insensato quien, contando con
intervenciones extraordinarias de Dios, descuidase la iniciativa
personal y se durmiera en la pereza.


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Message  Javier Sam 13 Avr 2019, 12:50 pm

Artículo 4º.- La huida del pecado

«La vida del hombre sobre la tierra es un combate». Día y
noche los enemigos de dentro y de fuera nos acechan con
intento de robarnos el tesoro de nuestras virtudes, y aun la
vida de la gracia y de la gloria. Es preciso vigilar, orar, luchar
sin tregua, rechazar de continuo los asaltos del infierno,
descubrir sus artificios, tener a raya nuestras malas
inclinaciones y nuestras pasiones desarregladas, que están en
inteligencia con él; y si ha conseguido penetrar en nuestras
filas por el pecado, arrojarlo por la penitencia, reparar las
consecuencias de nuestra falta, prevenir una nueva ofensiva,
preparar la final victoria mediante la vigilancia y ánimo siempre
alerta, y puesto que somos la debilidad misma, hemos de
llamar en nuestra ayuda a la omnipotencia de Dios.
La lucha
es de absoluta necesidad y no debe terminar sino con la vida.

El día que cesemos de combatir, el pecado nos invadirá como
un implacable enemigo, y se precipitará sobre un país que ha
cesado de oponerle una resistencia victoriosa. Además,
téngase en cuenta lo que cuesta despegarse de todo y
establecerse sólidamente en la pureza del corazón y en la paz
del alma, por lo que, una vez adquirida, es preciso conservarla
a todo trance.


«Nuestro Señor no cesa de exhortar, prometer, amenazar,
defender, mandar e inspirar, a fin de apartar nuestra voluntad
del pecado, en cuanto esto puede hacerse sin quitarnos la
libertad.»
La voluntad divina nos ha sido significada mil veces
y bajo todas las formas, y ante una voluntad divina tan
claramente conocida en cosas de tan capital importancia, la
indiferencia sería criminal.
Preciso es, pues, resolverse a
luchar sin tregua ni descanso y entrar en combate, sin esperar
otra cosa que la gracia prometida a la oración y a la fidelidad.


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Message  Javier Dim 14 Avr 2019, 6:05 am

Sin duda, Dios pudiera venir en nuestra ayuda por una de
esas intervenciones poderosas que rinden al alma y la
cambian con pasmosa prontitud; y así es como Magdalena, la
pecadora escandalosa, se transforma en un momento y llega
a ser maravillosamente pura; así es como Pedro, después de
su triple negación, tropieza con la mirada de Jesús y comienza
a derramar lágrimas que jamás han de cesar; como el buen
ladrón, hasta entonces malhechor y blasfemo, realiza en el
postrer momento una entera conversión y recibe de boca del
Salvador la más consoladora seguridad; de esta manera es
como los Apóstoles, antes tímidos e imperfectos, son
confirmados en gracia y colmados de un valor intrépido el día
de Pentecostés; como Saulo, el ardiente perseguidor, cae
postrado en el camino de Damasco y pronto quedará
convertido en un Apóstol no menos ardoroso. Dios pudiera sin
dificultad hacernos pasar en un instante del pecado o de la
tibieza a las más santas disposiciones, ya que en su poder
están todas estas maravillosas transformaciones, mas, como
advierte San Francisco de Sales, «son tan extraordinarias en
la gracia, como la resurrección de los cuerpos en la
naturaleza; de suerte, que no hemos de pretenderlas».
De
igual manera, Dios pudiera calmar a las almas a quienes ve en
la turbación o en otras disposiciones penosas, y hacerlo con
una sola palabra suya, y establecerlas súbitamente en el
estado en que El las quiere. Hácelo algunas veces, pero no es
éste su método habitual.
Prefiere que la «purgación y curación
ordinaria, sea de los cuerpos, sea de los espíritus, no se haga
sino poco a poco, progresivamente, paso a paso y entre
dificultades y gustos».


Dios juzga más glorioso para nosotros y para El no
salvarnos sin nosotros, o que nuestra perdición dependa de
nosotros. Si nos preservase, si nos convirtiese, si nos
transformase casi sin trabajo de nuestra parte,
¿dónde estaría
nuestro mérito?
Por el contrario, dejándonos más tiempo a
nuestra propia determinación, exige de nosotros mayores
esfuerzos, pero nos ofrece con el honor y mérito una fuente de
incesantes progresos por la vigilancia, la oración, el combate,
la penitencia, la humildad, la mortificación cristiana.

Habiéndonos creado libres, nos gobierna libremente, juzgando
preferible sacar bien del mal, a costa de nuestra libertad.
Quiere, pues, que luchemos contra nuestras malas
inclinaciones, nuestras pasiones desarregladas y los
enemigos de fuera.
El, que nos ha trazado el camino, nos
ofrecerá su gracia, nos recompensará según nuestras obras;
pero nos deja obrar. Preciso es armarnos de valor para la
lucha, adorando a la divina Providencia en esta santa
disposición, «en la que brillan su sabiduría en regir las
criaturas libres, su liberalidad en recompensar a los buenos,
su paciencia en soportar a los malos, su poder para
convertirlos, o por lo menos, para llamarlos al orden por la
justicia, y en fin, el bien de su gloria que El halla en todas las
cosas y es la que únicamente busca en todas ellas».
Pero
obedezcamos al mismo tiempo a su voluntad significada, que
nos ordena aborrecer el pecado, evitarlo mediante la
vigilancia, la oración y el combate o repararlo por la
penitencia.


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Message  Javier Lun 15 Avr 2019, 9:33 am

Artículo 5º.- La observancia de los preceptos, votos, Reglas, etc.


Expuesto ya lo concerniente a la gloria eterna, a la vida de
la gracia, a la práctica de las virtudes y a la huida del pecado,
agrupamos aquí en este mismo articulo todas las restantes
materias pertenecientes a la voluntad de Dios significada,
como son: los preceptos de Dios y de la Iglesia, los consejos
evangélicos, los deberes de estado, y por consiguiente para
nuestros religiosos, nuestros votos, nuestras Reglas y las
órdenes de nuestros Superiores; y por último, las inspiraciones
de la gracia, los ejemplos de Nuestro Señor y de los santos.

Ya que todo esto pertenece a la voluntad de Dios
significada, constituye el dominio propio de la obediencia y no
del abandono. Constituye, además, los medios que nos asigna
Dios para huir del pecado, cultivar las virtudes, vivir de la
gracia y tender a la gloria; y como El quiere el fin, quiere
también los medios y los tiene en grande estima. Impone los
unos por vía de precepto, o si no son obligatorios, llegan a
serlo para nosotros por efecto de nuestra profesión; los otros
continúan siendo facultativos, pero es Dios mismo quien nos lo
propone, si bien es El quien nos incita por sus promesas y nos
atrae por su gracia para no descuidarlos. Así es como, por
ejemplo, nos induce, además de las oraciones y sacrificios
obligatoriamente tasados por nuestras Reglas, y mediante las
condiciones requeridas, a hacer algo más por nuestra buena
voluntad, y nos mueve a multiplicar los actos interiores de las
virtudes, a seguir más de cerca a los santos, a nuestro dulce y
amado Salvador Jesús.

En consecuencia, para cumplir todas estas cosas, al
menos en lo que atañe a su obligatoriedad, no hemos de
esperar a que los acontecimientos nos declaren la voluntad
divina, o a que una moción especial del Espíritu Santo nos
incline a cumplirla, porque ya nos es bastante conocida y,
además, la gracia está a nuestra disposición. Por tanto, no
tenemos sino caminar por nuestra propia determinación, fijos
constantemente los ojos en los preceptos, en nuestras leyes
monásticas y en las otras señales de la divina voluntad, a fin
de regular de acuerdo con ella cada uno de nuestros pasos.

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Message  Javier Mar 16 Avr 2019, 9:13 am

No hemos, sin embargo, de adherirnos a todas estas
cosas, sino en tanto que continúen siendo la voluntad de Dios
con respecto a nosotros. Si El deja de quererlas, nos es
preciso despegarnos de ellas para poner todo nuestro afecto
en lo que El quiere de presente, y no querer sino esto
, porque
algunos preceptos de Dios no son tan inmutables que no
puedan ser modificados por las circunstancias
; y lo propio
sucede con los mandamientos de la Iglesia, como, por
ejemplo: la asistencia a la Misa, el ayuno y la abstinencia en
caso de enfermedad. Con mayor razón Dios podrá modificar
algunas de nuestras obligaciones monásticas, cambiando
nuestro estado de salud u otras circunstancias. Puede
también, según le plazca, dejarnos o retirarnos la facilidad de
ejecutar tal o cual práctica de libre elección. Es imposible a un
solo hombre observar todos los consejos evangélicos o imitar
todas las obras exteriores de Nuestro Señor y de los santos.
Ha de hacerse una elección, que por lo regular la deja Dios a
nuestra iniciativa; sin embargo, hácela con frecuencia El
mismo, disponiendo de nosotros con su voluntad de
beneplácito, por cuya razón habrá en todo esto materia más
que suficiente para el Santo Abandono.

Dios asigna a cada uno el lugar de combate, las armas y el
servicio según la vocación que nos da, o las circunstancias en
que nos pone. En el siglo no se pueden practicar las
observancias del claustro, y la vida estrictamente
contemplativa no soporta el apostolado de fuera, ni la vida
activa las constantes ocupaciones de María.
La indigencia en
el mundo o la pobreza en la vida religiosa impedirá hacer
limosna, etc.; y en nuestra misma vocación hay un dilatado
horizonte abierto al divino beneplácito. En virtud de éste,
confía Dios los altos cargos a uno, mientras deja al otro su
puesto humilde, otorga la salud según le place, y con ella la
facilidad de guardar todas las observancias; mas, cuando le
parece, quita la fuerza y reduce a una impotencia total o
parcial.

En resumen, no siendo posible seguir nosotros solos todos
los ejemplos de Nuestro Señor y de los santos, ni todos los
consejos evangélicos, con todo
, hemos de estimarlos en su
justo valor, no despreciar nada de lo que ha llevado a las
almas a la perfección, sino seguir tan sólo aquellos consejos y
prácticas que se armonizan con nuestra condición y nuestra
vocación.
Hemos de guardar esmeradamente las obligaciones
comunes a todos los cristianos y los deberes propios de
nuestro estado, adhiriéndonos de todo corazón a estos medios
de santificación como queridos por Dios, redoblando, si fuere
necesario, nuestros esfuerzos y el espíritu de fe para no aflojar
en su observancia. Mas, si las disposiciones del divino
beneplácito nos muestran que Dios no quiere ya de nosotros
en la actualidad uno u otro de estos medios, y si tal es el sentir
de los encargados de dirigirnos, desprendámonos de ellos,
para
no querer sino lo que Dios quiere de nosotros al
presente
, y compensar así la pérdida de esta práctica con un
abandono filial al divino beneplácito.


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Message  Javier Sam 20 Avr 2019, 4:53 am

7. EL ABANDONO EN LAS VARIEDADES ESPIRITUALES DE LA VIDA
ORDINARIA


PRIVACIÓN DE ALGUNOS SOCORROS ESPIRITUALES

Tomamos de San Francisco de Sales la expresión de
variedades espirituales y la empleamos para significar todo lo
que, no siendo esencial a la vida sobrenatural, se une a ella
como el accidente a la sustancia.

En el capítulo precedente hemos recorrido lo que
constituye el fundamento de la vida espiritual; su fin esencial,
su esencia y práctica esencial en este mundo, sus medios
esenciales. Cualquiera que sea la situación en que Dios nos
ponga, el camino por donde nos lleve
, será preciso siempre
tender a la gloria eterna, vivir de la gracia;
y para esto, huir del
pecado, practicar las virtudes a ejemplo de nuestro divino
Modelo por los medios que nos asigna la voluntad de Dios
significada, al menos por aquellos que son obligatorios para
cada uno de nosotros.
Esta es la parte invariable de la vida
espiritual; por lo que ha de hallarse en cada uno de los fieles
de cualquier edad que sean, y es la que comunica a todos los
hijos de Dios el mismo parecido familiar que los distingue.


Pero, sobre todo este fundamento, vendrán a dibujarse los
rasgos particulares que varían mucho de un alma a otra, y
hasta en una misma persona en diferentes épocas. Hay
inocentes y penitentes, religiosos y seglares, contemplativos y
activos, etc. Dios ama la variedad en la unidad; y por lo
mismo, multiplicará las vocaciones hasta lo infinito.
Bajo una
misma Regla, su gracia atraerá con preferencia a la penitencia
o a la contemplación, a la obediencia o a la caridad. Por su
voluntad de beneplácito dispondrá los acontecimientos de
suerte que nos conduzcan según le agrade, en la paz o en la
guerra, en la sequedad o en las consolaciones, por las vías
comunes o por las místicas. La base de la vida espiritual
permanecerá la misma para todas las almas, pero las
condiciones accidentales serán muy diversas para imprimir a
cada una su fisonomía particular.


Debemos hablar de esta diversidad, mas solamente en
cuanto procede del beneplácito divino y da lugar al Santo
Abandono. Comenzaremos por la que pueda hallarse en todos
los caminos ordinarios o místicos, y a continuación
hablaremos de la que es propia de los estados místicos.

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Message  Javier Dim 21 Avr 2019, 6:25 am

Hemos dicho antes que el divino beneplácito puede
privarnos por algún tiempo, o para siempre, de algunos
medios de santificación
, que sin esta circunstancia serian
deseables y hasta obligatorios. Son, por ejemplo, personas,
recursos, observancias, ejercicios de piedad
y los
sacramentos.


1º.- Las personas; un director, un superior, un padre, un
amigo, cuya ayuda era para nosotros de la mayor importancia
en el orden espiritual y que Dios nos le quita o por la muerte o
por la separación.

En verdad que no es permitido apoyarse en un hombre
como si fuera la causa primera de nuestra santificación
, pero
puede ponerse la esperanza en él como agente secundario e
instrumento de la Providencia en esta santa empresa, y
cuanto más lleno del espíritu de Dios y capaz de hacernos
bien, tanto más lícito, y hasta cierto punto necesario, nos será
apoyarnos en él.
Todas las ayudas que Dios nos da, sean de
afección, de edificación o de dirección, es necesario recibirlas
con reconocimiento, pero conservándonos dispuestos a
bendecir a Dios si nos las quita, como le bendecimos por
habérnosla prestado; seguros de que, si bajo el golpe de una
prueba aceptada generosamente derramamos algunas
lágrimas, el amor de Dios, aunque tan celoso, no nos las
reprochará.


Quizá os parezca que sin el auxilio de este apoyo no os
podríais sostener. Sin embargo, habéis de saber que este
sabio director, este santo superior, este amigo espiritual os ha
sido dado mientras os era muy útil y en cierto punto
indispensable.
Dios empero, ¿ha cesado de amaros? ¿No es
todavía vuestro Padre? ¿Cómo podrá olvidar vuestros
sagrados intereses? Creed, pues, que no os abandona.
Es
verdad que el guía, cuya pérdida lamentáis, os ha conducido
felizmente hasta aquí; pero, ¿sabéis si sería apto para
conduciros por el camino que aún habéis de recorrer? Nuestro
Señor pudo decir a sus Apóstoles
, sin duda porque le amaban
con un afecto sensible:
«Os conviene que Yo me vaya, porque
si no me fuere, no vendrá a vosotros el Consolador; y si me
voy, os le enviaré».
Este amigo, este director, ¿os es más
necesario que Nuestro Señor lo era a los Apóstoles? - Diréis
quizá: es un castigo a mis infidelidades-. Sea; mas los
castigos de un padre vienen a ser para los hijos dóciles un
remedio saludable. ¿Queréis desarmar a Dios, mover su
corazón, obligarle a colmaros de nuevas gracias?, aceptad su
castigo, pedidle su ayuda; y en premio de vuestro confiado
abandono a su voluntad, o bien os proveerá del guía que
actualmente necesitáis,
o El mismo se encargará de vuestra
dirección.


CONTINUARÁ...

*Nota de Javier: Este apartado es fundamental para todos aquellos que deseamos consagrarnos al Señor de una manera más íntima en estos tiempos apocalípticos que nos ha tocado vivir. Hoy más que nunca, la dirección y guía del Espíritu Santo nos son totalmente INDISPENSABLES para poder avanzar en la vida espiritual. La lectura espiritual combinada con la oración intensa y la práctica piadosa de las virtudes nos ayudarán a crecer cada vez más en la verdadera y sólida piedad. Es por ello que necesitamos tener todos una profunda y acendrada devoción a la Santísima Trinidad, y muy particularmente a la Tercera Persona, junto con una muy filial y amorosa devoción hacia la Santísima Virgen María y a Su castísimo esposo San José. Recordemos que la Gracia santificante es el mayor tesoro que Dios nos puede dar, y que, como bien dice Santo Tomás de Aquino, la Divina Gracia es más valiosa que el mundo entero y todo lo que hay en él 1, así que aprendamos a apreciar este INMENSO tesoro que el Buen Dios ha depositado en nuestras almas, y hagamos que fructifique cada vez más mediante la realización de actos frecuentes impulsados por la Gracia actual.


1 Sum. Theol. I—II, qu. 113, a. 9 ad 2.


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Message  Javier Lun 22 Avr 2019, 7:28 am

Al P. Baltasar Álvarez, habiéndose puesto un día a calcular
el mal que le causaba la pérdida de su director, fuele dicho
interiormente: «injuria a Dios el que se imagina tener
necesidad de un socorro humano del que está privado sin
culpa de su parte. El que por medio de un hombre te dirigía,
quiere en la actualidad dirigirte por Sí mismo; ¿qué razón
tienes para lamentarte? Es por el contrario un señalado
beneficio y preludio de grandes favores
»
.
San Alfonso añadía:
«nuestra santificación no es obra de nuestros padres
espirituales
, sino de Dios. Cuando el Señor nos los concede,
quiere que nos aprovechemos de su ministerio para la
dirección de nuestra conciencia, mas cuando nos los quita
quiere que, lejos de quedar por ello descontentos, redoblemos
nuestra confianza en su bondad y le hablemos de este modo:
Señor, Vos me disteis apoyo, y Vos me lo quitáis ahora,
hágase siempre vuestra voluntad, pero ahora venid en mi
ayuda y enseñadme lo que debo hacer para serviros
fielmente»
.
Bien entendida, esta confianza en Dios no
dispensa de practicar las diligencias necesarias para hallar
otro director, porque «a Dios rogando y con el mazo dando».

Terminemos con el P. Saint-Jure: «En la pérdida de las
personas que nos son útiles para nuestro progreso espiritual,
se cometen con frecuencia notables faltas, sintiendo
demasiado vivamente su separación, no teniendo la suficiente
sumisión a los designios de Dios sobre estas personas;
testimonio evidente de que había excesivo apego a ellas y que
se dependía más del instrumento que de la causa principal.

Sea que esos directores vivan, sea que mueran, ha de decir el
alma que sinceramente ama a Dios y su propia perfección,
que se vayan o que permanezcan; todo, Señor, lo que Vos
queráis y como Vos lo queráis; sois Vos quien me ha enviado
estos guías, Vos quien me los quita, no los quisiera yo retener.

Vuestra amable y amantísima voluntad me es más querida
que su presencia; Vos me habéis instruido por ellos cuando
quisisteis dármelos y por eso os doy gracias.
Ahora que Vos
me los quitáis, sabréis muy bien instruirme por otros que
vuestra bondad paternal se dignará concederme cuando fuere
necesario como os lo suplico
; o bien, Vos mismo me instruiréis
por lo que será preferible.»


Esta prueba es mucho más dolorosa cuando aquellos que
Dios nos había dado como apoyo cesan de sostenemos, y
volviéndose contra nosotros, amenazan echar por tierra
nuestros más caros proyectos. Esto es lo que sucedió a San
Alfonso de Ligorio cuando quiso fundar su Congregación.
Debía ésta prestar a la Iglesia inapreciables servicios, y, sin
embargo, no bien sus antiguos hermanos se dan cuenta de
que van a perderle, dan riendo suelta a «su descontento, sus
sarcasmos, sus mordaces ironías contra el traidor, el desertor,
el ingrato que los abandona».
Hasta se trató de arrojarlo de la
Propaganda; levantan contra él la opinión pública, y sus
mejores amigos le vuelven la espalda. Sus directores, a pesar
de aprobarle, no quieren ocuparse ya de él, y la ternura de su
padre le obliga a sostener un formidable asalto. Sus primeros
discípulos, negándose a entrar en sus miras, fomentan el
cisma, y le dejan casi solo. En una palabra, a excepción de su
Obispo y de su nuevo director, fáltanle todos los apoyos, casi
todos se vuelven contra él. En medio de este
desencadenamiento de lenguas, estas discusiones, estas
separaciones, Alfonso hace orar a las almas santas, y, para
conocer con seguridad la voluntad divina, se dirige a los más
sabios consejeros, implora cerca de Dios la luz por medio de
continuas oraciones y mortificaciones espantosas. Con el
corazón herido, póstrase a los pies de Jesús Agonizante y con
El exclama
: « Dios mío, ¡hágase tu voluntad! »Persuadido de
que Dios no necesita ni de él ni de su obra, pero que le ordena
proseguirla, se esfuerza por conseguir su objeto, aunque sea
a costa de verse solo, y asegura que Dios no ha permitido
todas esas divisiones sino para mayor bien. Los
acontecimientos que siguieron a estas separaciones, prueban
que Dios las permitió, no sólo para depurar por medio de la
tribulación a San Alfonso, sino a otras muchas almas
entregadas a su gloria, para emplearlas después en las obras
de su gracia.
«Todas estas cañas se convierten bajo su mano
en árboles cargados de frutos excelentes.»
La Beata María
Magdalena Postel pasó por la misma prueba en una
circunstancia análoga.

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Message  Javier Mar 23 Avr 2019, 3:50 pm

2º.- Los recursos de que disponemos para la realización
del bien, nos los puede Dios quitar según su beneplácito. Así,
puede privarnos de la fortuna, de la salud, de las
comodidades, de los talentos y de la ciencia; rebajarnos si le
agrada, aniquilarnos, por decirlo así, por algún tiempo o de un
modo definitivo.
Tratando del abandono en los bienes y males
temporales, hemos hablado de todas estas cosas y queremos
mencionarlas aquí, en cuanto son los instrumentos del bien
espiritual; y para no repetir, diremos tan sólo que Dios no
exige ya de nosotros las obras pasadas, pues nos quita los
medios de realizarlas. Al presente sólo nos pide la paciencia y
la resignación, hasta desea nuestro abandono completo
;
gracias a esta santa indiferencia y a esta amorosa sumisión, le
daremos más gloria y aprovecharemos más en nuestra
penuria que en el tiempo de la abundancia.


Vamos a proponer, como lo hace San Francisco de Sales,
el ejemplo del Santo Job. Este gran servidor de Dios no se
dejó vencer por ninguna aflicción. En tanto que duró su
primera prosperidad, usó de ella para derramar el bien a
manos llenas, y como él mismo dice: «Era pie para el cojo, ojo
para el ciego, proveedor del hambriento y refugio de todos los
afligidos.»
Contempladle ahora reducido a la más extrema
pobreza, privado por completo de sus hijos y de su fortuna. No
se queja de que Dios le haya herido en sus más caras
afecciones, le haya privado de continuar tantas buenas obras
tan interesantes y tan necesarias a la vez; se resigna, y se
abandona.
En este solo acto de paciencia y de sumisión
muestra más virtud, hácese más agradable a Dios, que por las
innumerables obras de caridad que hacía en el tiempo de la
prosperidad.
«Porque es preciso tener un amor más fuerte y
generoso para este solo acto que para todos los otros juntos.»

Nosotros también, «dejémonos despojar por nuestro Soberano
Maestro de los medios de realizar nuestros deseos por buenos
que sean, cuando a El le agrade privarnos de ellos, sin
quejamos ni lamentarnos jamás como si nos hiciera un gran
agravio».
En efecto, la paciencia y el abandono compensarán
abundantemente el bien que ya no podemos hacer. Esta santa
indiferencia por la salud, por los talentos y la fortuna, esta
amorosa unión de nuestra voluntad a la de Dios, ¿no es la
muerte a sí mismo y la perfección de la vida espiritual? ¿Hay
medio más poderoso para atraer la gracia sobre nosotros,
sobre los nuestros y sobre nuestras obras?


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Jeu 25 Avr 2019, 4:18 am

3º.- Algunas observaciones regulares, algunas prácticas
personales pueden llegar a sernos imposibles, por un tiempo
más o menos largo, a causa de la enfermedad, de la
obediencia o de otras causas semejantes. Además hay
prácticas que nos hubieran sin duda complacido, y otras que
nunca hemos podido abrazar, de donde pueden muy bien
originarse, cierto que sin fundamento, turbaciones y disgustos.
Una misma persona no conseguirá imitar todas las virtudes de
que Nuestro Señor y los santos nos han dado ejemplo
; y por
eso, será preciso resignarse al ejercicio de aquellas que nos
corresponden en el orden de la Providencia.
Nunca, por
consiguiente, podremos quejamos de la parte que Ella nos
haya asignado, pues es muy dilatado el camino que se nos
presenta. Si con perseverante fidelidad nos aplicamos a
cumplir los deberes que nos incumben cómo cristianos, los
que son propios de nuestra situación y las obligaciones
diarias, no sólo en conjunto, sino hasta los últimos detalles,
tenemos materia más que suficiente para hacernos grandes
santos.


Es cierto que nuestra vocación nos priva de algunos
medios de santificación que Dios propone a otros;
mas, lo que
perdemos por una parte, será fielmente compensado por otra.

De esta manera, si la pobreza no me permite la limosna
corporal, haré la espiritual, y a falta de dinero, daré mis
oraciones y sacrificios. La vida contemplativa me prohíbe el
apostolado de las obras exteriores; pues yo lo ejercitaré por
los trabajos de la vida interior, y en lugar de correr por el
mundo tras los pecadores, cerca de Dios será donde trataré
su causa. La vida activa no me deja sino una parte muy exigua
de las dulzuras y santas ocupaciones de la vida contemplativa;
me santificaré, sin embargo, dignificando mis trabajos por la
obediencia y abnegación, por una intención pura y el
pensamiento habitual de Dios.
Si por nuestra parte utilizamos
del mejor modo posible los medios que nos ofrece nuestra
vocación, bastará para conducirnos a la perfección más
encumbrada. ¿No ha habido santos en todas las Ordenes
religiosas y en todas las clases sociales?
Es cierto que
algunas situaciones son más favorables en sí; mas para cada
uno de nosotros, sólo es buena aquella en que Dios nos
quiere poner.


¿La enfermedad me impide ayunar, guardar la abstinencia,
tomar parte en el Oficio Divino?
, no importa. Puedo cantar las
alabanzas divinas en mi corazón, imponer una severa
abstinencia a mi juicio y a mi voluntad, hacer ayunar a mis
ojos, a mi lengua, a mi corazón, a todos mis sentidos por una
mortificación más exacta.
Lo que hubiera ganado cumpliendo
mis deberes en la salud, lo compensaré cumpliendo fielmente
los que me impone mi enfermedad, como la paciencia, el
desprendimiento, la obediencia y el Santo Abandono.


Una obediencia o cualquiera otra causa semejante que me
priva de ciertas regularidades comunes, de algunas prácticas
privadas, es una pérdida que puedo siempre reparar,
cumpliendo por de pronto con gran resolución los deberes de
mi nueva situación; después, «aplicándome a redoblar, no mis
deseos ni mis ejercicios, sino la perfección de hacerlos,
esforzándome así para ganar más con un solo acto (como, sin
duda, lo puedo conseguir), que con cien otros que pudiera
realizar por mi propia elección y gusto».


Después de todo, el único medio para crecer en virtud, ¿no
es dejar nuestra voluntad para seguir la de Dios?
Desde el
momento que somos celosos por nuestras obligaciones de
cristianos, por las observancias regulares y nuestras prácticas
privadas, y no abandonamos ni unas ni otras sino por el divino
beneplácito y no por falta nuestra, ¿por qué inquietamos? Dios
es el que lo hace todo; y para compensar la pérdida hay mil
medios, de los que el principal es precisamente nuestro celo
en renunciar nuestra voluntad para seguir la suya, hasta en las
cosas que nos parecen más justas y más santas.


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Ven 26 Avr 2019, 4:54 am

4º.- Nuestra vida está consagrada a la contemplación por
los ejercicios de piedad que son como el alimento de nuestra
alma, y he aquí que una obediencia, un aumento de trabajo, la
enfermedad sobre todo, vienen a romper la cadena de
nuestras prácticas piadosas. Ya no podéis oír Misa ni siquiera
el domingo, y estáis privado del alimento sagrado de la
Comunión, y pronto quizá, vuestro estado de debilidad os hará
incapaz de orar. No os quejéis; que Nuestro Señor os quiere
hacer participar de su mismo alimento, que quizá no conocéis.


«Mi alimento, os dirá, es hacer la voluntad de mi Padre a fin
de consumar la obra que me ha confiado».
Pues bien, esta
obra que pretende consumar en nosotros y con nosotros, es
nuestra perfección
; y para ello es preciso que muramos a
nuestra voluntad propia hasta en lo tocante a la piedad, de
modo que sola la voluntad de Dios reine en nosotros.

Preguntándose un día el P. Baltasar Álvarez, a causa de un
impedimento, si debía celebrar los santos Misterios, dióle
interiormente Dios esta respuesta: «Esta acción tan santa os
puede ser o muy útil o muy dañosa, según que Yo la apruebe
o no la apruebe.»
En otras circunstancias, díjole Dios: mi
gloria no se encuentra ni en esta ni en aquella obra, sino en el
cumplimiento de mi voluntad
; ahora bien, «¿quién puede
saber mejor que Yo lo más conducente para mi gloría?»


Es indudable que debemos tener el mayor celo por
nuestros ejercicios de piedad, especialmente por la Misa y
Sagrada Comunión y jamás abandonarlos ni por el disgusto, ni
por la sequedad, ni por consideración alguna de este género;
pero aun en esto, es necesario que nuestra piedad se regule
según la adorable voluntad de Dios, de otra suerte llega a ser
desordenada. «Hay almas -dice San Francisco de Sales- que
después de haber cercenado todo el amor que profesaban a
las cosas dañosas, no dejan de conservar amores peligrosos y
superfluos, aficionándose demasiado a las cosas que Dios
quiere que amen.»
De ahí que nuestros ejercicios de piedad
(que, sin embargo, tanto debemos estimar), pueden ser
amados desordenadamente, cuando se les prefiere a la
obediencia y al bien común, o se les estima en calidad de
último fin, ya que no son sino medios para nuestra filial
pretensión, que es el amor divino.


Otro motivo por el que Dios impone privaciones a nuestra
piedad, es el mérito del sufrimiento.
Una religiosa no había
podido durante tres días visitar a Nuestro Señor en el sagrado
Tabernáculo, oír Misa, ni comulgar, y exclamaba: «Dios mío,
estos tres días me los devolveréis en la eternidad,
apareciéndoos ante mi vista más hermoso, más grande, a fin
de indemnizarme. Para reemplazar al pan eucarístico, me
habéis dado el pan del sufrimiento... Más se da a Dios en el
sufrimiento que en la oración.»
Además es necesaria la Cruz.
Cierto día, decía Nuestro Señor a la misma religiosa: «Cuando
quiero conducir a un alma a la cumbre de la perfección, le doy
la Cruz y la Eucaristía; ambos se completan. La Cruz hace
amar y desear la Eucaristía, y la Eucaristía hace aceptar la
Cruz al principio, amarla después y, por fin, desearla. La Cruz
purifica el alma, la dispone, la prepara para el divino banquete;
y la Eucaristía la alimenta, fortifica, la ayuda a llevar su Cruz,
la sostiene en el camino del Calvario. ¡Cuán preciosos dones
son la Cruz y la Eucaristía! Son los dones de los verdaderos
amigos de Dios.»


San Alfonso nos ofrece un ejemplo edificante tanto de
fidelidad generosa a nuestros ejercicios de piedad, como de
resignación no menos perfecta al beneplácito divino. La
enfermedad le había confinado en su pobre celda, y sus
transportes extáticos ante el Santísimo Sacramento llegaron a
ser tan frecuentes que llamaban la atención general...
Finalmente, Villani hubo de prohibirle en absoluto que bajase a
la iglesia. Obedeció el Santo; pero, ¡cuánto le costó no poder ir
a orar a los pies de Jesús, su único amor en este mundo! ...
Con frecuencia, olvidándose de la prohibición, se arrastraba
hasta la escalera atraído por una fuerza irresistible. Trataba en
vano de bajar y se retiraba deshecho en lágrimas a su celda; o
bien se le representaba la prohibición de Villani, y todo
confuso decía: «Es verdad, Jesús mío; es mejor alejarse de
Vos por obedecer, que permanecer a vuestros pies
desobedeciendo.»
Sufría aún más al no poder celebrar el
Santo Sacrificio, y recordando las alegrías celestiales que
tantas veces había gustado allí, prorrumpía en sollozos.
Consolábase entonces ofreciendo al Señor este acto de
resignación: «Oh Jesús, Vos no queréis que celebre la Misa,
fiat, que se haga vuestra adorable voluntad."


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Sam 27 Avr 2019, 6:55 am

8. LOS FRACASOS Y LAS FALTAS

Artículo 1º.- Fracasos en las obras de celo


Hablemos ante todo «de ciertos bienes morales o
espirituales, como el ejercicio de una función de celo, la
dirección de una obra de caridad»
, todas nuestras empresas
exteriores para la gloria de Dios.

Es posible que la Providencia no nos los exija; y en tal
caso, dice el P. Dosda, «el verdadero amor de Dios nos obliga
o nos aconseja sacrificar estos bienes secundarios al bien
supremo, que es la voluntad de Dios. En este punto, personas,
por demás excelentes, encuentran a veces un escollo
peligroso; es decir
, que confunden el amor de Dios con el
amor del bien, siendo dos cosas muy distintas. Hay
circunstancias en que es preciso abandonar el bien que Dios
no nos exige, para unirse a Dios solo y para entregarse por
completo a la divina Providencia».


Cuando en estas obras nos emplea, es necesario no
buscar en ellas sino a Dios y con estas miras sobrenaturales.


«Buscar el bien, continúa el mismo autor, no es la
verdadera caridad cuando se quiere el bien con mala
intención, ni aun cuando se quiere el bien por el bien. La
divina caridad quiere sin duda el bien, pero lo quiere por Dios.

¡Cuántos desalientos, cuántas envidias, cuántas pequeñeces
en los hombres menos amigos de nuestro Señor que del bien!
Sus esfuerzos por el bien no tienen con frecuencia resultado, y
se desconciertan por ello. Ven a otros que comparten sus
trabajos y los envidian y les consume hasta el punto de que,
para salir airosos de sus empresas, no temen desacreditar o
contrariar a otros obreros de la misma grande obra, la de la
Redención. Amanse a sí mismos y prefieren el bien humano al
bien divino; aparentan ir a Jesucristo, y no hacen sino un hábil,
y con frecuencia inconsciente, rodeo para volver a sí mismos,
ignorando la diferencia que media entre un hombre de bien y
un hombre de Dios.
¡Cuántas obras brillantes en apariencia,
son estériles en realidad, porque el amor propio más bien que
el amor divino, había precedido a su formación y a su
dirección!»


No contentos con vigilar sobre la pureza de intención en
todas nuestras empresas, nos es preciso adherirnos
fuertemente al deber, es decir, a la voluntad sola de Dios, y
hacernos indiferentes por virtud al éxito o al fracaso.
En
efecto, por una parte, creemos prudentemente que Dios exige
de nosotros por el momento estas obras, y por otra, jamás
conocemos sus ulteriores intenciones; «con frecuencia, y a fin
de ejercitamos en esta santa indiferencia (en las cosas de su
servicio), nos inspira proyectos muy elevados en los que, sin
embargo
, no quiere que haya éxito».
Parece esto un juego de
la Providencia, mas es un juego muy lucrativo, en que se gana
perdiendo, pues Dios tiene ahí reservados a la vez el beneficio
de piadosos deseos de un trabajo concienzudo y de la prueba
bien aceptada.
Por el contrario, el éxito quizá nos hubiera
hecho perder la humildad, el desasimiento y aun otras
virtudes.
Esto supuesto, «lejos de abandonar los asuntos a
merced de los acontecimientos, es preciso no olvidar nada de
cuanto se requiere para conducir a feliz éxito las empresas
que Dios pone en nuestras manos; a condición, sin embargo,
de que, si el desenlace es contrario, lo recibamos pacífica y
tranquilamente, porque nos está mandado tener un gran
cuidado de las cosas que miran a la gloria de Dios y que nos
han sido encomendadas
, mas no estamos obligados ni
encargados del resultado, ya que éste no está a nuestro
alcance.
De aquí que nos es preciso ya comenzar y proseguir
la obra mientras se pueda, osada, animosa y constantemente
;
y del mismo modo es necesario conformarse dulce y
tranquilamente con el resultado, tal como Dios sea servido de
disponérnoslo».


CONTINUARÁ...

* Nota de Javier: ¡He aquí el secreto admirable de la santidad, queridos hermanos! Debemos trabajar por amor a Dios y por Su gloria siempre, pero no alterarnos ni perder ánimos con el resultado de nuestro trabajo, pues sólo al Buen Dios corresponde ese último paso. Nosotros somos sus obreros, sus siervos inútiles, indignos de trabajar en su viña, así que sintámonos muy agradecidos por Su confianza y trabajemos con ardor y serenidad a la vez. Si así lo hacemos, nuestra conciencia no tendrá nada que reprocharnos en el Día del Juicio.

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Message  Javier Dim 28 Avr 2019, 8:12 am

Nuestro Padre San Bernardo había predicado la segunda
Cruzada sólo por orden del Papa, confirmando su palabra con
innumerables milagros, y muchos otros prodigios atestiguaron
más tarde que el Santo realmente había ejecutado la voluntad
divina. Y con todo, la expedición fue muy desgraciada:
levantóse contra el santo predicador una tempestad de
recriminaciones que no pudieron menos de afectarle. El
venerable Juan de Casamari le escribió para consolarle: «Si
los cruzados se hubieran conducido como verdaderos
cristianos, el Señor hubiera estado con ellos. Se han
precipitado en el vicio, y a su malicia ha respondido su
clemencia; pues no ha descargado sobre ellos tantas
aflicciones, sino para purificarlos y conducirlos al cielo.
Muchos han muerto confesando que se sentían felices en
dejar la vida, por temor de que volviendo a su país, volviesen
también al pecado. En cuanto a Vos, el Señor os ha concedido
la gracia de la palabra y de las obras en este asunto, porque
conocía todo el fruto que de él había de sacar.»
Si, pues, la
empresa había fracasado ante los hombres, había tenido éxito
según los designios de Dios; no se libró con ella la Iglesia de
Oriente, pero se pobló la Iglesia del Cielo. El Santo en medio
de su dolor, adoraba los designios de Dios, daba buena
acogida a la humillación y decía: «Si es necesario que se
murmure, prefiero sea contra mí, que no contra Dios, y de esta
manera feliz me consideraré en servirle de escudo.
Con gusto
recibo las aceradas flechas de los maldicientes y los dardos
emponzoñados de los blasfemos, con tal que no lleguen hasta
El; y hasta mi gloria vendo porque se respete la suya.»


Citemos también a San Francisco de Sales en los
siguientes ejemplos: «San Luis, por inspiración divina pasa el
mar para conquistar la Tierra Santa; el suceso le fue contrario,
y él reverencia y acata dulcemente la voluntad divina: yo
estimo más la dulzura de esta conformidad que la
magnanimidad del proyecto. San Francisco va a Egipto para
convertir allí los infieles o morir mártir entre ellos, pues tal fue
la voluntad de Dios; y con todo, vuelve sin conseguir ni lo uno
ni lo otro en virtud de esa misma voluntad. Voluntad de Dios
fue igualmente que San Antonio de Padua desease el martirio
y no lo obtuviese. San Ignacio de Loyola, habiendo con tantos
trabajos levantado la Compañía de Jesús, de la que veía
tantos hermosos frutos y los preveía para el porvenir, tuvo, sin
embargo, el valor de prometer que, si la veía desaparecer, lo
cual sería el mayor disgusto que podría recibir, después de
media hora se habría ya resuelto y conformado a la voluntad
de Dios.»
Otros muchos pudieran citarse y del mismo San
Francisco de Sales. Cuando su Instituto de la Visitación estuvo
a punto de ser aniquilado en su mismo nacimiento a causa de
una gran enfermedad de Santa Juana de Chantal, que había
sido su primera piedra, dijo: «¡Está bien! Dios se contentará
con el sacrificio de nuestra voluntad, como lo hizo con
Abraham. El Señor nos había dado grandes esperanzas, y el
Señor nos las quita, ¡bendito sea su santo nombre!»
«Yo me
figuro siempre a nuestra Congregación, escribía San Alfonso,
como un barco en alta mar combatido por vientos contrarios.
Si Dios quiere sepultarlo en medio de todo esto en el fondo de
los abismos, digo ahora, y repetiré siempre: ¡Bendito sea su
santo nombre!»


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Lun 29 Avr 2019, 6:15 am

Y el piadoso Obispo de Ginebra añade: «¡Qué dichosas
son tales almas, osadas y fuertes en las empresas que Dios
las inspira, dóciles y dispuestas a abandonarlas cuando así El
lo dispone! Estas son señales de una indiferencia muy
perfecta, cesar de hacer un bien cuando ello agrada a Dios, y
volverse en la mitad del camino cuando la voluntad de Dios,
que es nuestra guía, así lo ordena.»
¡Cuánto glorifica a Dios y
a nosotros enriquece abandono semejante!
Por el contrario,
¡qué poco sobrenatural se muestra quien se deja entonces
dominar por la inquietud, el disgusto, el desaliento!
«Jonás
mostró gran sinrazón de entristecerse porque, después de
haber anunciado el castigo del cielo, Dios no cumplía su
profecía sobre Nínive. Hizo la voluntad de Dios anunciando la
destrucción de Nínive
, pero mezcló su propio interés y
voluntad propia con la de Dios
; por eso, cuando vio que Dios
no ejecutaba su predicción según el rigor de las palabras que
había usado al anunciar el castigo, quejóse y murmuró
indignadamente. Mas si hubiera tenido por único motivo de
sus acciones el beneplácito de la voluntad divina, hubiérase
mostrado tan contento de verla cumplida en el perdón de la
pena que había merecido Nínive, como en verla satisfecha en
el castigo de la culpa que aquella ciudad había cometido.»


«Nosotros queremos que aquello que emprendemos y
tratamos tenga feliz resultado
, pero no es razonable que Dios
haga todas las cosas a nuestro gusto.»


Si acontece que el fracaso ha sido motivado por culpa
nuestra, por ejemplo, una falta de celo o de prudencia,
¿podremos, aun en este caso, decir que es necesario
conformarse con la voluntad de Dios? Ciertamente, puesto
que Dios reprueba la falta, mas quiere el castigo.
«Dios no fue
causa de que David pecase; mas le infligió la pena debida por
su pecado. No fue causa del pecado de Saúl; pero sí de que,
en castigo, no consiguiese la victoria. Cuando, por
consiguiente, sucede que los designios santos no obtienen
resultado en castigo de nuestras faltas, es necesario
igualmente detestar la falta por un sincero arrepentimiento y
aceptar la pena que por ello sentimos,
porque así como el
pecado es contra la voluntad de Dios, así la pena es conforme
a su voluntad.»


En una palabra, todas nuestras empresas para gloria de
Dios reclaman su acción y la nuestra.
«A nosotros toca plantar
y regar, pero sepamos que es Dios quien da el crecimiento.»

Debemos, pues, hacer lo que de nosotros depende y poner el
éxito en manos de la Providencia.


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Mar 30 Avr 2019, 9:37 am

Artículo 2º.- Fracaso en nuestra propia santificación


Otro tanto hemos de decir de nuestra propia santificación.-
El progreso en las virtudes y la corrección de nuestros
defectos reclaman a la vez la acción divina y nuestra
cooperación.
La gracia está prometida a la oración y a la
fidelidad, si bien el Señor continúa juez y dueño de sus dones,
no menos que del tiempo y otras circunstancias.


Nada nos es tan querido como nuestra santificación; pero
mucho más aún la estima de Nuestro Padre Celestial.
En
cuanto de nosotros depende, tengamos grandes deseos,
elevemos bien alto nuestras aspiraciones.
¿Cómo no contar
con Nuestro Señor que nos ha dado su vida en la Cruz y que
se ofrece cada día sobre nuestros altares, y que nos ha
elegido para una vocación llena de promesas? Si nuestra
buena voluntad se apoya, no en nosotros, sino en El, nada
hemos de temer sino la carencia de deseos ardientes o el
dejar muchas gracias improductivas.
Deseemos, pues;
oremos, trabajemos con constancia y método, y si es
necesario aún, reanimemos nuestro ardor, y jamás dejemos
languidecer esta santa vigilancia, pero pongamos en manos
de nuestro Padre Celestial el éxito
, mejor dicho, la medida, el
tiempo, la forma y demás circunstancias de este buen
resultado, de suerte que desaparezca la inquietud, el
apresuramiento y todo proceder defectuoso en la consecución
de nuestro fin.


En lo concerniente al progreso de nuestras virtudes,
«hagamos cuanto está de nuestra parte -dice San Francisco
de Sales- a fin de salir airosos en nuestra santa empresa, que
después de que hayamos plantado y regado..., la abundancia
del fruto y de la cosecha hemos de esperarla de la divina
Providencia. Y si no sentimos el progreso y aprovechamiento
de nuestras almas en la vida piadosa tal como querríamos, no
nos turbemos por ello; antes permanezcamos en paz haciendo
que la tranquilidad reine siempre en nuestros corazones.
El
labrador no está jamás reprendido de que no haya conseguido
una buena recolección
, pero sí de que no haya debidamente
trabajado y sembrado sus tierras.
No nos inquietemos, pues,
de vernos siempre novicios en el ejercicio de las virtudes,
porque en el convento de la vida devota todos se estiman
siempre novicios, y toda la vida está allí destinada a la
probación, no habiendo otra señal de ser no solamente
novicio, sino digno también de expulsión y reprobación, que
pensar en tenerse por profeso..., y la obligación de servir a
Dios y hacer progresos en su amor dura siempre hasta la
muerte».


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Message  Javier Mer 01 Mai 2019, 7:05 am

Nuestro piadoso Doctor previene a Santa Juana de Chantal
contra «ciertos deseos que tiranizan el corazón. Querrían ellos
que nada se opusiese a sus designios, que no tuviéramos
oscuridad alguna, sino que todo brillara con luz meridiana; no
querrían sino dulzura en nuestros ejercicios, sin disgustos, sin
resistencia, sin divagaciones, no se contentan con que no
consintamos, sino que querrían que ni siquiera las
sintiésemos»
, etc. Y este prudente director desea a su santa
hija «un ánimo varonil y en manera ninguna quisquilloso, que
no se preocupe ni de lo dulce ni de lo amargo, ni de la luz ni
de las tinieblas, que camine decididamente en el amor
esencial, fuerte y sincero de nuestro Dios y deje correr acá y
allá estos fantasmas de tentaciones».


Por otra parte, este fracaso será más aparente que real y
hasta habrá en eso un progreso constante, aunque inadvertido
quizá, siempre que nosotros hagamos lo que de nosotros
depende, es decir, que nos mantengamos en el deseo de
adelantar y este deseo se afirme mediante serios esfuerzos.
Nuestro Padre San Bernardo nos da de ello consoladora
seguridad diciendo: que «el infatigable deseo de avanzar y el
esfuerzo continuo hacia la perfección se consideran como la
perfección misma».
Téngase muy en cuenta que el Santo
habla aquí del esfuerzo y no del sentimiento.
Con tal que la
voluntad se mantenga firme en su deber, las repugnancias
nada significan; también el gran Apóstol experimentaba la
oposición del hombre viejo, pero pasaba por encima de ella.
El
sentimiento no es el criterio más justo; pues, siendo las
virtudes de orden espiritual, puede uno poseerlas sin sentirlas,
y es por sus frutos por lo que hemos de juzgarlas
. Una
persona está inundada de consuelos y se desborda en
efusiones de ternura, pero le falta generosidad y no sabe
aceptar las pruebas, lo que indica que tiene amor de niño.
Otra se encuentra árida como el desierto, pero se mantiene
firme en su deber, contenta de tener una cruz que llevar,
sonriente cuando se le reprende o contraría,
¿no es su amor
cien veces más fuerte y más verdadero?
Santa Juana de
Chantal lloraba a lágrima viva creyendo no tener ya ni fe, ni
esperanza, ni caridad, y San Francisco de Sales la consolaba
diciendo: «Es una verdadera insensibilidad, que no os priva
sino de la fruición de todas las virtudes; sin embargo, las
tenéis en muy buen estado, pero es Dios quien no quiere que
disfrutéis de ella.»


Notemos, por último, que con la gracia y la buena voluntad
es necesario también el tiempo. Así como es necesario para el
pleno desarrollo de nuestro cuerpo y de nuestras facultades,
para la cultura intelectual o para el aprendizaje de las artes,
así lo es también para la adquisición de las grandes virtudes.
¡Dichosos los Santos que, trabajando con gran ahínco, sin
tregua ni reposo, acumulan enorme suma de virtudes y de
méritos!
¡Dichosos seremos también nosotros, pero en menor
escala, si no habiendo podido trabajar tanto, hemos podido
llegar a producir tan sólo la cuarta parte o la mitad, con tal que
no nos hayamos alejado demasiado de nuestros modelos!
Un
pensamiento debe estimular constantemente nuestra actividad
espiritual y es que el salario se dará en proporción al trabajo, y
que el Divino Maestro examina a la vez la cantidad y la
calidad.


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Message  Javier Jeu 02 Mai 2019, 5:03 pm

En lo concerniente a nuestras pasiones y a nuestros
defectos
hemos de conservar la misma actitud de combate sin
tregua
, y de apacible abandono.

«Estas rebeliones -dice San Francisco de Sales- del apetito
sensitivo, tanto en la ira como en la concupiscencia, han sido
dejadas en nosotros para nuestro ejercicio, a fin de que
practiquemos la fortaleza espiritual resistiéndolas.
Es el filisteo
contra el cual los verdaderos israelitas han de combatir sin
cesar, sin que jamás puedan derribarle por completo; podrán,
si, debilitarle, mas no acabarán con él. Vive constantemente
en nosotros y con nosotros muere, y es en verdad execrable,
por cuanto que ha nacido del pecado y tiende continuamente a
él...
Con todo, no nos turbemos por esto; porque nuestra
perfección consiste en combatirlas
, y mal las pudiéramos
combatir sin tenerlas, ni vencerlas sin encontrarlas. Nuestra
victoria no se cifra, pues, en no sentirlas, sino en no
consentirlas.
Además, es conveniente que para ejercitar
nuestra humildad, seamos algunas veces heridos en esta
batalla espiritual; y, sin embargo, no somos considerados
como vencidos, sino cuando hemos perdido o la vida o el
valor.»


Preciso es, pues, resolvemos a combatir con paciencia y
perseverancia
, mas en calma y en paz. Y así, una vez que
hayamos hecho lo que está de nuestra parte, entonces
habremos cumplido todo nuestro deber, quedando todo lo
demás a merced de la divina Providencia.
Pero ante la
persistencia y la obstinación de estas luchas que se renuevan
cada día sin terminarse jamás, «la pobre alma se turba, se
aflige, se inquieta y piensa que hace bien en entristecerse,
como si fuera el amor de Dios quien la excita a la tristeza. Sin
embargo, Teótimo, no es el amor divino el que produce esta
turbación, pues no se apesadumbra o desazona sino por el
pecado
; es nuestro amor propio que desearía estuviésemos
libres del trabajo que los asaltos de nuestras pasiones nos
causan; la molestia de resistir es la que nos inquieta»
, a
menos que sea la humillación de experimentar la vergüenza
de vernos tentados.

Mas, a pesar de todo, dirá alguno, si yo conozco que mis
faltas multiplicadas han sido impedimento a mi progreso en las
virtudes, y que ese retraso en la corrección de mis defectos
proviene de mi negligencia, ¿cómo no inquietarme por ello?
Imploremos de Dios el perdón, detestemos la ofensa y
aceptemos humildemente la pena y la humillación que de ahí
nos viene
; y sin perder el tiempo, el valor y la paz en estériles
lamentaciones, trabajemos con diligencia en realizar mayores
progresos en lo porvenir.
Pero permanezcamos tranquilos,
pues la turbación es nuevo mal y no remedio, y el desaliento
sería el peor de los castigos. Por otra parte, nuestras mismas
faltas, con tal de que nos levantemos y volvamos a emprender
el camino evitando los escrúpulos y la inquietud, no detienen
la marcha hacia adelante, sino que al contrario, nos enseñan,
según expresión de San Gregorio, «esta perfección poco
común que consiste en reconocer que uno no es perfecto».

Son el velo bajo el cual oculta Dios a las almas sus virtudes
para impedir la llana complacencia, y a veces tómase de ellas
ocasión para renovarse en una humilde vigilancia y hacer a la
oración más suplicante; son, en fin, una lección que nos
instruye, un aguijón que nos hace apresurar el paso y hasta
sirven de provecho a quien sabe utilizarlas.


CONTINUARÁ...

EL SANTO ABANDONO (Dom Vital Lehodey) - Page 6 Sales

Bendita sabiduría divina del gran SAN FRANCISCO DE SALES, que alimenta nuestro espíritu y nos fortalece en las pruebas.

SAINT FRANÇOIS DE SALES, PRIEZ POUR NOUS !
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Message  Javier Ven 03 Mai 2019, 5:32 pm

Artículo 3º.- El fracaso en el trato con las almas


De igual modo, al ejercitar el celo para con las almas,
hemos de hacer lo que de nosotros dependa con fervor
prudente y sostenido, pero en apacible abandono. Dios, en
efecto, pide el deber, pero no exige el éxito.

Ante todo es necesario amar a las almas en Dios. A medida
que aumenta en nuestros corazones el fuego del santo amor,
debe producir la llama del celo, y de un celo verdaderamente
católico, tan vasto como el mundo.


Algunas almas nos serán especialmente queridas, sea
porque están a nuestro cargo, sea por otros títulos
particulares.
A la luz de la eternidad es como convendrá
considerarlas a todas; el Soberano Juez nos pedirá cuenta de
ellas, el infierno las acecha y el cielo no se abrirá quizá a
muchas sino por nosotros
; por tanto, hemos de hacer
donación total y completa de las almas a Dios y de Dios a las
almas.
El Padre ha sacrificado a su unigénito Hijo, objeto
único de sus complacencias, para que el mundo no perezca y
tenga vida eterna.
Nuestro Señor se inmola sobre la Cruz, se
ofrece a cada instante sobre nuestros altares, alimenta las
almas
con su propia sustancia, les da la Iglesia, el Sacerdocio,
los Sacramentos y les prodiga las gracias interiores y
exteriores.
Por medio de su Espíritu Santo ilumina y atrae,
estrecha y rodea, conquista y sostiene y persigue, y hace
volver y perdona; en una palabra, nos ama a pesar de
nuestras miserias y casi sin medida.
¡Bello ejemplo que ha
movido profundamente a los santos y que confundirá nuestra
tibieza!
Por grande que sea nuestro celo, ¿podrá compararse
con el de Dios?


CONTINUARÁ...

*Nota de Javier: Hoy ya no contamos con el recurso a los Sacramentos, y la Iglesia se halla eclipsada, en el sepulcro, esperando, cual Ntro. Señor Jesucristo hizo, la gloriosa Resurrección. Por eso, hoy más que nunca estamos obligados a formar nuestra piedad y espiritualidad sólidamente mediante la lectura espiritual asidua, y nuestra oración y meditación de las verdades eternas debe ser cada vez más sincera y profunda. El conocimiento y la devoción al Espíritu Santo nos serán muy útiles en estos últimos tiempos en los que nos encontramos, pues vivimos y conservamos las virtudes teologales por pura misericordia de Dios. Seamos cada vez hombres y mujeres más espirituales y menos mundanos, creciendo cada día un poco más en la Fe, la Esperanza, y sobre todo, en la Caridad que todo lo puede. Y nunca jamás desesperemos o dudemos del amor de Dios, porque es bien grande y poderoso, y nuestras almas están siempre en Su santa presencia.

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Message  Javier Sam 04 Mai 2019, 5:07 pm

A la manera de Dios es como se precisa amar a las almas,
conformándonos con su conducta y con el orden de su
Providencia, habiéndonos Dios hecho libres, jamás hará
violencia a nuestra voluntad
, pero da a todos con abundancia,
a unos más a otros menos, en la medida y tiempo y en la
forma que a El le place.
También nosotros daremos a todos,
en especial a aquellos que deben sernos más amados; la
oración, el ejemplo y el sacrificio; pondremos cuidado
particular en la oración pública, si nos hallamos honrados con
este sublime apostolado, y si por cualquier otro título nos son
confiadas las almas, cuidaremos de ellas con un celo
proporcionado al amor que Dios las tiene, al precio que tienen
ante sus ojos. Cumpliremos nuestro deber y orando con
incansable fervor conservaremos la paz, por el debido respeto
a los derechos de Dios y al orden de su Providencia; puesto
que es dueño de sus dones y ha juzgado conveniente otorgar
a las almas libre albedrío.


No faltarán decepciones. Dios mismo, por mas que posea
la llave de los corazones
, no penetra por la fuerza, se detiene
a la puerta y llama
. Mas he aquí el misterio de la gracia y de la
correspondencia: el uno se apresura, el otro rehúsa abrir;
muchos no ponen atención, y con harta frecuencia Dios queda
fuera. Nuestro dulce Salvador, el bienhechor y el amigo por
excelencia, ha venido a sus dominios y los suyos no le han
recibido, sino que los mal intencionados tratan de sorprenderle
en sus palabras y discursos; la multitud se retira, Judas le
traiciona, los demás Apóstoles huyen y, cuando cae bajo los
golpes de sus enemigos, su Iglesia no es sino frágil arbolillo
combatido por la tempestad. Los discípulos no han de ser más
que su Maestro: a pesar de los prodigios que obran, los
Apóstoles terminan por dejarse matar, dejando un rebaño,
débil aún, en medio de lobos; si algunos santos han
conseguido los éxitos más brillantes, otros, y no de los
menores, han fracasado en apariencia y hasta el fin.
Para no
citar sino a San Alfonso, diremos que sus primeros discípulos
le abandonan y, en lo sucesivo, ¡cuántos otros que se
marchan o han de ser eliminados! Dos de ellos llegan al
extremo de confabularse para desacreditarle ante el Soberano
Pontífice y hacer que le expulsase de la Orden. Todos estos
contratiempos eran necesarios para elevar al fundador a la
cumbre de la santidad, y establecer su fundación sobre la roca
firme del Calvario. Mas, como los designios de Dios no se
manifiestan sino con lentitud,
no es pequeña prueba para un
sacerdote celoso ver en peligro las almas, o para un Superior
dejar en una mediocridad a aquellas a las que se proponía
conducir a la santidad.

CONTINUARÁ...

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Message  Javier Dim 05 Mai 2019, 2:01 pm

Por dolorosa que sea la falta de éxito, es preciso ver en
ella una permisión de Dios, recibirla con un tranquilo
abandono, y hacerla servir para nuestro progreso espiritual.
Es
una de las ocasiones más propicias para abismarnos en la
humildad, desprendernos de la vanagloria y de las
consolaciones humanas, depurar nuestras intenciones y
buscar sólo a Dios en el trato con las almas. Con el Profeta
Rey bendeciremos a la Providencia por habemos humillado,
pues con harta frecuencia el éxito ciega, infla y embriaga;
hace olvidar que las conversiones vienen de Dios y que son
quizá debidas no a nosotros, sino a un alma desconocida que
ruega y se inmola en secreto.
La falta de éxito reduce al justo
sentimiento de la realidad, nos recuerda que somos pobres
instrumentos, nos invita a entrar en nosotros mismos; y si
fuere necesario, a corregir nuestros deseos, rectificar nuestros
métodos, renovar nuestro celo e insistir en la oración. Porque
si nuestra negligencia y nuestras faltas han contribuido al mal,
es preciso no sólo borrarlas por la penitencia, sino reparar sus
consecuencias en la medida posible, redoblar el celo, la
oración, el sacrificio.


No debe, sin embargo, esta humilde resignación entibiar
nuestro ardor.
Cuando las almas no corresponden a nuestros
cuidados, «lloremos -dice San Francisco de Sales-,
suspiremos, oremos por ellas con el dulce Jesús, que después
de haber derramado lágrimas abundantes durante toda su
vida por los pecadores, murió por fin con los ojos anublados
por el llanto y el cuerpo empapado todo en sangre».

Condenado, vendido, abandonado, hubiera podido conservar
su vida y dejarnos en la obstinación
, pero nos amó hasta el fin,
mostrando así que la verdadera caridad no se desanima,
segura como está de que ha de triunfar al fin de la más
obstinada resistencia; lo espera todo, porque espera en Dios
que todo lo puede.
Si la misericordia se estrella ante Judas,
ha, sin embargo, santificado a la Magdalena, a San Pedro, a
San Agustín, a todos los santos penitentes.
La humildad, que
nos revela nuestras miserias y nuestras faltas, nos muestra
con evidencia las dificultades de la virtud y nos inspira
profunda compasión hacia las almas aún débiles.
«¿Qué
sabemos
-añade el dulce Obispo de Ginebra- si el pecador
hará penitencia y conseguirá la salvación? En tanto
conservemos la esperanza (y mientras hay vida, hay
esperanza)
, jamás hemos de rechazarle, sino más bien orar
por él, y le ayudaremos en cuanto su desdicha lo permita.»


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Lun 06 Mai 2019, 6:27 am

Después de todo, si las almas defraudan nuestras
esperanzas
, como nosotros nada hayamos escatimado para
su bien, no hemos de responder de su pérdida, pues hemos
cumplido con el deber, hemos glorificado a Dios y regocijado
su misericordioso corazón en lo que a nosotros se refiere. En
estas condiciones, el sentimiento de nuestra insuficiencia o de
nuestras responsabilidades nada tienen que inquietarnos.

Asimismo lo asegura Nuestro Padre San Bernardo en su carta
al beato Balduino, su discípulo: Se os pedirá -le dice- «lo que
tenéis y no lo que no tenéis. Estad preparados para responder,
pero sólo del talento que os ha sido confiado, y en cuanto a lo
demás estad tranquilo.
Dad mucho, si mucho habéis recibido,
y poco, si poco es lo que tenéis... Dad todo, porque se os
pedirá todo hasta el último óbolo
; pero por supuesto, lo que
tenéis y no lo que no tenéis
».


«Mas, en último recurso, después que hayamos llorado
sobre los obstinados y hayamos cumplido para con ellos los
deberes de la caridad, a fin de conseguir, si fuera posible,
apartarlos de la perdición, debemos imitar a Nuestro Señor y a
los Apóstoles; es decir, desviar de ellos nuestro espíritu y
volverle a otros objetos, a otras preocupaciones más útiles
para la gloria de Dios.
Porque mal podremos entretenemos en
llorar demasiado a unos, sin que se pierda el tiempo propio y
necesario para la salvación de los otros. Por lo demás, es
preciso adorar, amar y alabar para siempre la justicia
vengadora y punitiva de nuestro Dios como amamos su
misericordia
, pues tanto una como otra son hijas de su
bondad.
Pues así como por su gracia quiere hacernos buenos,
como bonísimo, o mejor dicho, como infinitamente bueno que
El es, así por su justicia quiere castigar el pecado, porque le
odia; pero le odia porque, siendo soberanamente bueno,
detesta el sumo mal que es la iniquidad. Y nota, Teótimo,
como conclusión, que siempre, o punitivo o remunerador, su
beneplácito es adorable, amable y digno de bendición eterna.


»Así el justo que canta las alabanzas eternas de la
misericordia por aquellos que serán salvos, gozará igualmente
cuando vea la justicia..., y los ángeles custodios, habiendo
ejercido su caridad para con los hombres, cuya guarda y
custodia han tenido, quedarán en paz viéndolos obstinados y
aun condenados. Necesario es, pues, reverenciar la divina
voluntad, y besar con igual acatamiento y amor la diestra de
su misericordia que la siniestra de su justicia.»


Otras pruebas se hallarán en la dirección de las almas.
Cada una tiene al menos la misión providencial de hacernos
practicar el desasimiento de los hombres y de las cosas, un
celo absolutamente puro y el Santo Abandono.
Por vía de
ejemplo, digamos que hay personas que nos proporcionan
cumplida satisfacción y Dios, sin embargo, nos las quita de un
modo inesperado; entonces, lejos de murmurar, besemos la
mano que nos hiere. ¿No es misión nuestra el conducir las
almas a Dios...?; ya hemos tenido el dulce consuelo de verla
realizada. Para El las formamos, y a El le pertenecen más que
a nosotros. Si El, pues, estima conveniente privarnos de la
alegría que su presencia nos inspira y de nuestras caras
esperanzas, ¿no es justo que la voluntad de Dios se
anteponga a la nuestra, su infinita sabiduría a nuestras miras
tan limitadas, y nuestros intereses eternos a los de la tierra?


CONTINUARÁ...
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Message  Javier Mar 07 Mai 2019, 9:08 am

Artículo 4º.- Nuestras propias faltas

Hablemos ahora de nuestras propias faltas.

Ante todo, pongamos el mayor cuidado en huir del pecado;
pero mantengámonos en apacible resignación a las
disposiciones de la Providencia
. En efecto, dice San Francisco
de Sales, «Dios odia infinitamente el pecado y, sin embargo, lo
permite sapientísimamente, con el fin de dejar a la criatura
racional obrar según la condición de su naturaleza y hacer
más dignos de alabanza a los buenos, cuando pudiendo violar
la ley, no la violan. Adoremos, pues, y bendigamos esta santa
permisión; mas ya que la Providencia que permite el pecado,
le aborrece infinitamente, detestémosle con Ella y odiémosle,
deseando con todas nuestras fuerzas que el pecado permitido
(en este sentido) no se cometa jamás, y como consecuencia
de este deseo, empleemos todos los medios que nos sea
posible para impedir el nacimiento, el progreso y el reinado del
pecado. Imitemos a Nuestro Señor que no cesa de exhortar,
prometer, amenazar, prohibir, mandar e inspirar cerca de
nosotros para apartar nuestra voluntad del pecado, en tanto
que lo puede hacer sin privarnos de nuestra libertad.»
Si
perseveramos constantemente en la oración, la vigilancia y el
combate
, serán más raras nuestras faltas a medida que
avancemos, menos voluntarias y mejor reparadas, y nuestra
alma se consolidará en una prudencia cada vez mayor.
Sin
embargo, salvo una especialísima gracia, como la concedida a
la Santísima Virgen, es imposible en esta vida evitar todo
pecado venial, pues hasta los santos mismos recurrieron a la
confesión.

Pero si aconteciera que cometiésemos algún pecado,
«hagamos cuanto de nosotros depende, a fin de borrarlo.
Aseguró Nuestro Señor a Carpus: que, si preciso fuere,
sufriría de nuevo la muerte para librar a una sola alma del
pecado».
Con todo, «sea nuestro arrepentimiento fuerte,
sereno, constante, tranquilo, pero no inquieto, turbulento, ni
desalentado».


CONTINUARÁ...

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Message  Javier Mer 08 Mai 2019, 10:47 am

«Si me elevo a Dios -decía Santa Teresa del Niño Jesús- por
la confianza y el amor, no es por haber sido preservada de
pecado mortal. No tengo dificultad en declararlo, que aunque
pesaran sobre mi conciencia todos los pecados y todos los
crímenes que se pueden cometer
, nada perdería de mi
confianza.
Iría con el corazón transido de dolor a echarme en
brazos de mi Salvador, pues sé muy bien que ama al hijo
pródigo, ha escuchado sus palabras a Santa Magdalena, a la
mujer adúltera, a la Samaritana.
No, nadie podrá intimidarme,
porque sé a qué atenerme en lo que se refiere a su amor y a
su misericordia.
Sé que toda esa multitud de ofensas se
abismaría en un abrir y cerrar de ojos como gota de agua
arrojada en ardientes brasas.»


No imitemos, pues, a las personas para quienes un
arrepentimiento tranquilo es una paradoja. ¿No ha de haber
un término medio entre la indiferencia a la que tanto teme su
espíritu de fe, y el despecho, el abatimiento en que los arroja
su impaciencia? Jamás sabríamos precavernos lo bastante
contra la turbación que nuestros pecados nos causan,
lo cual,
lejos de ser un remedio, es un nuevo mal.
Mas, por nocivas
que las faltas sean en sí mismas, lo son más aún en sus
consecuencias cuando producen la inquietud, el desaliento y a
veces la desesperación.
Por el contrario, la paz en el
arrepentimiento es muy deseable.
«Santa Catalina de Sena
cometía algunas faltas, y afligiéndose por este motivo ante el
Señor, hízola entender que su arrepentimiento sencillo, pronto
y vivo y lleno de confianza, le complacía más de lo que había
sido ofendido por las faltas. Todos los santos han tenido faltas,
y a veces los mayores las han tenido considerables
, como
David y San Pedro, y jamás quizá hubieran llegado a santidad
tan encumbrada si no hubieran cometido faltas y faltas muy
grandes. Todo concurre al bien de los elegidos
-dice San
Pablo-; hasta sus pecados -comenta San Agustín-.»


CONTINUARÁ...
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Message  Javier Jeu 09 Mai 2019, 2:37 pm

Existe, en efecto, el arte de utilizar nuestras faltas, y
consiste el gran secreto en soportar con sincera humildad, no
la falta misma, ni la injuria hecha a Dios, sino la humillación
interior, la confusión impuesta a nuestro amor propio; de
suerte que nos abismemos en la humildad confiada y
tranquila.
¿No es el orgullo la principal causa de nuestros
desfallecimientos? Poderoso medio para evitar sus efectos,
será aceptar la vergüenza, confesando que se la tiene
merecida. Con sobrada facilidad eludimos las otras
humillaciones, persuadiéndonos de que son injustas, ¿pero
cómo no sentir la dura lección de nuestras faltas, siendo así
que ellas ponen de manifiesto tanto nuestra nativa
depravación como nuestra debilidad en el combate?
La
humillación bien recibida produce la humildad, y la humildad a
su vez, recordándonos sin cesar ya sea el tiempo que hemos
de recuperar, ya las faltas cuyo perdón necesitamos implorar,
alimenta la compunción de corazón, estimula la actividad
espiritual y nos torna misericordiosos para con los demás.


El P. de Caussade hace a este propósito muy atinadas
reflexiones: «Dios permite nuestras pequeñas infidelidades, a
fin de convencernos más íntimamente de nuestra debilidad, y
para hacer morir poco a poco en nosotros esta desdichada
estima de nosotros mismos, que nos impediría adquirir la
verdadera humildad de corazón. Ya lo sabemos; nada hay
más agradable a Dios que este absoluto desprecio de sí,
acompañado de una entera confianza puesta solamente en El.

Grande es, pues, la gracia que este Dios de bondad nos hace
cuando nos constriñe a beber, las más de las veces a pesar
de nuestra repugnancia, este cáliz temido por nuestro amor
propio y nuestra naturaleza caída. De no hacerlo así, jamás
curaríamos de una presunción secreta y de una orgullosa
confianza en nosotros mismos. Nunca llegaremos a
comprender, cual conviene, que todo el mal viene de nosotros,
y todo bien sólo de Dios
; y para hacernos habitual este doble
sentimiento, se precisa un millón de experiencias personales,
y tanto más, cuanto que estos vicios ocultos en nuestra alma
son mayores y más arraigados. Son, pues, para nosotros muy
saludables estas caídas
, en cuanto que sirven para
conservarnos siempre pequeños y humillados delante de Dios,
siempre desconfiados de nosotros mismos, siempre
anonadados a nuestros propios ojos.
Nada más fácil, en
efecto, que servirnos de cada una de nuestras faltas para
adquirir un nuevo grado de humildad, y de este modo ahondar
más en nosotros el fundamento de la verdadera santidad.
¿Por qué no admirar y bendecir la infinita bondad de Dios, que
así sabe sacar nuestro mayor bien hasta de nuestras faltas?
Basta para esto no amarlas, humillarse dulcemente y
levantarse con infatigable constancia después de cada una de
ellas, y después trabajar en corregirse.
»


CONTINUARÁ...
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