EL COMBATE ESPIRITUAL (P. Lorenzo Scúpoli)

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Message  Javier Mar 16 Avr 2019 - 13:18

CAPÍTULO X - Del tercer socorro de la voluntad humana


El tercer socorro con que se ha de ayudar nuestra voluntad, es la frecuente oración, a la cual te has de acostumbrar de tal suerte, que cuando te hallares asaltada, recurras siempre y sin dilación a Dios, diciendo: Deus in adjutorium meum intende: Domine, ad adjuvandum me festina: Atended, Señor, a la necesidad que tengo de socorro, y dadme ayuda sin dilación (Psalm. LXIX).

Has de entrar, pues, en el combate, acompañada de la oración y de la resistencia en presencia de tu Dios, y siempre vestida de la desconfianza de ti misma, y de la confianza en su divina Majestad; que si con este aparato y de este modo combates, tendrás siempre segura la victoria.

¿Qué cosas no sobrepuja y vence la oración? ¿Qué dificultades y peligros no rinde y avasalla la resistencia unida con la desconfianza propia, y la confianza en Dios?

Y ¿en qué batalla puede ser vencido quien combate en presencia de su Dios con ánimo y deseo de agradarle?

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Message  Javier Sam 20 Avr 2019 - 9:05

CAPÍTULO XII - De qué modo ha de habituarse el hombre para tener presente a Dios todas las veces que quiera


Para que alcances la costumbre de tener a Dios presente todas las veces que quieras, procura pensar siempre que Dios te mira, y considera tus obras y pensamientos; o que todas las criaturas que ves son otras tantas celosías por donde te mira Dios, escondido, y te dice: "Pedid, y recibiréis, porque al que pide se da lo que necesita, y al que llama se le abre la puerta (Matth. VI)."

Además de esto, podrán hacerte presente a Dios, mirando las criaturas; en las cuales, dejando lo corporal, te has de ir luego con el pensamiento a Dios, considerando cómo su divina Majestad es quien les da el ser, la vida, el movimiento, la virtud y las operaciones.

Siempre, pues, que combatiendo, o haciendo alguna cosa, quisieres orar, represéntate a Dios en cualquiera de estas dos maneras. Después ora, y pídele ayuda y socorro.

Y sabe, oh alma devota, que si llegares a hacerte familiar la presencia de Dios, alcanzarás grandes victorias, y ganarás tesoros infinitos, y entre otros bienes te guardarás de muchos pensamientos, palabras y obras, indignos de la presencia de Dios, y no conformes con la vida de su santísimo Hijo Jesucristo.

Ten también por cierto que esta presencia de Dios te infundirá y dará virtud, para que puedas estar como debes en su presencia.

Porque si de la presencia y vecindad de los agentes naturales, que son de virtud limitada y finita, contraemos y tomamos su calidad y virtud, ¿qué diremos de la presencia y vecindad de Dios, que es de virtud infinita y sumamente comunicable?

Además del sobredicho modo de orar: Atended, Señor, a la necesidad que tengo de socorro, y dadme ayuda sin dilación (Psalm. LXIX), de que podemos usar en cualquiera necesidad, podrás orar también de otros modos más particulares, como si desearas conocer y ejecutar la voluntad de Dios, la oración que has de hacer es una de las siguientes: "Bendito sois, Dios mío; enseñadme a ejecutar vuestros preceptos: guiadme por la senda de vuestros mandamientos. Ojalá que todos mis pasos se enderecen a guardar vuestras justas y santas leyes (Psalm. CXVIII)."

Y para pedir a Dios cuanto se le puede pedir, y su divina Majestad gusta que se le pida, puedes usar la oración del Pater noster (Matth. VI), la cual deberás decir con toda la atención posible, y con todo el afecto de tu corazón, para que así alcances lo que pides.

CONTINUARÁ...

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Message  Javier Dim 21 Avr 2019 - 10:35

CAPÍTULO XIII - De algunos avisos acerca de la oración


Lo primero has de advertir que las oraciones (no hablo aquí de las meditaciones, de que hablaré más abajo) no sólo deben ser breves según quedan expuestas, más también frecuentes, llenas de deseo, y de fe actual y confianza de que Dios te ha de socorrer y ayudar, si no en el modo que deseas, y cuando tú quieres, pero sí con mejor socorro, y en tiempo más oportuno.

Lo segundo, han de ir siempre acompañadas, o actual o virtualmente, con alguna de las cláusulas siguientes:

Según tus promesas: A tu honra: En nombre de tu amantísimo Hijo: En virtud de tu pasión: En nombre de María Virgen, tu Hija, tu Esposa y tu Madre.

Lo tercero, que algunas veces añadas algunas jaculatorias como: "Concédeme, Señor, tu amor en nombre de tu amantísimo Hijo." Y ¿cuándo, gozaré yo de tal ventura?

Lo mismo se puede hacer también en cada una de las peticiones de la oración del Padre nuestro, como: "Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre (Matth. VI)." Mas ¿cuándo será el día, Padre nuestro celestial, que vuestro nombre sea conocido por toda la redondez del mundo, honrado, glorificado y ensalzado? ¿Cuándo, Dios mío, cuándo? Y de este modo en las demás peticiones.

Lo cuarto, que pidiendo en la oración virtudes y gracias, será bien considerar el valor y precio de las virtudes y tu necesidad, la grandeza de Dios, y su infinita bondad, la pequeñez de quien pide (que de esta manera se pedirá con más afecto y deseo, con más reverencia y confianza, y con más humildad), y finalmente se ha de considerar el fin de lo que se pide, que ha de ser para agradar y honrar a Dios.

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Message  Javier Lun 22 Avr 2019 - 11:35

CAPÍTULO XIV - De otro modo de orar


Puedes orar también perfectísimamente, poniéndote en la presencia de Dios con el pensamiento, sin decir cosa alguna, ya enviándole de cuando en cuando suspiros amorosos, ya volviéndole los ojos, y manifestándole tu corazón con un breve y encendido deseo de que te socorra, para que lo ames, honres y reverencies, como es justo y debido; o también con un deseo de que te otorgue la gracia que le tienes pedida en la oración precedente.

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Message  Javier Mar 23 Avr 2019 - 18:49

CAPÍTULO XV - Del cuarto socorro de la voluntad humana


El cuarto socorro de la voluntad humana es el amor divino, el cual de tal manera la fortalece que no hay cosa que con él no pueda, ni pasión o tentación que no venza.

El modo de conseguirlo es, primero, la oración, pidiéndoselo a Dios muy a menudo; y segundo, la meditación, ponderando aquellos puntos que son a propósito con la gracia de Dios, para encender este divino amor en nuestro corazón. Estos son:

Quien es Dios; cuánto y cuál es su infinito poder, su sabiduría, bondad y belleza. Qué ha hecho Dios por el hombre, y qué más hiciera, si fuese necesario; la voluntad con que lo ha hecho, que cosas hace cada día por el hombre, las recompensas que le tiene aparejadas en la otra vida, si mientras vive en ésta cumple sus preceptos por agradarle, y sirve con pureza de alma.

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Message  Javier Mer 24 Avr 2019 - 8:38

CAPÍTULO XVI - De la meditación del ser de Dios

Qué cosa sea Dios, el mismo Dios, que se conoce perfectamente a sí mismo, nos lo declaró, cuando dijo: Yo soy el que soy (Exod. III).

Es tal y tan grande este predicado de Dios, que a ninguna criatura puede atribuirse: no a príncipes, no a reyes, no a emperadores, no a los Ángeles mismos, ni al universo entero; porque todas las cosas tienen su ser dependiente de Dios, y de sí no son sino la misma nada.

De aquí se reconoce cuán vano es el hombre que ama las criaturas no amando en ellas al Creador, o no amándolas ordenadamente.

Digo vano, porque ama la vanidad: vano, porque piensa satisfacerse de aquellas cosas que de sí son nada: vano en fin, porque se fatiga por tener aquellas cosas que de suyo son caducas y perecederas. Si quieres, pues, amar como conviene amar, ama a Dios, que llena y satisface enteramente nuestro corazón.

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Message  Javier Jeu 25 Avr 2019 - 8:23

CAPÍTULO XVII - De la meditación del poder de Dios


Ya se sabe que no sólo esta aquella potencia del mundo, sino aun todas juntas y unidas, queriendo edificar, no reinos, ni ciudades, sino un solo palacio, necesitan de varios materiales, instrumentos y maestros, y de mucho espacio de tiempo; y con todo esto, por grande que sea la diligencia, no se acaba el edificio a su voluntad y gusto; mas Dios, con solo su poder y querer, en un momento creó de la nada todo el universo mundo, y con la misma facilidad podría crear infinitos mundos, destruirlos y reducirlos al no ser.

Este solo punto, si profundamente se medita, despertará en nosotros nuevas maravillas y nuevos incentivos para amar a un Dios y Señor tan sumamente poderoso.

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Message  Javier Ven 26 Avr 2019 - 8:59

CAPÍTULO XVIII - De la meditación de la sabiduría de Dios


Cuán alta e inescrutable sea la sabiduría de Dios, no hay quien lo pueda decir ni comprender; pero para que conozcas algo de ella, vuelve los ojos al ornamento de los cielos, a la hermosura de la tierra y de todo el universo, y no hallarás otra cosa que la incomprensible sabiduría del Artífice divino.

Vuelve la mente a la vida de los hombres, a los varios accidentes que ocurren, y hallarás que no hay cosa tan desordenada que respecto de Dios no sea suma sabiduría.

Medita los misterios de la redención, y los hallarás todos llenos de esta altísima sabiduría, y dirás a menudo con san Pablo, absorto en este piélago inmenso: "¡Oh inefable y altísima grandeza de los tesoros de la ciencia y sabiduría de Dios, Cuán incomprensibles son sus juicios, e investigables los caminos de sus secretos!" (Rom. XI, 33).

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Message  Javier Sam 27 Avr 2019 - 11:03

CAPÍTULO XIX - De la meditación de la bondad de Dios


Como todas las demás infinitas perfecciones suyas, la bondad de Dios es incomprensible en sí misma; pero si miramos lo que por de fuera se dilata y extiende, es tal y tan grande, que no hay cosa en el mundo en que no resplandezca.

La creación es efecto de la bondad de Dios: la conservación y gobierno de las criaturas es también efecto de la bondad de Dios: la redención nos muestra que es inefable e infinita la bondad de Dios pues nos dio su propio Hijo para nuestro rescate, y nos lo da también por sustento cotidiano en el admirable Sacramento del altar. (Nota de Javier: hoy tenemos a nuestra disposición la bendita y providencial Comunión Espiritual, disponible a cada momento, ¡así que aprovechemos bien este maravilloso auxilio divino!)

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Message  Javier Dim 28 Avr 2019 - 12:21

CAPÍTULO XX - De la meditación de la belleza de Dios


De la belleza de Dios, basta que sepamos todos que es tal y tan grande, que contemplándose en ella el mismo Dios, ab aeterno, se halla, en su capacidad infinita incomprensiblemente satisfecho y bienaventurado.

¡Oh hombre, conoce la altísima dignidad a que eres llamado por Dios, que es para gozar de esta su incomparable belleza! No seas de corazón tan duro y tan pesado, que despreciando sus infinitas perfecciones, pongas tu afición en la vanidad, en las mentiras y en las sombras. Dios te llama al amor de su poder, sabiduría y bondad: te llama al goce de su belleza, y de los incomparables bienes que tiene preparados en el cielo; ¿y tú te haces sordo? Piensa, piensa seriamente en tus cosas; porque llegará tiempo en que no aprovechará el arrepentimiento.

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Message  Javier Lun 29 Avr 2019 - 10:19

CAPÍTULO XXI - De lo que ha hecho Dios por el hombre, con qué voluntad, y que más hiciera si fuese necesario


Lo que Dios ha hecho por el hombre, se puede conocer meditando la creación y la redención. Después de esto, la voluntad con que lo ha hecho, y con que ha obrado nuestra eterna salud, ha sobrepujado lo infinito.

Infinito ha sido el precio del rescate; pero la voluntad ha sido más infinita, porque ha sido de padecer y volver a morir por el hombre si fuese necesario; y así, si eres, oh alma, tan deudora al que con tal rescate te rescató, que toda te debes a Él; ¿en qué grado lo serás por la voluntad con que lo hizo, que excede y sobrepuja en tantos quilates al mismo rescate?

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Message  Javier Mar 30 Avr 2019 - 13:42

CAPÍTULO XXII - Qué es lo que cada día hace Dios por el hombre


No hay día, hora ni momento en que el hombre no reciba de Dios nuevos beneficios; porque cada día y cada momento Dios lo crea, conservándolo en el ser que le dio.

Asimismo, cada momento le sirve con sus criaturas, con el cielo, con el aire, con la tierra, con el mar, y con cuanto se halla en ellos.

Cada día le da su gracia, llamándolo del mal al bien, guardándolo para que no peque, y en pecando lo ayuda para que no peque más. Lo espera, lo llama a penitencia, y volviéndose a Él, lo perdona con mayor presteza que con la que el mismo pecador se mueve a buscar el perdón de su pecado. Cada día le envía su Hijo santísimo con todas las riquezas de los misterios de la cruz, y se lo entrega en el santísimo Sacramento del altar. (*Nota de Javier: hoy en día, en la Comunión Espiritual)

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Message  Javier Mer 1 Mai 2019 - 11:11

CAPÍTULO XXIII - Cuánta bondad muestra Dios, aguardando y tolerando al pecador


Para que conozcas cuánta bondad muestra Dios en sufrir al pecador, has de considerar, que así como ama indeciblemente la virtud, así por el contrario aborrece infinitamente el pecado.

¡Qué bondad, pues, muestra Dios sufriendo al pecador, que a los ojos de su divina Majestad y de su infinita pureza comete tantas maldades, y lo ofende, no una, dos o tres veces, sino más y más!

Bien veo (puede decir el pecador), Señor mío, que cuando yo pecaba, Vos me decíais al corazón:

'Entremos en cuentas, y veamos quién vence: tú en ofenderme, y Yo en perdonarte' (Vide infr. tract. IV, cap. XVI).

Creo que este punto, bien meditado, encenderá con la gracia de Dios el corazón del pecador, para que luego se convierta.

Y si no lo hace, debe temer los altos e inescrutables juicios de Dios, de los cuales suelen salir golpes de venganza, rápidos, terribles e irremediables.

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Message  Javier Jeu 2 Mai 2019 - 21:18

CAPÍTULO XXIV - Qué hará Dios en la otra vida, no sólo con quien le ha servido bien, sino con el pecador convertido


Son tantos y tales los bienes y felicidades que Dios nos tiene preparados en su reino celestial, que no se pueden imaginar ni comprender clara y perfectamente, por más que un alma los medite.

Porque, ¿quién llegará a comprender bien qué cosa sea sentarse un hombre a la mesa de Dios, y que el mismo Dios, lo sirva y lo sustente de su bienaventuranza?

¿Quién llegará a imaginar debidamente qué cosa sea entrar un alma bienaventurada en el gozo de su Señor?

¿Y quién concebirá el amor y la estimación que muestra Dios a sus ciudadanos y escogidos? Hablando de esto santo Tomás dice: 'Nuestro omnipotente Dios en tanto grado se sujeta a los Ángeles y a las almas santas, como si fuese siervo comprado de cada uno de ellos, y como si cada uno fuese su propio Dios' (Opuse. LXIII, cap. II, § 3).

¡Oh Señor! ¡oh Señor! quien considera profundamente vuestras obras para con las criaturas, os halla tan embriagado de su amor, que parece consista vuestra bienaventuranza en amarlas, favorecerlas y sustentarlas de Vos mismo.

Haced que nos sea tan familiar y frecuente esta consideración, que os correspondamos y amemos, y amándonos, nos transformemos en Vos mismo por unión amorosa.

Oh corazón humano, ¿a dónde corres? ¿a dónde vuelas? ¿a la sombra? ¿al viento? ¿a la nada, dejando al que es todas las cosas, dejando la Omnipotencia, la suma Sabiduría, la inefable Bondad, la Belleza increada, el sumo Bien, el Piélago infinito de toda perfección? Dios te llama, no sólo con los antiguos beneficios, sino con muchos nuevos que cada día te hace.

¿Sabes de dónde nace todo tu mal? De que no oras, ni meditas; y así, estando sin luz y sin calor, no es maravilla que no te muevas, si no es en obras de tinieblas.

Vuelve en ti, ¡oh hombre, oh religioso tibio!, entra en la escuela de la meditación y oración, que en ella conocerás que el verdadero estudio del cristiano y del religioso es negar su propia voluntad, para hacer la de Dios; aborrecerse a sí mismo, para amar a Dios.

Advierte que todos los estudios sin éste, aunque sean de todas las ciencias, están llenos de presunción y de soberbia; y que cuanto más alumbran el entendimiento, más ciegan la voluntad, con daño y ruina, del alma.

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¡Ah divina ciencia, sabiduría eterna, tesoro de la gracia! Una vida, una única vida tenemos para conocer y amar a un Dios tan sumamente bondadoso y omnipotente, tan misericordioso y liberal, tan santo y justo... ¡Aprovechemos al máximo esta vida que nos ha sido dada para comprender y amar a Dios cada vez más, y poseerle por completo en nuestras almas mediante el influjo de la gracia santificante, la cual es el verdadero tesoro escondido, la perla preciosa!
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Message  Javier Ven 3 Mai 2019 - 21:42

CAPÍTULO XXV - Del quinto socorro de la voluntad humana


El odio de nosotros mismos es un socorro muy necesario para nuestra voluntad, porque sin él no podemos tener el socorro del amor divino, autor de todo bien.

El modo de conseguirlo es, lo primero, pedirlo a Dios, y después ir meditando los daños que ha causado y todavía causa el amor propio.

No ha habido daño alguno en el cielo ni en la tierra, que no se haya originado del amor propio.

Este amor propio, y de nosotros mismos, es de tanta malignidad, que si le fuera posible entrar en el cielo, convertiría la celestial Jerusalén en una confusa Babilonia. Considera, pues, ¿qué hará esta peste y mortífero veneno en esta vida presente dentro del pecho humano?

Destiérrese del mundo el amor propio, y cesará el infierno.

¿Quién, pues, será tan impío y tan desacordado contra sí mismo, que meditando el ser, las calidades y los efectos del amor propio, no se indigne contra él, y lo aborrezca, y con todas veras procure desarraigarlo de sí?

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Message  Javier Sam 4 Mai 2019 - 21:19

CAPÍTULO XXVI - De que modo se podrá conocer el amor propio


Para que conozcas cuánto en ti se dilata y extiende el reino del amor propio, acude a menudo a ver y examinar con cuál de las pasiones del alma se halla más frecuentemente ocupada tu voluntad, puesto que nunca la hallarás sola.

Y en reconociendo que ama, o desea, o se alegra, o entristece, considera luego si la cosa amada o deseada es alguna de las virtudes, o cosa que Dios manda amar o desear; y asimismo en la alegría o tristeza considerar si es de aquellas cosas de que Dios quiere que nos alegremos o entristezcamos; o si por ventura todo esto nace del mundo o del apego a las criaturas, por tratar y conversar con ellas, no por necesidad ni cuanto conviene, ni como Dios quiere. Y si hallas algo de esto, es claro que reina en ti el amor propio, y que es el que mueve tu voluntad.

Mas si los negocios y ocupaciones de la voluntad son en orden a las virtudes, y en las cosas que Dios quiere, debes considerar bien si a estos negocios y ocupaciones se mueve por voluntad de Dios, y por deseo de agradarle, o por alguna propia complacencia y capricho; porque muchas veces sucede que movido uno puramente de complacencia o capricho, se da a diversas obras buenas, como a la oración, a los ayunos, a la sagrada comunión, y a otras cosas santas.

La prueba para discernir esto es de dos maneras: la una es si tu voluntad no se da indiferentemente, en todas las ocasiones que se ofrecen, a todas las obras que son buenas: la otra es si ofreciéndose algún justo impedimento, se lamenta, se inquieta y se turba; o si sucediendo como quiere, se deleita y se complace de sí misma.

Si fuere movida por Dios, se ha de considerar también a dónde, y a qué fin endereza sus operaciones; y aunque va bien si el fin es solamente el divino agrado, sin embargo no debe asegurarse; porque es tan sutil y tan astuto el amor propio que muy disimuladamente se suele introducir y mezclar aun en las mismas obras buenas.

Cuando conozcas manifiestamente que esta crudelísima bestia se ha introducido, debes perseguirla con todo el odio y aborrecimiento, y desterrarla de ti, no sólo al practicar cosas grandes sino también las más pequeñas.

De lo que está oculto y tú no puedes discernir, debes, oh alma, estar siempre sospechosa; y así en todas las buenas obras que hicieres, humíllate a los ojos de Dios, y ruégale que te perdone, y te guarde del amor a ti misma.

Será bien que por la mañana, luego al despertar, te vuelvas a Dios, y le protestes que tu intención y pensamiento es de no ofenderlo jamás, y de hacer siempre, y particularmente en aquel día y en todas las cosas, su santísima voluntad, sólo por agradarle; y le rogarás que te socorra siempre, y que te proteja con su divina mano, para que conozcas y hagas cuanto a su divina Majestad le agrada, y en la forma que le agrada.

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Message  Javier Dim 5 Mai 2019 - 18:11

CAPITULO XXVII - Del sexto socorro de la voluntad humana


El sexto socorro de la voluntad del hombre es el de oír misa, la confesión y la comunión; porque siendo la gracia de Dios el principal y más necesario socorro de nuestra voluntad para que se guarde del mal y ejecute el bien, necesariamente se sigue que todo aquello que ayuda al aumento de esta gracia es el socorro de nuestra voluntad.

Pero para que oyendo misa adquieras nuevo aumento de gracia, la debes oír de la siguiente manera:

En la primera parte (pues en tres se divide la misa), que comprende desde el Introito hasta el Ofertorio, procura encender en ti un deseo grande de que, como Jesucristo vino del cielo al mundo para encender en la tierra el fuego de su divino amor (Luc. XII, 49), así se digne venir y nacer en tu corazón con su virtud, ut ardeat: que arda de tal modo, que no cuides de otra cosa más que de servirle y agradarle siempre mientras vivieres.

Después, cuando el sacerdote dice las oraciones, pide tú también con encendido deseo a Jesucristo, oh alma necesitada, las mismas gracias que aquél le pide.

Cuando empezare la Epístola y el Evangelio, pide con la mente a Dios que te dé entendimiento y virtud para entenderlo y observarlo todo.

En la segunda parte, que comprende desde el Ofertorio hasta la comunión, abstrayéndote de toda afición o pensamiento de las criaturas y de ti misma, ofrécete toda a Dios y a la ejecución de su divina voluntad.

Cuando alzare el sacerdote la Hostia y el cáliz consagrados, adora el verdadero cuerpo y sangre de Cristo con su sacratísima divinidad.

Contemplándolo oculto debajo de aquellos accidentes de pan y vino, ríndele amorosas gracias, porque cada día se digna venir a nosotros con los preciosos frutos del árbol de su cruz, y con la misma oferta que hizo de sí mismo, estando en ella, a su eterno Padre; y para los mismos fines que se ofreció, ofrécete tú también a su mismo Padre.

Después, cuando comulgare el sacerdote, podrás tú también comulgar, a lo menos espiritualmente abriéndole el corazón, y cerrándolo a todas las criaturas, a fin de que su divina Majestad encienda en él el fuego de su amor.

Al mismo tiempo que el sacerdote con la lengua, podrás tú con la mente pedir cuando se pide en las oraciones después de la comunión.

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Message  Javier Lun 6 Mai 2019 - 10:38

CAPÍTULO XXVIII - De la comunión sacramental


Para que recibas grande aumento de gracia de la comunión, conviene que te dispongas para ella; y no pudiendo de nosotros mismos tener la disposición que se requiere, dirás con grande afecto, para que Dios te lo otorgue, la oración siguiente:

'Pedímoste, Señor, que visitando nuestras conciencias, las purifiques, para que viniendo a nuestras almas Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, con todos los Santos, halle en ellas morada digna de su divina Majestad'.

Mas para no dejar de hacer, de nuestra parte, alguna cosa con la ayuda de Dios, tu preparación ha de ser considerar, lo primero, para qué fin instituyó Dios el Santísimo Sacramento del altar; y hallando que fue para que nos acordemos del amor que nos mostró en los misterios de la cruz, considera después para qué fin quiso que en nosotros quedase esta memoria.

Y siendo el fin, para que le amásemos y le obedeciésemos, nuestra mejor preparación será un fervoroso deseo y una encendida voluntad de amarlo y obedecerlo, doliéndonos de no haberlo obedecido ni amado hasta aquí, sino antes ofendido.

Con este fervoroso y encendido deseo de amarlo tendremos preparado el corazón antes de recibir la sagrada Eucaristía. (*Nota de Javier: Hoy sólo tenemos la Comunión Espiritual, que ciertamente no es poco consuelo y fuente de gracias, sino un enorme oasis de amor y paz interior, así que seamos muy agradecidos para con el Buen Dios por este singular y extraordinario canal de transmisión de su Divina Gracia)

Mas en llegando el tiempo de recibirla, avivando la fe en que debajo de aquellos accidentes de pan consagrado está el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, adórale y ruégale que borre de tu corazón los que tuvieres ocultos, y que te perdone los demás; y recíbelo con toda reverencia, y con una firme esperanza de que te dará su amor.

Después que lo hayas recibido, introdúcelo en tu corazón, y pídele una y otra vez que te dé su amor, y todo lo que te fuere necesario para agradarle.

Después lo ofrecerás al Padre eterno en sacrificio de alabanza de su inmensa caridad, la cual nos ha mostrado en este singular beneficio, y en todos los demás de la redención; así para que te dé su amor, como por las necesidades de los vivos y los difuntos.

CONTINUARÁ...
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Message  Javier Mar 7 Mai 2019 - 13:28

CAPÍTULO XXIX - De la confesión sacramental


La confesión sacramental, para que se haga como se debe, requiere varias cosas.

La primera, un buen examen de conciencia, regulándolo por los preceptos de Dios y por las obligaciones del propio estado.

En el examen de tus pecados y faltas, aunque sean muy pequeñas, llóralas amargamente considerando la ingratitud del hombre contra la bondad y caridad infinitas de Dios; y así, vituperándote, dirás contra ti estas palabras: '¿Así correspondes, ignorante y necio, a los innumerables beneficios que has recibido de Dios? ¿Por ventura no es tu Padre que te poseyó, que te hizo y te creó?' (Deut. XXXII, 6).

Con esta consideración, excitando en ti repetidas veces un ferviente y eficaz deseo de no haberlo ofendido, di: '¡Oh quién no hubiera ofendido a mi Creador, a mi Padre celestial y Redentor, aunque hubiera sido padeciendo muchos males!'

Después volviéndote a Dios con vergüenza de tus culpas, y con fe de que te las ha de perdonar, dile de todo corazón: 'Padre, pequé contra el cielo y delante de Vos. No soy digno de ser llamado hijo vuestro; y así ponedme en el número de vuestros jornaleros' (Luc. XV, 18, 19).

Y renovando el dolor de la ofensa divina, con propósito de querer antes sufrir y padecer cual quiera pena o tribulación que ofender voluntariamente a Dios, descubre claramente al confesor tus pecados con dolor y vergüenza, sin excusarte a ti ni acusar a otros, y diciéndolos tal como los cometiste. (*Nota de Javier: se puede aplicar aquí lo mismo que hemos comentado sobre la comunión; al no tener ya los Sacramentos, debemos esforzarnos por ser cada vez más espirituales y menos carnales, y nuestra confesión será hecha ante Dios en el silencio de nuestra habitación, delante de un crucifijo y una imagen de la Santísima Virgen, doliéndonos de verdad por haber sido tan ingratos y miserables con un Dios tan bueno, tan digno de amor, y pidiéndole que se apiade de nosotros y nos sostenga en lo sucesivo para que no tengamos la infinita desdicha de ofender a Ntro. Dios y Señor nuevamente, lo cual nos haría perder el tesoro preciosísimo de la gracia santificante y nos imposibilitaría para agradar a Dios. Tomemos la firme resolución de preferir ser quemados o despellejados vivos antes que consentir y cometer un solo pecado mortal. Y procuremos evitar igualmente los pecados veniales, que no nos roban la Divina Gracia pero sí nos debilitan espiritualmente y ofenden y contristan a Dios)

Acabada la confesión, rinde muchas gracias a Dios porque siendo así que tantas y tan repetidas veces lo has ofendido, no te niega el perdón, antes está más pronto a dártelo que tú a recibirlo.

De esta consideración tomarás ocasión para dolerte de nuevo de haber ofendido a un Padre tan benigno, y con una plena voluntad propondrás no volver a ofenderlo con su ayuda y la de la Virgen María, del Ángel custodio, del Santo de tu nombre y de los demás Santos a quienes tuvieres particular devoción.

CONTINUARÁ...

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Message  Javier Mer 8 Mai 2019 - 15:07

CAPÍTULO XXX - Cómo se ha de vencer la pasión deshonesta (*Nota de Javier: estas instrucciones son especialmente útiles y provechosas para los jóvenes y para todos aquellos que debemos vivir forzosamente en medio del mundo, rodeados de tanta indecencia e inmoralidad. Pongamos, pues, mucha atención a las siguientes líneas, porque nos va en ello la conservación de la divina gracia santificante, la cual es el mayor don que Dios nos puede hacer.)

Todas las pasiones fuera de la deshonesta se vencen asaltándolas aunque nos cuesten heridas; y provocándolas a la batalla, hasta que enteramente las venzamos. Mas la pasión deshonesta no sólo no conviene excitarla, sino antes bien es necesario alejarla de todas aquellas cosas que la puedan excitar y mover.

Véncese la tentación de la carne, y se mortifica la pasión deshonesta, huyendo y no combatiéndola de frente.

Aquel, pues, que huye más prontamente y más lejos, tendrá más cierta y más segura la victoria.

Las buenas inclinaciones, la voluntad sincera, las pruebas pasadas, las victorias, el parentesco, los objetos indiferentes y los de fea apariencia que no amenazan algún peligro, y otras cualesquiera cosas que prometen seguridad, no son buenos argumentos para que tú no debas huir: huye, huye, oh alma, con presteza si no quieres quedar presa y despojada de la vestidura de la gracia.

No es dudable que algunos santos varones, tratando y conversando con personas peligrosas se han conservado puros y perfectos sin caer jamás ante el golpe blandísimo de este vicio; pero a nosotros no nos toca examinar la causa, sino venerar los profundos juicios de Dios, fuera de que donde no se descubren ni advierten las caídas, suelen hallarse mayores precipicios.

Huye, pues, oh alma, y obedece a los avisos y ejemplos que Dios te da en la sagrada Escritura y en las vidas de tantos grandes Santos, y cada día te los propone y renueva, ya en éste, ya en aquél. Huye sin detenerte ni aun a ver o pensar en el objeto de que has huido; porque en esta detención, aunque sea breve, está todo el peligro.

Y cuando el hablar sea forzoso, la conversación sea corta y breve, y con palabras más bien rústicas que blandas y afectadas, porque en esas suele estar el cebo, la llama y el fuego impuro.

Ten en la memoria aquel sabio aviso: Antes de la enfermedad aplica la medicina, esto es, no esperes a estar enferma; antes huye en tiempo oportuno, que ésta es la medicina de la salud.

Y si por desgracia vinieres a caer en alguna flaqueza, toda tu salud consiste en que luego que la sintieres: Des contra una piedra a estos hijos babilónicos, tan malos y tan perversos (Psalm. CXXXVI); esto es, que acudas sin tardanza a tu confesor, y no le escondas la falta más venial y ligera de esa pasión; pues ninguna hay en este vicio tan pequeña y tan leve que, como la centella, si no se apaga y queda encubierta, no pueda crecer y estimular un grande incendio.

CONTINUARÁ...
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Message  Javier Jeu 9 Mai 2019 - 18:49

CAPITULO XXXI - De qué cosas se debe huir, para no caer en el vicio deshonesto


Para no caer en este vicio, debemos huir de muchas cosas. Lo primero, de las personas que amenazan evidente peligro; lo segundo, de las demás personas en cuanto se pueda; lo tercero, de las visitas, de los recados, de los presentes y de las amistades, aunque no sean de las que llamamos estrechas; porque así como las cosas anchas más fácilmente se estrechan, que las estrechas se ensanchan: así es más fácil que las amistades corteses y honestas se estrechen y pasen a ilícitas, que las ilícitas se conviertan en lícitas y honestas; lo cuarto, se ha de huir de hablar de esta pasión, de las músicas y canciones amorosas, y de los libros profanos; lo quinto (de que suelen guardarse pocos), se ha de huir del deleite universal de todas las criaturas, como de los vestidos preciosos y de los manjares delicados; porque estos deleites, aunque sean lícitos, acostumbran al corazón del hombre a deleitarse, y lo mantienen siempre deseoso de nuevos deleites.

De donde nace que, ofreciéndose el deleite deshonesto, que de su naturaleza es pronto a herir y penetrar hasta la médula de los huesos, dificultosamente el corazón así acostumbrado halla el camino de vencerlo y mortificarlo.

Por el contrario, el corazón ejercitado en la mortificación de los deleites lícitos, cuando se le ofrecen los ilícitos y deshonestos, hasta de solo el nombre huye con facilidad.

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Message  Javier Sam 11 Mai 2019 - 13:34

CAPITULO XXXII - Qué se ha de hacer cuando se ha caído en el vicio deshonesto


Si te acaeciere haber caído en el vicio de la sensualidad, para que no añadas pecados a pecados, el remedio es que corras luego con toda velocidad, sin otro examen de conciencia, a la confesión; donde, menospreciando todos los dictámenes de la prudencia humana, expliques y manifiestes con sinceridad y sin artificio tu llaga y enfermedad, tomando la medicina y el consejo que se te diere, aunque te parezca duro, áspero y amargo.

No tardes ni te detengas, aunque te lo persuadan diferentes consideraciones o causas; porque si tardas, recaerás, y de esta recaída renacerán nuevas tardanzas: de manera que, procediendo de las tardanzas las recaídas, y de las recaídas nuevas tardanzas, se pasarán años enteros antes que te confieses y te levantes de la culpa.

Por conclusión de esta materia te aviso de nuevo, que si no quieres caer en este vicio, huyas de él.

Los pensamientos que te vengan, aunque sean pequeños y leves, húyelos no menos que los grandes; y aunque conozcas con claridad, después de haberlos huido prontamente, que son culpas ligeras, confiésalas no obstante, y descubre las tentaciones y el estado de tu alma al confesor.

Finalmente, como remedio eficacísimo si desgraciadamente cayeres, repito que acudas cuanto antes puedas, a los pies del confesor, sin dejarte jamás esclavizar en este punto de la maldita vergüenza.

CONTINUARÁ...

EL COMBATE ESPIRITUAL (P. Lorenzo Scúpoli) - Page 5 L_ps1_371384_fnt_dd_t09 *Nota de Javier: Esta imagen ilustra bien cuál debería ser nuestra conducta si tuviéramos la enorme desgracia -Dios no lo quiera- de caer (o recaer) en el vicio deshonesto. Teniendo en cuenta que ya no tenemos confesores a nuestra disposición, nuestra confesión y arrepentimiento han de ser hechos directamente ante Dios Todopoderoso, en el silencio y la oscuridad de nuestra habitación, mostrando un grandísimo dolor de corazón por habernos dejado engañar por un mal pensamiento y haber consentido en profanar nuestro cuerpo, el cual es templo precioso del Espíritu Santo, mediante la realización de una acción vergonzosa y repugnante. Es necesario dolerse mucho y sentir gran asco hacia nosotros mismos por nuestras impurezas, pidiéndole al Buen Dios y la Santísima Virgen que nos alcancen un vivo dolor y detestación de nuestros pecados, y también aliento para abrazarnos con la Cruz de Ntro. Señor y Redentor. Todo esto debe hacerse sin perder la calma y la paciencia con uno mismo, pues la desesperación y la turbación son obra del demonio, y sólo causarían mayor desazón en nuestro espíritu. Nuestro arrepentimiento y dolor han de ser extremadamente sinceros y profundos, y debemos concebir una recta y firme intención de enderezar nuestra vida y no volver a ofender a Dios en lo sucesivo, ayudados siempre de Su divina gracia, sin la cual nada podemos.
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Message  Javier Dim 12 Mai 2019 - 10:27

CAPÍTULO XXXIII - De algunos motivos para que el pecador se convierta prontamente a Dios


El primer motivo para que el pecador se convierta a Dios, es la consideración del mismo Dios, el cual, siendo el sumo bien, y la suma sabiduría, no debe ser ofendido por el hombre por ningún motivo.

No por prudencia, porque ya se ve cuán grande locura y desacuerdo es ponerse en lucha con la Omnipotencia, y con el supremo juez que le ha de juzgar.

No por la vía de conveniencia ni de justicia, no siendo tolerable que la nada, el lodo y la criatura ofenda a su Creador, el esclavo a su señor, el hijo a su padre.

El segundo motivo es la obligación grande del pecador de volver luego a la casa de su padre, siendo la conversión del hijo, y su retorno a la casa paterna, honra del mismo padre, y alegría y fiesta para toda su casa, para la vecindad y para los Ángeles del cielo (Luc. XV, 10).

Porque así como antes, pecando el hijo ofendió a su padre y lo enojó, así volviendo arrepentido y llorando con lágrimas amargas la ofensa, con firme voluntad de obedecer en todo sus divinos preceptos, lo honra y lo alegra; y de tal suerte enternece su corazón y lo mueve a misericordia, que sin aguardar el padre a que llegue el hijo, sale a recibirlo, lo abraza, lo besa y lo viste de su gracia y de sus dones.

El tercer motivo es el interés propio; porque debe considerar el pecador que si no se convierte a tiempo, ciertamente llegando el invierno y el día del sábado (Matth. XXIV)1, no podrá convertirse y será castigado con el infierno.

Ni debe confiar el pecador en el propósito de convertirse en el fin de su vida, o después de algunos años o meses; porque semejante propósito no solamente es loco, sino lleno de impiedad y malicia.

Es locura pensar que se puede vencer una dificultad grande en el tiempo en que el hombre se halla más flaco. Y en verdad que continuando en el pecado, cada día se inhabilita más para su conversión, ya por la costumbre que creciendo siempre va poco a poco convirtiéndose en naturaleza, ya por su mayor indisposición a recibir la gracia de la conversión. Porque menospreciando a Dios con impía malicia, y deleitándose cuanto puede con las criaturas, fiado en la vana esperanza de convertirse más tarde o a la hora de la muerte, viene a desobligar a Dios de suerte que le quita la voluntad de ayudarle eficazmente.

Es asimismo loco este consejo y propósito, por que aun cuando se conceda la posibilidad de convertirse y alcanzar la gracia eficaz, la seguridad de que en el ínterin no muera el hombre de repente sin poderse reconciliar con Dios como ha sucedido a tantos, y sucede cada día, ¿quién se la ha dado o se la dará?

Clama, pues, oh pecador que lees esto; clama y da voces a tu Señor, diciendo: 'Convertidme Señor, y me convertiré en Vos que sois mi dueño y mi Dios' (Jerem. XXXI); y no ceses en tus clamores, hasta tanto que lo hayas conseguido, llorando con amargura tu ofensa, y resignándote a practicar todo cuanto conocieres que puede agradarle y satisfacerle.

1 En el invierno se significa la frialdad de la culpa, y en el sábado la omisión de las buenas obras. Véase Ludolfo in Vita Christi, part. II, c. X. Y en este sentido N. P. S. Cayetano por su grande humildad, decía: Rogad a Dios que mi partida de esta vida no suceda en invierno, ni en día de sábado.

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Message  Javier Lun 13 Mai 2019 - 10:10

CAPÍTULO XXXIV - Del modo de procurar la conversión y el llanto de la ofensa de Dios


El mejor modo de procurar el llanto por la ofensa de Dios, es la meditación de su grandeza y bondad, y de la caridad que ha mostrado al hombre.

Porque quien considera que pecando ha ofendido al sumo Bien y a la inefable Bondad (que no sabe sino hacer beneficios, ni jamás ha hecho ni hace otra cosa que derramar sus gracias, y comunicar su luz a amigos y enemigos), y considera que lo ha ofendido por un leve gusto y por un falso deleite, no puede dejar de llorar amargamente.

Te pondrás delante de un Crucifijo, y te imaginarás que te dice: Aspice in me (Psalm. CXVIII): Mira y considera atentamente mis llagas; tus pecados me han maltratado, y puesto en el doloroso estado en que me ves.

Considera que Yo soy tu Dios, tu Creador y tu Padre; y así: Vuélvete a mi con llanto amargo y encendida voluntad de que Yo no hubiese sido ofendido, y con pleno y sincero deseo de padecer antes cualquiera grave pena que volver a ofenderme. Vuélvete a mí, que soy el que te redimí (Isai. XLIV).

Después, figurándote a Cristo en tu imaginación coronado de espinas, vestido de púrpura con la caña en la mano, lleno de llagas y dolores, te imaginarás que te dice: Ecce homo (Joann. XIX): He aquí al hombre que amándote con amor inefable, te ha redimido con estos oprobios, con estas llagas y con esta sangre. Ecce homo: Este hombre es a quien tú has ofendido, después de haberte dado tantas pruebas de amor y colmándote de tantos beneficias.

Ecce homo: este hombre es la misericordia de Dios, y la redención copiosa. Este hombre con todos sus méritos se ofrece por ti al Padre cada día, cada hora y cada minuto. Éste es el hombre que sentado a la diestra de su eterno Padre pide por ti, y hace el oficio de abogado; ¿por qué, pues, me ofendes? ¿Cómo no te vuelves a mí?: Vuélvete a mí, que así como el sol destierra la nube y deshace la niebla, así borraré tus culpas, y olvidaré tus pecados (Isai. XLII).

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Message  Javier Mar 14 Mai 2019 - 13:20

CAPÍTULO XXXV - De algunas razones por que los hombres viven descuidados, sin llorar las ofensas de Dios, y sin aspirar a la virtud ni a la perfección cristiana.


Las razones por qué el hombre duerme profundamente en su tibieza, y no se levanta del pecado, ni se da a la virtud, como debe, son diversas, y, entre otras, las siguientes:

La primera es, porque no habita dentro de sí, ni ve lo que se hace en su casa, ni sabe quién la posee; mas, vago y curioso pasa sus días en divertimientos y vanidades; y aunque se ocupe en cosas lícitas y buenas en sí mismas, no obstante, de las que pertenecen a la virtud y conducen a la perfección cristiana, ni se acuerda ni tiene pensamiento alguno.

Y si tal vez se acuerda y conoce su necesidad, y es inspirado por Dios a mudar de vida, responde cras, cras, después, después, y nunca dice con resolución hoy ni ahora.

Otros hay que persuadiéndose que la verdadera mudanza de la vida, y los ejercicios de la virtud, consisten en ciertas devociones particulares, gastan todo el día en repetir muchas veces el Pater noster y Ave María, sin trabajar ni poner la mano en la mortificación de las pasiones propias, que los tienen asidos a las criaturas.

Otros se dan a los ejercicios de la perfección, mas edifican sin los fundamentos de las virtudes, porque cada virtud tiene su propio fundamento, como la humildad tiene por fundamento el deseo de ser estimado en poco, y parecer vil y despreciable a los ojos de todos. Quien abre la zanja y edifica el fundamento de la humildad, recibe luego con alegría las piedras de esta fábrica, que son los desprecios, las afrentas y las ocasiones de producir actos de dicha virtud. Con lo cual aumentándose el deseo de ser tenido en baja estimación y concepto, y recibiendo los desprecios con alegría, va creciendo el edificio de la humildad; y para que éste llegue a su perfección, se debe pedir continuamente a Dios por los méritos de su Hijo humillado.

Algunos hacen todo esto, mas no por amor a la virtud o por agradar a Dios. De donde nace que su virtud no es uniforme; pues en el trato con los demás, son humildes con unos, y soberbios con otros: humildes con los que han menester, y soberbios con aquellos cuya estimación no conduce ni aprovecha para sus fines.

Otros hay que, deseando la perfección cristiana, la procuran por sus propias fuerzas (que son muy débiles y flacas), y por sus industrias y ejercicios; y no estriban en Dios, desconfiando de sí mismos; por lo cual antes retroceden que adelantan. Ni faltan algunos que apenas han entrado en el camino de la virtud, se persuaden que han llegado ya a la cumbre de la perfección, y desvaneciéndose en sí mismos, se desvanece también su virtud.

Si quieres, pues, adquirir la perfección cristiana, desconfía primero de ti misma; y después, confiada en Dios procura con todo estudio encender en ti un vivo deseo de alcanzarla, renovando y aumentado cada día este deseo. Además de esto estate advertida, y cuida de que no se te huya de las manos ocasión alguna de ejercitar la virtud, ya sea grande, ya pequeña, y si alguna dejaste escapar, mortifícate y castígate en alguna cosa, y no omitas jamás esta mortificación o castigo.

Aunque aproveches y adelantes mucho en la virtud, haz de cuenta que empiezas cada día, y procura ejecutar cualquier acto con tanta diligencia y cuidado, como si en él solo consistiera toda la perfección; y lo mismo que hicieres en el primer acto has de hacer en el segundo y en el tercero, y en los demás. Guárdate de los defectos pequeños con el mismo cuidado que de los grandes.

Abraza la virtud por la virtud, y por agradar a Dios; pues de este modo serás siempre una misma con todos y una misma ya estés sola, ya acompañada; y sabrás tal vez dejar la virtud por la virtud, y a Dios por Dios. No declines ni a la diestra ni a la siniestra, ni vuelvas atrás. Procura ser discreta, amiga de la soledad, de la oración y de la meditación, pidiendo a Dios que te dé la virtud y la perfección que vas buscando, porque Dios es la fuente de toda la virtud y perfección a que nos llama cada hora.

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