EL COMBATE ESPIRITUAL (P. Lorenzo Scúpoli)

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Message  Javier Jeu 20 Sep 2018, 12:07 pm

EL COMBATE ESPIRITUAL

P. Lorenzo Scúpoli


PRÓLOGO

Monseñor Pedro Camus en su hermoso libro titulado: "El espíritu de
San Francisco de Sales" (cuya lectura recomendamos porque hace
un gran bien) cuenta lo siguiente: "Yo le pregunté a san Francisco
quién era su director o maestro de espíritu, y me respondió sacando
del bolsillo el librito "EL COMBATE ESPIRITUAL". "Éste es el que
con la ayuda divina me ha gobernado y guiado desde mi juventud;
éste es mi maestro y director de las cosas de espíritu y de la vida
interior. Desde que, siendo un estudiante en la Universidad de
Padua, un Padre Teatino me lo recomendó y me aconsejó que lo
leyera frecuentemente, he seguido su consejo y me ha resultado
sumamente provechoso. Fue compuesto por un sacerdote muy
santo de esa comunidad".


El mismo monseñor Camus cuenta que aunque San Francisco de
Sales estimaba y aconsejaba mucho el bellísimo libro "Imitación de
Cristo", sin embargo aconsejaba todavía más la lectura de "El
Combate Espiritual".

Y añade: "Entre los libros de lectura espiritual que recomendaba
nuestro santo, por el que más alta estimación sentía era por El
Combate Espiritual. No se cansaba de recomendar su lectura, y
declaraba que él lo había llevado consigo por más de diecisiete
años continuos, leyendo cada día un capítulo, y recibiendo siempre
luces celestiales cada vez que hacía allí alguna lectura."


Muchas de las enseñanzas que San Francisco de Sales trae en su
famoso libro "Filotea, o Introducción a la vida devota", están
tomadas de El Combate Espiritual.

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Message  Javier Ven 21 Sep 2018, 11:03 am

Entre los libros que allí recomienda para progresar en la vida de
perfección, está en primera línea El Combate Espiritual. EN SUS
CARTAS. Han sido recogidas en varios volúmenes, más de mil
cartas gran doctor de la Iglesia, San Francisco de Sales, y en varias
de ellas elogia mucho a su querido librito "El Combate Espiritual",
veamos algunos ejemplos.

En la Carta 32 dice: "Este otro libro que está leyendo es bueno,
pero es algo confuso y difícil. En cambio El Combate Espiritual es
mucho más ordenado, más claro, y le hará más provecho al leerlo".


En su Carta 55 afirma: "El Combate Espiritual" es un libro
sumamente provechoso. Yo hace 15 años que lo llevo siempre
conmigo y nunca lo he leído sin sacar provecho".


En la Carta 48 a una abadesa le conseja: "Lea el librito El Combate
Espiritual y verá que adquiere mucha paz interior".


En su carta 16, a una señora casada le recomienda: "Entre los
ejercicios de la devoción lo que más le aconsejo es que lea
frecuentemente El Combate Espiritual. Yo recomiendo mucho este
libro porque su lectura hace un gran bien".


En su Carta 94 a la viuda le escribe: "Para vencer las tentaciones
lea EL COMBATE ESPIRITUAL. Este es mi libro favorito. Y el que
más prefiero siempre. Desde hace dieciocho años lo llevo siempre
conmigo, y no lo leo jamás sin conseguir provecho para el alma".

Julio 24 de 1.607 (Esta Carta está en los documentos de la causa
de canonización).

A una persona que había sufrido una gran pena le escribió su Carta
75 en la cual dice: "Para conseguir la gracia de aceptar en paz las
penas que nos llegan, ayuda mucho leer El Combate Espiritual, que
tantas veces le he recomendado. Este librito trae doctrinas
provechosísimas que le dan al alma mucha paz".


Hagámosle caso a este gran santo y empecemos la lectura de tan
hermoso libro.

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Message  Javier Sam 22 Sep 2018, 11:43 am

CAPÍTULO 1

EN QUÉ CONSISTE LA PERFECCIÓN CRISTIANA, Y QUE PARA
CONSEGUIRLA ES NECESARIO LUCHAR Y ESFORZARSE, Y DE
CUATRO COSAS QUE SON NECESARIAS PARA ESTE
COMBATE.


Si deseas, oh alma muy amada por Jesucristo, llegar al más alto
grado de santidad y perfección cristiana, y vivir en perpetua amistad
con Dios Nuestro Señor, la cual es la más alta y gloriosa empresa
que puede emprenderse e imaginarse, lo que primero debes saber
es: en qué consiste la perfección cristiana, la verdadera vida
espiritual.

Muchas personas se han equivocado y han creído que la perfección
cristiana y la santidad consisten en otras cosas que en realidad no
lo son. Así por ejemplo hay quienes se imaginan que para llegar a la
perfección o santidad basta con dedicarse a muchos ayunos y
grandes penitencias. Otras personas especialmente mujeres, creen
que lo importante es dedicarse a muchas oraciones, a oír misas, a
visitar templos y a leer devocionales.

No faltan personas pertenecientes a las comunidades religiosas que
se imaginan que para llegar a la santidad basta con cumplir
exactamente los reglamentos de su comunidad y asistir a todas las
reuniones y actos religiosos de su congregación.

No hay duda que todos estos son medios poderosos para adquirir la
verdadera perfección y una gran santidad, si se emplean con
prudencia y ayudan mucho a adquirir fortaleza contra las propias
pasiones y la fragilidad de nuestra naturaleza, sirven para
defenderse de los asaltos y tentaciones de los enemigos de nuestra
salvación; además son muy eficaces para obtener de la misericordia
divina los auxilios celestiales que necesitamos para progresar en la
virtud. Son útiles y necesarios, y más para los principiantes.

El Espíritu Santo va iluminando a las personas espirituales los
medios para llegar a la santidad. Les enseña a cumplir aquello que
decía san Pablo: "Castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no
sea que enseñando a otros el camino de la santidad, yo me quede
sin llegar a conseguirla" (cf. 1Co 9, 27).
Esto sirve para castigarle al
cuerpo las rebeldías que en lo pasado ha tenido contra el espíritu, y
para dominarlo y tenerlo obediente a las leyes del Creador.

El Divino Espíritu inspira también a muchas almas el dedicarse a
vivir como deseaba san Pablo: "Como ciudadanos del cielo" (Flp 3,
20)
y por eso les invita a dedicarse a la oración, a la meditación, y a
pensar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, y no por
curiosidad, ni por conseguir gozos sensibles, sino para lograr
apreciar mejor cuán grande es la bondad y la misericordia de
Nuestro Señor, y cuán espantosa es nuestra ingratitud y nuestra
maldad.

A las almas que desean llegar a la santidad, el Divino Espíritu les
recuerda frecuentemente aquellas palabras de Jesús: "Si alguien
quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, acepte su cruz de
sufrimientos de cada día, y sígame" (Mt 16, 24).
Y les invita a seguir
a Cristo imitando sus santos ejemplos, venciéndose así mismo, y
aceptando con paciencia las adversidades. Para esto les será de
enorme utilidad el frecuentar los sacramentos, especialmente el de
la penitencia y el de la Eucaristía. Éstos les permitirán conseguir
nuevo vigor y adquirir fuerzas y energías para luchar contra los
enemigos de la santidad.

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Message  Javier Lun 24 Sep 2018, 11:17 am

Existen almas imprudentes que consideran como lo más importante
para adquirir la perfección y la santidad, el dedicarse a obras
exteriores. Algo dañoso y perjudicial. Para muchas almas el
dedicarse totalmente a obras exteriores les hace más daño que bien
para su espíritu, no porque esas obras no sean buenas y
recomendables, sino porque se dedican de manera tan total a ellas
que se olvidan de lo esencial y más necesario que es reformar sus
pensamientos, sus sentimientos y actitudes, no dejar que sus malas
inclinaciones se desborden libremente; éstas les exponen a muchas
trampas y tentaciones de los enemigos del alma.

Una trampa. Los enemigos de nuestra salvación, viendo que la
cantidad de ocupaciones que nos atraen y nos apartan del
verdadero camino que lleva a la santidad, no sólo nos animan a
seguirlas practicando, sino que nos llenan !a imaginación de
quiméricas y falsas ideas, tratando de convencernos de que por
dedicarnos a muchas acciones exteriores ya con eso nos estamos
ganando un maravilloso paraíso eterno.

Existe otra trampa contra nuestra vida espiritual, es
que durante la oración se nos llene la cabeza de pensamientos
grandiosos y hasta curiosos, agradables acerca de futuros
apostolados y trabajos por las almas, y en vez de dedicar ese
tiempo precioso a amar a Dios, a adorarlo, a pensar en sus
perfecciones, a darle gracias y a pedirle perdón por nuestros
pecados, nos dediquemos a volar como varias mariposas por un
montón de temas que no son oración, y aun como moscardones a
volar con la imaginación, por los basureros de este mundo.

Aunque la persona se dedique a muchas obras externas y pase
tiempos en fantasías e imaginaciones, la señal para saber a qué
grado de perfección ha llegado su espiritualidad es averiguar qué
cambio y qué transformación han tenido su vida, su conducta, y sus
costumbres. Porque si a pesar de tantas obras y proyectos siguen
deseando siempre que les prefieran a los demás, se muestran
llenas de caprichos y rebeldes, obstinadas en su propio parecer sin
querer aceptar el parecer de los otros, sin preocuparse por aceptar
el parecer de los otros, y sin preocuparse por observar sus propias
miserias y debilidades, se dedican a observar con ojos muy abiertos
las faltas y miserias ajenas. Esto es señal de que el grado
de su santidad es muy bajo todavía. Y si cuando alguien se atreve a
herirles algo en su propia estimación con críticas u observaciones o
negaciones de especiales demostraciones de aprecio, estallan en
ira e indignación. Y cuando se les dice que lo importante no es tanto
el número de oraciones y devociones que tienen sino la calidad y el
amor a Dios y al prójimo que hay en esas prácticas de piedad, se
enojan; se turban y se llenan de inquietud y no aceptan esto de
ninguna persona. Con ello están demostrando que su santidad es
demasiado pequeña todavía. Y más si cuando Nuestro Señor, para
llevarles a mayor perfección permite que les lleguen enfermedades,
contrariedades, pruebas y persecuciones, entonces sí que
manifiestan que su santidad es falsa porque estallan en quejas,
protestas y no aceptan conformar su voluntad con la Santísima
Voluntad de Dios.

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Message  Javier Mer 10 Oct 2018, 12:13 pm

La experiencia de cada día enseña que con más facilidad se
convierte un pecador manifiesto, que otro que se oculta y se cubre
con el manto de muchas obras externas de virtud. Porque a estas
almas las deslumbra y las ciega de tal manera su orgullo que es
necesaria una gracia extraordinaria del cielo para convertirlas y
sacarlas de su engaño. Están siempre en un dañoso peligro de
permanecer en su estado de tibieza y de postración espiritual
porque tienen oscurecidos los ojos de su espíritu con un enorme
amor propio y un deseo insaciable de que la gente les estime y les
aprecie, al hacer sus obras exteriores, que de por sí son buenas,
aquello que buscan es satisfacer su vanidad y se atribuyen muchos grados de
perfección, en su presunción y orgullo, viven censurando y
condenando a los demás.

No consiste la perfección, pues en dedicarse a muchas obras
exteriores. Pues como dice san Pablo: "Aunque yo haga las obras
más maravillosas del mundo, si no tengo amor a Dios y al prójimo,
nada soy" (1Co 13).


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Message  Javier Ven 12 Oct 2018, 6:43 am

Si quieres, pues, entender en qué consiste el fondo de la verdadera piedad, y toda la perfección
del Cristianismo, sabe que no consiste en otra cosa sino en conocer la bondad y la grandeza infinita
de Dios, y la bajeza y propensión de nuestra naturaleza al mal; en amar a Dios, y aborrecernos a
nosotros mismos; en sujetarnos, no solamente a su divina Majestad, sino también a todas las
criaturas, por su amor; en renunciar enteramente a nuestra propia voluntad, a fin de seguir siempre
la suya; y sobre todo en hacer todas estas cosas únicamente por la honra y gloria de Dios, sin otra
intención o fin que agradarle, y porque su divina Majestad quiere y merece ser amado y servido de
sus criaturas.

Ésta es aquella ley de amor que el Espíritu Santo ha grabado en los corazones de los justos
(Deut, VI, 5,—Matth. XX, 37); ésta es aquella abnegación de sí mismo y crucifixión del hombre
interior, tan encomendada de Jesucristo en el Evangelio (Matth. XVIII,) ésta es su yugo suave y su
peso ligero (Matth. XI, 22); ésta es aquella perfecta obediencia que este divino Maestro nos enseñó
siempre con sus palabras y ejemplos (Phil. II).

Si aspiras, pues, hija mía, no solamente a la santidad, sino a la perfección de la santidad, siendo
forzoso para adquirirla en este sublime grado, combatir todas las inclinaciones viciosas, sujetar los
sentidos a la razón, y desarraigar los vicios (lo cual no es posible sin una aplicación infatigable y
continua); conviene que con ánimo pronto y determinado, te dispongas y prepares a esta batalla,
porque la corona no se da sino a los que combaten generosamente (II Tim. II, 25).

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Message  Javier Sam 13 Oct 2018, 7:49 am

Pero advierte, hija mía, que así como esta guerra es la más difícil de todas, pues combatiendo contra nosotros mismos somos de nosotros mismos combatidos (I Petr. II), así la victoria que se alcanza es la más agradable a Dios y la más gloriosa al vencedor; porque quien con valor y resolución mortifica sus pasiones, doma sus apetitos y reprime hasta los menores movimientos de su propia voluntad, ejecuta una obra de mucho mayor mérito a los ojos de Dios, que si conservando alguna de ellas viva en su corazón, afligiese y maltratase su cuerpo con los más ásperos cilicios y disciplinas, o ayunase con más austeridad y rigor que los antiguos anacoretas del desierto, o convirtiese a Dios millares de pecadores. Porque aunque no es dudable que Dios estima y aprecia más la conversión de un alma, considerando este ejercicio en sí, que la mortificación de un apetito o deseo desordenado; sin embargo, tú no debes poner tu principal cuidado en querer y ejecutar lo que según su naturaleza es más noble y excelente, sino en obrar lo que Dios pide y desea particularmente de ti. Y es evidente que Dios se agrada más de que trabajes en mortificar tus pasiones que, si dejando advertidamente una sola en tu corazón, le sirves en cualquier otra cosa, aunque sea de mayor importancia.

Pues ya has visto, hija mía, en qué consiste la perfección cristiana, y que para adquirirla es necesario que te determines a una continua guerra contra ti misma; conviene que te proveas de cuatro cosas, como de armas seguras y necesarias para conseguir la palma, y quedar vencedora en esta espiritual batalla; éstas son, la desconfianza de nosotros mismos, la confianza en Dios, el ejercicio y la oración; de las cuales trataremos clara y sucintamente, con la ayuda de Dios, en los capítulos siguientes.

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Message  Javier Dim 14 Oct 2018, 12:34 pm

CAPÍTULO II - De la desconfianza de sí mismo

La desconfianza propia, hija mía, nos es tan necesaria en el combate espiritual, que sin esa virtud no solamente no podremos triunfar de nuestros enemigos, pero ni aun vencer la más leve de nuestras pasiones.

Debes imprimir y grabar profundamente en tu espíritu esta verdad; porque aunque verdaderamente no somos más que nada, no obstante no dejamos de concebir una falsa estimación de nosotros mismos, y persuadiéndonos sin fundamento que somos algo, presumimos vanamente de nuestras propias fuerzas.

Este vicio, hija mía, es un funesto y monstruoso efecto de la corrupción de nuestra naturaleza, y desagrada mucho a los ojos de Dios, el cual desea siempre en nosotros un fiel y profundo conocimiento de esta verdad: que no hay virtud ni gracia en nosotros que no proceda de su bondad, como de fuente y origen de todo bien, y que de nosotros no puede nacer algún pensamiento que le sea agradable.

Pero si bien esta importante desconfianza de nosotros mismos es un don del cielo que Dios comunica a sus escogidos, ya con santas aspiraciones, ya con ásperos castigos, ya con violentas y casi insuperables tentaciones, porque su divina Majestad quiere que hagamos de nuestra parte todo el esfuerzo posible para adquirirla, te propongo cuatro medios con los cuales, ayudada del socorro de la gracia, infaliblemente la alcanzarás.

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Message  Javier Mar 16 Oct 2018, 1:22 pm

El primero es que consideres tu vileza y tu nada, y reconozcas que con tus fuerzas naturales no eres capaz de obrar algún bien por el cual merezcas entrar en el reino de los cielos.

El segundo, que con fervor y humildad pidas frecuentemente a Dios esta virtud; porque es don suyo, y para obtenerla debes desde luego persuadirte, no solamente de que no la tienes, sino también de que nunca podrás adquirirla por ti misma. Después, postrándote en la presencia del Señor, se la pedirás con fe viva de que por su infinita bondad se dignará concedértela; y si perseveras constante en esta esperanza, por todo el tiempo que dispusiere su providencia, no dudes que la alcanzarás.

El tercer medio es que te acostumbres poco a poco a no fiarte de ti misma, y a temer las ilusiones de tu propio juicio, la violenta inclinación de nuestra naturaleza al pecado, y la terrible multitud de enemigos que nos cercan de todas partes, que son sin comparación más astutos y fuertes que nosotros, que saben transformarse en ángeles de luz (II Cor. XI, 14), y ocultamente nos tienden lazos en el camino mismo del cielo.

El cuarto medio es que, cuando cayeres en alguna falta entres más vivamente en la consideración de tu propia flaqueza, y entiendas que Dios no permite nuestras caídas sino solamente a fin de que, alumbrados de una buena luz, nos conozcamos mejor, y aprendamos a menospreciarnos como viles criaturas, y concibamos un sincero deseo de ser menospreciados de los demás.

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Message  Javier Mer 17 Oct 2018, 7:04 am

Sin este menosprecio, hija mía, no esperes adquirir jamás, perfectamente, la desconfianza de ti misma, la cual se funda en la verdadera humildad, y en un conocimiento experimental de nuestra miseria; porque es cosa inefable y clara que, quien desea unirse con la soberana luz y verdad increada, debe conocerse bien a sí mismo, y no ser como los soberbios y presuntuosos, que se instruyen con sus propias caídas, y sólo empiezan a abrir los ojos cuando han incurrido en algún grave error y desorden de que vanamente imaginaban que podrían defenderse. Lo cual Dios permite así a fin de que reconozcan su flaqueza, y con esa funesta experiencia vengan a desconfiar de sus propias fuerzas.

Pero Dios no se sirve ordinariamente de un remedio tan áspero para curar esta presunción, sino cuando los remedios más fáciles y suaves no han producido el efecto que su divina Majestad pretende. Su providencia permite que el hombre caiga más o menos veces, según ve que es mayor o menor su presunción y soberbia; de manera que, si se hallase alguno tan exento de este vicio, como lo fue la bienaventurada Virgen María, nuestra Señora, es claro que no caería jamás en ninguna falta.

Todas las veces, pues, que cayeres, recurre sin tardanza al humilde conocimiento de ti misma, y con ferviente oración pide al Señor que te dé su luz para que te conozcas tal cual eres verdaderamente a sus ojos, y no presumas de tu virtud; de otra suerte no dejarás de reincidir de nuevo en las mismas faltas, y por ventura cometerás otras más graves, que causarán la pérdida de tu alma.

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Message  Javier Jeu 18 Oct 2018, 6:14 am

CAPÍTULO III - De la confianza en Dios

Aunque la desconfianza propia es tan importante y necesaria en este combate, como hemos mostrado, no obstante, si se halla sola esta virtud en nosotros, y no tiene otros socorros, seremos fácilmente desarmados y vencidos por nuestros enemigos. Por esta causa es necesario que a la desconfianza propia añadas una entera confianza en Dios, que es el autor de todo nuestro bien, y de quien solamente debemos esperar la victoria. Por que así como de nosotros, que nada somos, no podemos prometernos sino frecuentes y peligrosas caídas, por lo cual debemos desconfiar siempre de nuestras propias fuerzas; así como con el socorro y asistencia de Dios conseguiremos grandes victorias y ventajas sobre nuestros enemigos, si, convencidos perfectamente de nuestra flaqueza, armamos nuestro corazón de una viva y generosa confianza en su infinita bondad.

Cuatro son los medios con que podrás adquirir esta excelente virtud:

El primero, es pedirla con humildad al Señor.

El segundo, considerar y mirar con los ojos de la fe la omnipotencia y sabiduría infinita de aquel Ser soberano, a quien nada es imposible ni difícil, y que, por su bondad suma, y por el exceso con que nos ama, se halla pronto y dispuesto a darnos a cada hora y cada instante todo lo que nos es necesario para la vida espiritual, y para la entera victoria de nosotros mismos como recurramos a sus brazos con filial confianza ¿Cómo será posible que este dulce y amable Pastor que por espacio de treinta y tres años ha corrido tras la oveja perdida y descaminada (Luc. XV, 7), con tanto sudor y sangre a costa suya, para reducirla y traerla de los despeñaderos y veredas peligros a un camino santo y seguro: de la perdición a la salud, del daño al remedio, de la muerte a la vida; cómo será posible que este Pastor divino viendo que su ovejuela lo busca y lo sigue con la obediencia de sus preceptos o a lo menos con un deseo sincero (bien que imperfecto y flaco) de obedecerle, no vuelva a ella sus ojos de vida y de misericordia, no oiga sus gemidos, y no la recoja amorosamente y la ponga sobre sus divinos hombros alegrándose con los Ángeles del cielo de que vuelva a su redil y ganado y deje el pasto venenoso y mortal del mundo por el manjar suave y regalado de la virtud? Si con tanto ardor y diligencia busca la dracma del Evangelio (idem v. 8 ), que es la figura del pecador, ¿cómo será posible que abandone a quien como ovejuela triste y afligida de no ver a su pastor, lo busca y lo llama?

¿Quién podrá persuadirse de que Dios, que llama continuamente a la puerta de nuestro corazón (Apoc. III, 21) con deseo de entrar en él, y comunicarse a nosotros, y colmarnos de sus dones y gracias, hallando la puerta abierta, y viendo que le pedimos que nos honre con su visita, no se dignará concedernos el favor que deseamos?

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Message  Javier Ven 19 Oct 2018, 9:37 am

El tercer medio para adquirir esta santa confianza es recorrer con la memoria las verdades y oráculos infalibles de la divina Escritura, que nos aseguran clara y expresamente que los que esperan y confían en Dios no caerán jamás en la confusión (Psalm. II, 17.—Eccli. II).

El cuarto y último medio con que juntamente podremos adquirir la desconfianza de nosotros mismos y la confianza de Dios, es que cuando nos resolviéramos a ejecutar alguna obra buena, o a combatir alguna pasión viciosa, antes de emprender cosa alguna, pongamos por una parte los ojos en nuestra flaqueza, y por otra en el poder, sabiduría y bondad infinita de Dios; y templando el temor que nace de nosotros con la seguridad y confianza que Dios nos inspira, nos determinemos a obrar y combatir generosamente. Con estas armas, unidas a la oración, como diremos en su lugar, serás capaz, hija mía, de obrar cosas grandes, y de conseguir insignes victorias.

Pero si no observas esta regla, aunque te parezca que obras animada de una verdadera confianza en Dios, te hallarás engañada; porque es tan natural en el hombre la presencia de sí mismo, que insensiblemente se mezcla con la confianza que imagina tener en Dios, y con la desconfianza que cree tener de sí mismo.

Para alejarte, pues, hija mía, cuanto te sea posible, de la presunción, y para obrar siempre con las dos virtudes que son opuestas a este vicio, es necesario que la consideración de tu flaqueza vaya delante de la consideración de la omnipotencia de Dios, y que la una y la otra precedan a todas tus obras.

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Message  Javier Sam 20 Oct 2018, 6:56 am

CAPÍTULO IV - Cómo podremos conocer si obramos con la desconfianza de nosotros mismos y con la confianza en Dios

Muchas veces imagina y cree un alma presuntuosa que ha adquirido la desconfianza de sí misma y la confianza en Dios; pero éste es un engaño que no se conoce bien sino cuando se cae en algún pecado; porque entonces si el alma se inquieta, si se aflige, si se desalienta y pierde la esperanza de hacer algún progreso en la virtud, es señal evidente de que puso su confianza no en Dios, sino en sí misma; y si fuere grande su tristeza y desesperación, es argumento claro de que confiaba mucho en sí y poco en Dios.

Porque si el que desconfía mucho de sí mismo y confía mucho en Dios comete alguna falta, no se maravilla, ni se turba o entristece, conociendo que su caída es efecto natural de su flaqueza, y del poco cuidado que ha tenido de establecer su confianza en Dios; antes bien con esta experiencia aprende a desconfiar más de sus propias fuerzas, y a confiar con mayor humildad en Dios, detestando sobre todas las cosas su falta, y las pasiones desordenadas que la ocasionaron; y con un dolor quieto y pacífico de la ofensa de Dios, vuelve a sus ejercicios, y persigue a sus enemigos con mayor ánimo y resolución que antes.

Esto sería bien que considerasen algunas personas espirituales, que apenas caen en alguna falta se afligen y se turban con exceso, y muchas veces, más por librarse de la inquietud y pena que les causa su amor propio que por algún otro motivo, buscan con impaciencia a su director o padre espiritual, al cual deberían recurrir principalmente para lavarse de sus pecados por el sacramento de la Penitencia, y fortalecerse contra sus recaídas por el de la Eucaristía.

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Message  Javier Dim 21 Oct 2018, 11:58 am

CAPÍTULO V - Del error de algunas personas que tienen a la pusilanimidad por virtud

Es también una ilusión muy común el atribuir a virtud la pusilanimidad y la inquietud que se siente después del pecado; porque, aunque la inquietud que nace del pecado vaya acompañada de algún dolor, no obstante, siempre procede de una secreta presunción y soberbia, nacida de la confianza que se tiene de las propias fuerzas. Ordinariamente las almas presuntuosas, que, por juzgarse bien fundadas en la virtud, menosprecian los peligros y tentaciones, si vienen a caer en alguna falta, y a conocer por experiencia su fragilidad y miseria, se maravillan y turban de su caída como cosa nueva; y viendo derribado el apoyo en que vanamente habían confiado, pierden el ánimo, y como pusilánimes y flacas, se dejan dominar de la tristeza y de la desesperación.

Esta desgracia, hija mía, no sucede jamás a las almas humildes que no presumen de sí mismas, y se apoyan únicamente en Dios; porque cuando caen en alguna falta, aunque sientan grande dolor de haberla cometido, no se maravillan ni se inquietan, porque conocen con la luz de la verdad que las ilumina, que su caída es un efecto natural de su inconstancia y flaqueza.

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Message  Javier Sam 27 Oct 2018, 6:33 am

CAPÍTULO VI - De otros avisos importantes para adquirir la desconfianza de sí mismo y la confianza en Dios

Como toda la fuerza de que necesitamos para vencer a nuestros enemigos depende de la confianza en Dios, me ha parecido darte algunos nuevos avisos, que son muy útiles y necesarios para obtener estas virtudes.

Primeramente, hija mía, has de tener por verdad indubitable, que ni con todos los talentos o dones, ya sean naturales, ya adquiridos, ni con todas las gracias gratuitas, ni con la inteligencia de toda la sagrada Escritura, ni con haber servido a Dios por largo espacio de tiempo, y estar acostumbrada a servirle, te hallarás capaz de cumplir la voluntad divina y de satisfacer a tus obligaciones, o de hacer alguna obra buena, o vencer alguna tentación, o salir de algún peligro, o sufrir alguna cruz, si la mano poderosa de Dios con protección especial no te fortifica en cualquier ocasión que se presentare.

Es necesario, pues, que imprimas profundamente en tu corazón esta importante verdad, y que no pase día alguno sin que la medites y consideres; y por este medio te alejarás y preservarás del vicio de la presunción, y no te atreverás a confiar temerariamente en tus propias fuerzas. En lo que toca a la confianza en Dios, has de creer constantemente que es muy fácil a su poder vencer a todos tus enemigos, sean pocos o muchos (1 Reg. XVI, 6), sean fuertes y aguerridos, o flacos y sin experiencia.

De este principio fundamental inferirás, como consecuencia precisa, que aunque un alma se encuentre llena de todos los pecados, imperfecciones y vicios imaginables, y después de haber hecho grandes esfuerzos para reformar sus costumbres, en lugar de hacer algún progreso en la virtud, sienta y reconozca en sí mayor inclinación y facilidad al mal; no obstante, no por eso debe perder el ánimo y la confianza en Dios, ni abandonar las armas y los ejercicios espirituales, sino más bien combatir siempre generosamente. Por que has de saber, hija mía, que en esta pelea espiritual no puede ser vencido quien no deja de combatir y de confiar en Dios, cuya asistencia y socorro no falta jamás a sus soldados, bien que algunas veces permite que sean heridos. Combatamos, pues, constantes hasta el fin, que en esto consiste la victoria; porque los que combaten por el servicio de Dios y en Él solo ponen su confianza, hallan siempre para las heridas que reciben un remedio pronto y eficaz, y cuando menos piensan ven al enemigo a sus pies.

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Message  Javier Dim 28 Oct 2018, 5:45 am

CAPÍTULO VII - Del ejercicio y buen uso de las potencias, y primeramente del entendimiento; y necesidad que tenemos de guardarlo de la ignorancia y de la curiosidad.

Si en el combate espiritual no tuviésemos otras armas que la desconfianza de nosotros mismos y la confianza en Dios, no solamente no podríamos vencer nuestras pasiones, más caeríamos en frecuentes y graves faltas. Por esta causa es necesario añadir a estas virtudes el ejercicio y buen uso de nuestras potencias, que es la tercera cosa que hemos propuesto como medio necesario para adquirir la perfección.

Este ejercicio consiste principalmente en reglar bien el entendimiento y voluntad.

El entendimiento debe conservarse siempre libre y exento de dos grandes vicios que suelen pervertirlo: el uno es la ignorancia, la cual le impide el conocimiento de la verdad, que es su propio objeto. Es necesario, pues, iluminarlo de tal suerte con el ejercicio, que vea y conozca con claridad lo que se debe hacer para purificar el alma de las pasiones desordenadas, y adornarla de virtudes. Esta luz se alcanza por dos medios: el primero y más importante es la oración, pidiendo al Espíritu Santo que se digne infundirla en nuestros corazones; y no dudes, hija mía, que el Señor te la comunicará abundantemente, siempre que de veras lo busques y desees cumplir su divina ley, y sujetes tu propio juicio al de tus superiores o padres espirituales.

El segundo es una aplicación continua a considerar y examinar bien las cosas que se presentan, para conocer si son buenas o malas, juzgando de su bondad o de su malicia, no por la exterior apariencia con que se presentan a los sentidos (1 Reg. XVI, 7), ni según la opinión del mundo, sino según la idea que nos da el Espíritu Santo. Esta consideración y examen nos hará conocer con evidencia que lo que el mundo ama y busca con tanto ardor es ilusión y mentira; que los honores y placeres de la tierra no son otra cosa que vanidad y aflicción de espíritu (Eccles. X); que las injurias y los oprobios son para nosotros ocasiones de verdadera gloria, y las tribulaciones, de verdadero contento; que el perdonar y hacer bien a nuestros enemigos es magnanimidad, y una de las acciones que nos hacen más semejantes a Dios; que vale más despreciar el mundo, que poseerlo; que es mayor generosidad y grandeza de ánimo obedecer con gusto por amor de Dios a las más viles criaturas, que mandar a grandes príncipes; que el humilde conocimiento de nosotros mismos debe apreciarse más que las ciencias más sublimes; y últimamente que el vencer y mortificar los propios apetitos por pequeños que sean, merece mayor alabanza que conquistar muchas ciudades, vencer grandes ejércitos con las armas, obrar milagros y resucitar muertos.

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Message  Javier Jeu 01 Nov 2018, 7:24 am

CAPÍTULO VIII - De las causas que nos impiden el juzgar rectamente de las cosas, y de la regla que se debe observar para conocerlas bien.

La causa por que no juzgamos rectamente de las cosas, es porque apenas se presentan a nuestra imaginación, nos dejamos llevar o del amor o del odio a ellas; y estas pasiones ciegas que pervierten la razón, nos las desfiguran de tal suerte, que nos parecen diferentes de lo que verdaderamente son en sí mismas.

Si quieres, pues, hija mía, preservarte de un engaño común y tan peligroso, es necesario que estés siempre advertida y sobre aviso, para tener, cuanto te fuere posible, la voluntad libre y purificada de la acción desordenada de cualquier cosa.

Y cuando se te presentare algún objeto, deberás considerarlo y examinarlo bien con el entendimiento, antes que la voluntad se determine a abrazarlo si fuere agradable, o a aborrecerlo si fuere contrario a tus inclinaciones naturales; porque entonces el entendimiento, no hallándose preocupado con la pasión, queda libre y claro para conocer la verdad, y discernir el mal (encubierto con el velo de un bien aparente), del bien que tiene la apariencia de un verdadero mal; pero si la voluntad primero se inclina a amar el objeto o aborrecerlo, el entendimiento queda incapaz de conocerlo como es verdaderamente en sí, porque la pasión se lo desfigura, de suerte que le obliga a formar una falsa idea; y representándolo entonces segunda vez a la voluntad en todo diferente de lo que es, esta potencia, ya movida y excitada, pasa a amarlo o a aborrecerlo con mayor vehemencia que antes; y no puede guardar reglas ni medidas, ni escuchar la razón.

En esta confusión y desorden, el entendimiento se oscurece más cada instante, y representa siempre a la voluntad el objeto, o más odioso, o más amable que antes; de suerte que si no se observa muy exactamente la regla que dejo escrita, que es muy importante en este ejercicio, las dos más nobles facultades del alma vienen a caminar siempre como dentro de un círculo, de errores en errores, de tinieblas en tinieblas, de abismo en abismo.

Guárdate, pues, hija, con todo cuidado, del afecto desordenado de las cosas, antes de examinar y conocer lo que son verdaderamente en sí mismas con la luz de la razón, y principalmente con la sobrenatural que el Espíritu Santo te comunicare, o por sí mismo, o por medio de tu padre espiritual. Pero advierte que este documento es más necesario en algunas obras exteriores que de sí son buenas, que en otras menos loables; porque en semejantes obras, por ser buenas en sí mismas, hay de nuestra parte mayor peligro de engaño o de indiscreción. Conviene, pues, que no te empeñes en ellas ciegamente y sin reflexión, porque una sola circunstancia de lugar o de tiempo que se omita puede causar grave daño; y basta el no hacer las cosas en un cierto modo o seguir el orden de la obediencia, para cometer grandes faltas, como lo acredita el ejemplo de muchos que se perdieron en los ministerios y ejercicios más loables y santos.

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Message  Javier Sam 03 Nov 2018, 12:55 pm

CAPÍTULO IX - De otro vicio de que debemos guardar el entendimiento para que pueda conocer lo que es útil.

El otro vicio de que debemos guardar nuestro entendimiento es la curiosidad; porque cuando lo llenamos de pensamientos nocivos, impertinentes y vanos, lo inhabilitamos enteramente para unirse y aplicarse a lo que es más propio para mortificar nuestros apetitos desordenados, y para llevarnos a la verdadera perfección.

Por esta causa, hija mía, conviene que estés como muerta a las cosas terrenas, y que no procures saberlas ni investigarlas, si no son absolutamente necesarias, aunque sean lícitas.

Restringe y recoge cuanto pudieres tu entendimiento, y no le permitas que se derrame vanamente en muchos objetos. No des jamás oídos a las nuevas que corren; los sucesos del mundo no hagan en tu espíritu más impresión que si fuesen imaginaciones o sueños. Aun en el deseo de saber las cosas del cielo has de procurar también ser humilde y moderada, no queriendo saber otra cosa que a Jesucristo crucificado (1 Cor. II, 2), su vida y su muerte, y lo que Él desea y pide particularmente de ti. De las demás cosas no tengas algún cuidado o solicitud, y de este modo agradarás a este divino Maestro, cuyos verdaderos discípulos no buscan ni desean saber sino lo que puede contribuir a su aprovechamiento, y serles de algún socorro para servirle y hacer su voluntad. Cualquier otro deseo, inquisición o cuidado, puede nacer del amor propio, soberbia espiritual o lazo del demonio.

Si tú, hija mía, observas estos avisos, te librarás de muchas asechanzas y engaños, porque la serpiente antigua, viendo en los que abrazan con fervor los ejercicios de la vida espiritual, una voluntad firme y constante, los combate de parte del entendimiento, a fin de ganar por esta noble potencia a la voluntad, y hacerse señor de los dos. Con este fin suele inspirarles en la oración pensamientos sublimes y sentimientos elevados, principalmente si son espíritus vivos, agudos, curiosos y fáciles, prontos a ensoberbecerse y enamorarse de sus propias ideas, para que, ocupándose con deleite en el discurso y consideración de aquellos puntos en que falsamente se persuaden tener con Dios las más íntimas comunicaciones, no cuiden de purificar su corazón, ni de adquirir el conocimiento de sí mismos, ni la verdadera mortificación, de donde nace que, llenos de presunción y vanidad, se formen un ídolo de su entendimiento, y acostumbrándose poco a poco a no consultar en todas las cosas sino a su propio juicio, vengan a imaginarse y persuadirse de que no necesitan del consejo ni dirección ajena.

Éste es un mal muy peligroso y casi incurable; porque es más difícil de curarse la soberbia del entendimiento que la de la voluntad; porque la soberbia de la voluntad, siendo descubierta y reconocida por el entendimiento, puede fácilmente remediarse con una voluntaria y rendida sumisión a las órdenes de aquel a quien debe obedecer. Mas a quien está firme en la opinión de que su parecer es mejor que el de los otros, ¿quién será capaz de desengañarle? ¿Cómo podrá reconocer su error? ¿Cómo se sujetará con docilidad a la dirección y consejo de otro, quien se imagina más sabio y más iluminado que todos los demás? Si el entendimiento, que es la luz del alma con que solamente se puede ver y conocer la soberbia de la voluntad, está enfermo, ciego y lleno de la misma soberbia, ¿quién podrá curarlo?, ¿quién hallará remedio a su mal? Si la luz se trueca en tinieblas, si la regla es falsa y torcida, ¿qué será de todo lo demás?

Procura, pues, hija mía, oponerte desde luego a un vicio tan pernicioso, antes que se apodere de tu alma. Acostúmbrate a sujetar tu juicio al ajeno, a no sutilizar demasiado en las cosas espirituales, a amar aquella simplicidad evangélica que tanto nos recomienda el Apóstol (II Cor. I–Ephes. VI.–Coloss. III), y serás incomparablemente más sabia que Salomón.

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Message  Javier Dim 04 Nov 2018, 4:33 pm

CAPÍTULO X - Del ejercicio de la voluntad, y del fin al que debemos dirigir todas nuestras acciones, así interiores como exteriores.

Después de haber corregido los vicios del entendimiento, es necesario que corrijas los de la voluntad, regulándola de tal suerte, que renunciando a sus propias inclinaciones, se conforme enteramente con la voluntad divina.

Pero advierte, hija mía, que no basta querer y procurar las cosas que son más agradables a Dios, sino que es necesario también que las quieras y las obres como movida de su gracia, y con el solo fin de agradarle.

En esto principalmente necesitamos combatir y luchar contra la propia naturaleza, la cual, como inficionada y depravada por el pecado, es tan inclinada a sí misma, que en todas las cosas, y tal vez en las espirituales con más cuidado que en las demás, busca su propia satisfacción y deleite, alimentándose de ellas sin recelo ni escrúpulo, como de un manjar agradable y nada sospechoso. De donde nace que, cuando se nos ofrece y presenta la ocasión de ejercitar alguna obra, luego la abrazamos y la queremos, no como movidos de la voluntad de Dios, y solamente por agradarle, sino por el gusto y satisfacción que algunas veces hallamos en hacer las cosas que Dios nos manda.

Este engaño es tanto más oculto y menos advertido, cuanto es mejor en sí misma la cosa que queremos. Hasta en los deseos de unirnos a Dios y de poseerlo suelen mezclarse los engaños del amor propio. Porque en desear poseer a Dios, miramos más a nuestro interés propio, y al bien que de ello esperamos, que a su gloria y al cumplimiento de su voluntad, que es el único objeto que se deben proponer quienes lo aman y lo buscan, y hacen profesión de guardar su divina ley.

Para evitar este peligroso lazo, que es de grande impedimento en el camino de la perfección, y acostumbrarse a no querer ni obrar cosa alguna sino según la impresión o impulso del Espíritu Santo, y con intención pura de honrar y agradar únicamente a Dios (que debe ser el primer principio y el último fin de todas nuestras acciones), observarás esta regla:

Cuando se te presentare ocasión de ejercitar alguna obra buena, no inclines tu voluntad a quererla, sin haber levantado primeramente el espíritu a Dios, para saber si es voluntad suya que la hagas, y examinar si la quieres puramente por agradarle. De este modo tu voluntad, prevenida y regulada por la de Dios, se inclinará a querer lo mismo que Dios quiere, por el único motivo de agradarle y procurar su mayor gloria.

De la misma suerte te gobernarás en las cosas que Dios no quiere; porque antes de repelerlas o desecharlas, deberás elevar tu espíritu a Dios para conocer su voluntad, y para tener alguna certeza de que repeliéndolas y desechándolas, podrás agradarle.

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Message  Javier Mar 06 Nov 2018, 4:40 pm

Pero es bien que adviertas, hija mía, que son grandes y muy poco conocidos los artificios y engaños de nuestra naturaleza corrompida, la cual buscándose siempre a sí misma con especiosos pretextos, nos hace creer que en todas nuestras obras no nos proponemos otro fin que el de agradar a Dios. De aquí nace que lo que abrazamos o repelemos sólo con el fin de satisfacernos y contentarnos a nosotros mismos, nos persuadimos que no lo abrazamos ni lo repelemos sino por el deseo de agradar a Dios, o por el temor de ofenderle. El remedio más esencial y propio de este mal, consiste en la pureza de corazón, que todos los que se empeñan en este espiritual combate deben proponerse como fin, desnudándose del hombre viejo para vestirse del nuevo (Coloss, III, 9, 10).

El modo de usar y poner en práctica este divino remedio, es que al principio de tus acciones procures desnudarte siempre de todas las cosas en que se mezcle algún motivo natural y humano, y no te determines a obrar o a repeler cosa alguna, si primero no te sintieres movida y guiada de la pura voluntad de Dios.

Si en todas tus operaciones y particularmente en las interiores del alma, y en las exteriores que pasan prontamente, no pudieres sentir siempre la impresión actual de este motivo, procura a lo menos tenerlo virtualmente, conservando dentro del corazón un verdadero y sincero deseo de no agradar sino solamente a Dios.

Pero en las acciones que duran algún espacio de tiempo, no basta que al principio dirijas tu intención a este fin; es necesario también que la renueves muchas veces, y que procures conservarla en su primera pureza y fervor; porque de otra manera podrás fácilmente caer en los lazos del amor propio, que prefiriendo en todas las cosas la criatura al Creador, suele encantarnos, de suerte que en breve tiempo nos hace mudar inadvertidamente de intención y de objeto.

El siervo de Dios que en este punto no vive muy advertido y con cautela, empieza ordinariamente sus obras sin otra intención o fin que agradar a Dios; pero después, poco a poco, y sin conocerlo, se deja inducir y llevar a la vanagloria. Porque olvidándose de la divina voluntad, se aplica y aficiona al solo placer y gusto que halla en su trabajo, y no mira sino la utilidad o la gloria que le puede resultar; de manera que, si el mismo Dios le impide el progreso de su obra con alguna enfermedad o accidente, o por medio de alguna criatura, se turba, se enoja y se inquieta, y a veces murmura, ya contra éste, ya contra aquél, por no decir contra el mismo Dios. De donde viene a conocerse con claridad que su intención no era recta y pura, y que nacía de un mal principio; porque cualquiera que obra por el movimiento de la gracia y con intención pura de agradar a Dios, no se inclina ni aficiona más a un ejercicio que a otro; y si desea alguna cosa, no pretende obtenerla sino en el modo y tiempo que Dios quiere; sujetándose siempre a las órdenes de su providencia, y quedando en cualquier suceso, favorable o contrario, igualmente tranquilo y contento; porque no quiere ni desea sino solamente el cumplimiento de la voluntad divina.

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Message  Javier Ven 09 Nov 2018, 4:14 pm

Por esta causa, hija mía, debes estar siempre muy recogida en ti misma, procurando dirigir todas tus acciones a un fin tan excelente y tan noble. Y si alguna vez, pidiéndolo así la disposición interior de tu alma, te movieres a obrar bien por el temor de las penas del infierno, o por la esperanza de la gloria, podrás también en esto proponerte por último fin el agrado y voluntad de Dios, que quiere que no te pierdas ni te condenes, sino que entres en la posesión de la bienaventuranza de su gloria.

No se puede fácilmente decir ni comprender cuán eficaz y poderosa es la virtud de este motivo; pues cualquiera acción, aunque sea vilísima en sí misma, si se hace puramente por Dios, es de mayor excelencia y precio que infinitas otras, aunque sean de mucho valor y mérito en sí mismas, si se obran con otro fin. De este principio nace, que una pequeña limosna dada a un pobre por la sola honra y gloria de Dios, es sin comparación más agradable a sus ojos, que si con otro fin nos despojásemos de todos nuestros bienes; aunque nos moviésemos a esto por la esperanza de los bienes del cielo, bien que este movimiento sea, muy loable en sí mismo, y digno de que nos lo propongamos.

Este santo ejercicio de hacer todas nuestras obras con el solo fin de agradar a Dios, te parecerá difícil en los principios; pero con el tiempo se te hará no solamente fácil, sino gustoso si te acostumbras a buscar a Dios, y a desearlo con los más vivos afectos del corazón, como a tu único y perfectísimo bien, que por sí mismo merece que todas las criaturas lo busquen, sirvan y amen sobre todas las cosas.

Y advierte, hija mía, que cuanto más continua y profundamente entrares en la consideración de su mérito infinito, tanto más tiernos y frecuentes serán los afectos de tu corazón a este divino objeto, y por este medio adquirirás más fácil y prontamente la costumbre de dirigir todas tus acciones a su honor y gloria.

Últimamente te aviso que, para adquirir un motivo tan excelente y elevado, se lo pidas con oración importuna a Dios, y consideres los innumerables beneficios que te ha hecho y te hace continuamente por puro amor y sin algún interés suyo.

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Message  Javier Dim 11 Nov 2018, 6:22 am

CAPÍTULO XI - De algunas consideraciones que mueven la voluntad a querer en todas las cosas el agrado de Dios.

Para inclinar más fácilmente tu voluntad a querer en todas las cosas el agrado y honra de Dios, deberás considerar que su bondad infinita te ha prevenido con sus beneficios y misericordias, amándote, honrándote, y obligándote en diversos modos.

En la creación, formándote de la nada a su imagen y semejanza, y dando el ser a todas las demás criaturas para que te sirvan (Genes. I). En la redención, enviando no un ángel, sino a su unigénito Hijo (Hebraeor. I. 2.–I Joann. IV, 9), para rescatarte, no a precio de plata ni de oro, que son cosas corruptibles, sino de su propia sangre (I Petr. I). En la Eucaristía, ofreciéndote, en este inefable y augusto Sacramento, el cuerpo de su unigénito amado en comida y alimento de vida eterna (Joann. VI).

Después de esto no hay hora ni momento en que no te conserve y te proteja contra el furor y envidia de tus enemigos, y en que no combata por ti con su divina gracia. ¿No son éstas, hija mía, señales y pruebas evidentes del amor que te tiene este inmenso y soberano Dios?

¿Quién podrá comprender hasta dónde llega la estimación y aprecio que esta Majestad infinita hace de nuestra vileza y miseria, y hasta dónde debe llegar nuestra gratitud y reconocimiento con un Señor tan alto y liberal, que ha obrado y obra por nosotros cosas tan grandes y maravillosas?

Si los grandes de la tierra se juzgan obligados a honrar a los que los honran, aunque sean de humilde condición, ¿qué deberá hacer nuestra vileza con el soberano Rey del universo, que nos da tantas señales de su amor y de su estimación?

Sobre todo, hija mía, debes considerar y tener siempre en la memoria, que esta Majestad infinita merece por sí misma que la amemos, la honremos y sirvamos puramente por agradarle.

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Message  Javier Sam 17 Nov 2018, 7:03 pm

CAPÍTULO XII - Que en el hombre hay dos voluntades que se hacen continuamente guerra.

Dos voluntades se hallan en el hombre: la una superior y la otra inferior; a la primera llamamos comúnmente razón, a la segunda, damos nombre de apetito de carne, de sentido y de pasión. Pero como, hablando propiamente, el ser del hombre consiste principalmente en la razón, cuando queremos alguna cosa con los primeros movimientos del apetito sensitivo, no se entiende que verdaderamente la queremos si después no la quiere y no la abraza la voluntad superior.

Por esta causa toda nuestra guerra espiritual consiste en que la voluntad superior y racional, estando como en medio de la voluntad divina y la voluntad inferior, que es el apetito sensitivo, se halla igualmente combatida de la una y de la otra; porque Dios de una parte, y la carne de la otra, la solicitan continuamente, procurando cada una atraerla a sí, y sujetarla a su obediencia.

Esto causa una pena indecible a los que, habiendo contraído malos hábitos en su juventud, se resuelven finalmente a mudar de vida, y romper las cadenas que los tienen en la esclavitud del mundo y de la carne, para consagrarse enteramente al servicio de Dios; porque entonces su voluntad superior se halla poderosamente combatida a un mismo tiempo de la voluntad divina y del apetito sensitivo, y son tan fuertes y tan violentos los golpes que recibe de una y de otra parte, que no puede resistirlos sin mucha pena y trabajo.

No padecen este combate y lucha interior los que se han habituado ya en la virtud o en el vicio, y quieren vivir siempre de la manera que han vivido; porque las almas habituadas a la virtud se conforman fácilmente con la voluntad de Dios; y las corrompidas por el vicio ceden sin resistencia a la sensualidad.

Pero ninguno presuma que podrá adquirir las verdaderas virtudes, y servir a Dios como conviene, si no se determina generosamente a hacerse fuerza y violencia a sí mismo, y a sufrir y vencer la pena y contradicción que se siente en renunciar, no solamente a los mayores placeres del mundo, sino también a los más pequeños, a que antes tenía apegado el corazón con afecto terreno.

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Message  Javier Lun 19 Nov 2018, 4:29 pm

De aquí procede ordinariamente que sean tan pocos los que llegan a un alto grado de perfección; porque después de haber sujetado los mayores vicios y vencido las mayores dificultades, pierden el ánimo y no quieren continuar en hacerse fuerza a sí mismos; bien que no tengan ya que sostener sino muy fáciles y ligeros combates para destruir algunas flacas reliquias de su propia voluntad, y sujetar algunas pequeñas pasiones que, fortificándose de día en día, se apoderan finalmente de su corazón.

Entre éstos se hallan muchos, por ejemplo, que si bien no roban los bienes ajenos, aman no obstante apasionadamente los propios; si no procuran con medios ilícitos los honores del mundo, no los aborrecen como deberían, ni dejan de desearlos, y algunas veces de pretenderlos por otros caminos que juzgan legítimos; guardan rigurosamente los ayunos de obligación, pero no quieren mortificar la gula, absteniéndose de manjares exquisitos y delicados; son castos y continentes, pero no dejan ciertas conversaciones y pláticas de su gusto, que son de grande impedimento para los ejercicios de la vida espiritual y para la íntima unión con Dios.

Como estas conversaciones y pláticas son peligrosas para todo género de personas, y principalmente para las que no temen sus consecuencias funestas, conviene que cada uno ponga particular cuidado en evitarlas, porque de otra manera será imposible que no haga todas sus obras con tibieza de espíritu, y que no mezcle en ellas muchos intereses, imperfecciones y defectos ocultos, y una vana estimación de sí mismo, y deseo desordenado de ser aplaudido del mundo.

Los que se descuidan en este punto, no solamente no progresan en el camino de la perfección, sino que retroceden con evidente peligro de recaer en sus vicios antiguos, porque no aman ni buscan la verdadera virtud, ni agradecen el beneficio que el Señor les hizo en librarlos de la tiranía del demonio; y no conociendo, como ignorantes y ciegos, el infeliz y peligroso estado en que se hallan, viven siempre en una falsa paz y en una seguridad engañosa.

Aquí debes observar, hija mía, una ilusión tanto más digna de temerse, cuanto es más difícil de descubrirse. Muchos de los que se entregan a la vida espiritual, amándose con exceso a sí mismos (si es que puede decirse que se aman a sí mismos), eligen los ejercicios que se conforman más con su gusto, y dejan los que se oponen a sus propias y naturales inclinaciones y apetitos sensuales, contra los cuales deberían emplear todas sus fuerzas en este espiritual combate. Por esto, hija mía, te exhorto a que te enamores de las penas y dificultades que ocurren en el camino de la perfección, porque cuanto fueren mayores los esfuerzos que hicieres para vencer las primeras dificultades de la virtud, será más pronta y segura la victoria; y si te enamoraras más de las dificultades y penas del combate, que de la victoria misma y de sus frutos, que son las virtudes, conseguirás más en breve y seguramente lo que pretendes.

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Message  Javier Sam 24 Nov 2018, 12:58 pm

CAPÍTULO XIII - Del modo de combatir la sensualidad, y de los actos que debe hacer la voluntad para adquirir el hábito de las virtudes.

Siempre que la voluntad, superior y racional, fuere combatida por una parte, de la inferior y sensual y, por otra, de la divina, es necesario que te excites de muchas maneras para que prevalezca enteramente en ti la voluntad divina, y consigas la palma y la victoria.

Primeramente, cuando los primeros movimientos del apetito sensitivo se levantaren contra la razón, procurarás resistirlos valerosamente, a fin de que la voluntad superior no los consienta.

Lo segundo, cuando hubieren ya cesado estos movimientos, los excitarás de nuevo en ti, para reprimirlos con mayor ímpetu y fuerza.

Después podrás llamarlos a tercera batalla para acostumbrarte a propulsarlos con un generoso menosprecio.

Pero advierte, hija mía, que en estos dos modos de excitar en ti las propias pasiones y apetitos desordenados, no tienen lugar los estímulos y movimientos de la carne, de que hablaremos en otra parte.

Últimamente, conviene que formes actos de virtud contrarios a todas las pasiones que pretendes vencer y sujetar. Por ejemplo: tú te hallas por ventura combatida de los movimientos de la impaciencia; si procuras entonces recogerte en ti misma y consideras lo que pasa en tu interior, verás, sin duda, que estos movimientos que nacen y se forman en el apetito procuran introducirse en tu voluntad, y ganar la parte superior de tu alma.

En este caso, hija mía, conforme al primer aviso que te he dado, deberás hacer todo el esfuerzo posible para detener el curso de estos movimientos; y no te retires del combate hasta tanto que tu enemigo, vencido y postrado, se sujete a la razón.

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